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23/12/10

Fuegos invisibles.

Colocaba los libros según se los encontraba desparramados por los estantes diciéndose lo maravilloso de estar allí, cuantos enigmas a su alrededor. Se encontraba en una de las tiendas más importantes de la ciudad, toda la música, los textos más pujantes, los dispositivos electrónicas más sofisticados se localizaban en aquel lugar. En ese momento era muy feliz, tanto que la alegría desbordaba los verdosos ojos que no pestañeaban, derramaban lágrimas de pasión mirando cada objeto que pasaba por sus manos.

Sabía que no debía tocar nada, su corazón le incitaba a agarrar con fuerza los multicolores que dormían ordenados. Apasionado se aproximó a uno de los rincones de la tienda, no quería dejar de recorrer parte alguna, acariciaba todo con lo que se tropezaba, disfrutaba el tacto de todo lo nuevo.

Una puerta casi disimulada en un apartado recoveco se encontraba entornada, la empujó suavemente observando el interior oscuro, aún así penetró decidido, sin pensarlo demasiado. Sus pasos caminaban sobre la profunda soledad de un almacén repleto de artilugios que la leve claridad iba promocionando. La boca se le hacía agua ante el increíble secreto descubierto. Un ruido estridente al otro lado de una estantería llamó su atención, la piel se le erizó de miedo en el momento que notó su pierna apresada por un delgado brazo verde. ¡Ah! paralizado sólo miraba a su alrededor. Un enano reía burlón desde el otro lado moviendo las piernas como una rana saltarina, absurdo se movía sin prestar atención, hablando de forma enrevesada para sus oídos.

El techo apagado del almacén se tornó brillante dibujando una pequeña galaxia, su movimiento circular crecía y crecía colmando incluso las paredes atestadas de cajas aletargadas. Planetas y multitud de formaciones estelares emergieron delante de su perdida mirada.

Una mujer desnuda con el pelo liso que incesante acrecentaba se aproximaba con las manos extendidas de las que brotaban tormentas solares ínfimas, partículas incandescentes diminutas que abrasaban lo que rozaban. Hábilmente se tapó el rostro, se tiró al suelo liberándose del canijo rápidamente y se alejó corriendo por donde había entrado. El fuego tardó pocos minutos en asomar en la tienda, la ebullición de las compras navideñas se interrumpió en el caos de los gritos, las carreras de decenas de personas taponaban una salida ya de por sí atestada.

Los bomberos y el personal de seguridad formaron ante la humeante puerta aguardando el escape del temido fuego, no salía más que humo, no aparecían llamas por ningún sitio. Manguera en mano se aproximaron mientras se diluían los humeantes vapores, con el mango de un hacha abrieron de par en par el oscuro trastero repleto de cajas, cajas y más cajas; nada de fuego, nada de alarma, nada de peligro. Un niño asustadizo se introdujo entre las piernas agrupadas, buscaban una emergencia inexistente en la oscuridad. Las ropas y el pelo del infante todavía humeantes fue lo único que encontraron en el almacén aquella tarde de Navidad.

8/12/10

El sueño de las flores.

For ever... pienso en ti mi amor. Casi en cada movimiento de mi ser aflora el suave aroma de tu cuerpo acercándose desnudo, agarrando mi cuello con dulzura y ofreciendo tu beso fresco.
For ever... escribo mi mundo a tu alrededor sin querer, mi inercia gira hacia el mismo lado de la curva, ese desnivel que existe en tu cadera que accidenta mis sueños.

Oye mis gritos cuando asomo al precipicio de la vida observando tu figura en el horizonte, dejo caer mi existencia durmiendo enroscado en tu abrazo nocturno.
Subo la escalera hasta tu ventana, paso a paso, acompañado por una serpiente coloreada de guerra, enérgica, con su profusa lengua advirtiendo el peligro. Se cuela por la brisa veraniega y se deja caer en el frío suelo, continúa camino trepando por la pata que sujeta el mundo bajo tus sabanas. Sin romper el silencio se acerca a ti rozando tu sensitiva dermis, el escalofrío no te despierta, te hace viajar al paraíso de sensaciones, la gracia se apodera de tu descanso. Sobre la almohada un reptil abre sus fauces alrededor de tu vigoroso pelo, ya estás perdida, el veneno asoma a tus ojos en cuanto los abres no puedes reaccionar a pesar, muy a pesar, de que tu destino está en el interior de una longitudinal caverna de amor infinito que recorre tu existencia y se apodera de tu ser.

Las coloridas flores pueblan el ventanal, ya sale el sol de mañana y nuestra sonrisa con él.

20/11/10

Dónde está mi gato.

Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada con el gato en lo alto, bebe del agua, es tan asqueroso como él. “Adentro bicho, donde te gusta estar”.

Ésa misma tarde la mano de Alberto alza la tapa y el salto del temeroso animal termina en su misma cara, clavándole sus afinadas garras. El susto mayúsculo le hace caer con el gato, se escucha un angustioso grito que culmina con un golpe terrible con el lavabo. La carrera veloz de Belén llega a tiempo para ver el hilo de sangre manar entre el pelo mojado.

16/11/10

Labios en el espejo.



¡Cómo brilla el sol! Me dije a la vez que asomaba los ojos por la ventana observando las desiertas terrazas que tenía enfrente. Estiré los brazos preparándome para escapar de dominguero, iré a un lugar recóndito que me aseguraban lo pasaría a lo grande. "No tengo costumbre de ir a la naturaleza", comentaba a mi reflejo que desde el imponente espejo miraba indiferente. Selecciono los víveres que llevaré, el reloj a punto, la brújula preparada. Fui recopilando todo lo necesario para pasar el día fotografiando la ribera del río, los preciosos montes de Madrid y la apacible soledad del campo.

Escribiré mi blog cuando vuelva, tendré bastante que contar a mis lectores. Me pondré mis botas nuevas y el jersey a rayas. Canturreando preparaba la aventura del domingo. Alcé la cara sobre la montonera de artefactos dispuestos en formación y encendí la radio con mi música preferida. Escuché tres golpes en la entrada, automáticamente me aproximé y abrí la puerta sin fijarme demasiado. Lys sonreía desde el rellano. Su precioso pelo rubio, su rostro siempre recién bronceado, sus labios carnosos con ese color rojo fuego. Busqué en mi paladar el sabor que hace tanto tiempo se alojaba por toda mi boca.

¿Puedo? Pronunció sensual esa irresistible mujer que con sólo una palabra era capaz de aflojarme todo el cuerpo. Adelante, perdona pero no esperaba visita alguna, estoy preparando una escapada a la montaña, no dispongo de mucho tiempo, me esperan. ¿Con quién vas? Con un amigo, vamos a hacer fotos para incorporar al blog. Hace tiempo que no sabía de ti Enric y la verdad... Me he preguntado muchas veces que sería de mi amigo, de mi ex-novio de Castelldefels, ¿Seguirá vivo? Y aquí estoy, sentenció mi querida Lys. Te puedo preparar un café, té o cualquier cosilla si lo deseas. Un té con leche irá de perlas cariño.

Nos sentamos juntos en el sofá, muy juntos, tanto que comencé a transpirar agolpadamente. Seguía igual de hermosa, su sonrisa me atraía mucho y según hablaba, no paraba de actuar con sus delgados brazos no permitiéndome mirar a otro lado. Mis ojos se detenían en las curvas de su cara, de su pecho, sus caderas, continuaba tan imponente que asustaba. El gran espejo del salón reflejaba su figura voluptuosa pegada a la mía. Soñaba con su imagen desnuda de antaño, su cuerpo trotando con el mío, su pecho agitándose en cada movimiento, en cada arrebato de frenesí. El pantalón caqui se volvía más estrecho por momentos, mi excitación se dejaba ver fácilmente, yo no podía ni quería detener el tren que me atravesaba de un costado a otro. Sonreía, su mirada diseccionó mi entrepierna poco antes de que su mano posara su delicado tacto sobre ella. Enseguida la besé y me abalancé como un resorte, mi cuerpo sometía al suyo a forzadas caricias que redescubrían la belleza que mantenía oculta su sutil camisa. Espera un momento, vamos al dormitorio que estaremos más cómodos, susurraba su dulce vocecilla próxima a mis ansiados oídos. Miré por la ventana y un señor mayor permanecía en el otro lado de la calle impertérrito, eché la cortina con energía y la lleve en volandas a la alcoba.

Me solicitaba sutilmente besos en el cuello, le encantaba llevar la marca de mi boca en sus hombros. Le di la vuelta agarrándola por la cintura y sollozamos juntos mientras nuestros cuerpos se unían.

Sonó el timbre mientras nuestra pasión se desbordaba por los rincones de la habitación. Lógicamente no hicimos caso alguno pero el insistente estruendo no callaba. Maldiciendo no quedó otra que ausentarme del placer relegado. El mismo señor que momentos atrás no apartaba la mirada desde su terraza ahora permanecía en el oscuro portillo en silencio. ¿Qué quiere? Quiero ver, tan sólo mirar, sé que no ya no estás con ella y me darías la vida... A mi edad me conformo con olisquear un poco. Le di tal puñetazo que lo tumbé, las gafas salieron volando y la puntiaguda nariz sangró denotadamente. Cerré de un portazo y no dije nada a la maravillosa mujer que aguardaba sobre mi cama. El timbre a los pocos minutos volvió a interrumpir el majestuoso deseo que nuestros corazones sentían.

Enfundado otra vez en mi pijama me presenté bajo el dintel del pasillo y descubrí de nuevo al accidentado anciano, esta vez con una pistola en la mano. ¡Quieto, no dispare! Supliqué con el valor desterrado. Vamos donde tú ya sabes... Entramos en mi cubículo amoroso en el cual la preciosa Lys se cubrió asustada.

¡Ahora métesela estúpido! Baboseando me obligó a exhibir esta situación a sus lascivos ojos. Cógemela preciosa. ¿Eres capaz de estar con los dos? Bajo aquella  amenaza suspiramos y culminamos aquél subyugado coito.

Volví a levantar la mirada hacia la luz brillante del sol y contemplé el viejo de la nariz puntiaguda que me observaba desde su balcón sin inmutarse. Casi siempre estaba en el mismo sitio. Respiré tranquilo como si hiciera tiempo que me faltara el aire.

No pude salir, ya no tenía ánimo, mi cabeza siempre se perdía recordando los encuentros amorosos con Lys. Día tras día extrañaba su ausencia, noche tras noche añoraba su compañía, hace ya dos años de nuestro último encuentro. Quité la música, guardé todos los preparativos y me dispuse a tomar un baño relajante. Su dulce figura no desaparecía de mi espejo, ella y yo besándonos, acariciándonos, amándonos. Me sumergí en el agua tibia, me inundé de aromas como a ella le gustaba. Sonó el timbre, lamenté aquélla interrupción pero acudí con desgana. Una silueta en la oscuridad alzó su mano hacía mí. Unos labios rojos mordisquearon mi boca y el cuerpo de Lys me absorbió en un instante.

3/11/10

Gajos de limón en la piedra tallada.



El paseo por la ciudad de Ávila componía la ocupación diaria de José María y su nieto, cogidos de la mano circundaban la robusta muralla medieval. En invierno saboreaban la gélida brisa que apuntaba desde el norte. En verano disfrutaban del brillo del sol entre las pretéritas rocas, sentados, absorbiendo el calor en su piel muy de mañana.

Marín acribillaba a su abuelo con las preguntas más ocurrentes y éste con mucha imaginación conformaba las historias más extrañas. Una mancha negruzca grabada en el tiempo llamó la atención del pequeño a la vez que el vuelo de un grupo de palomas descansaba sobre uno de los torreones, en la misma esquina del parque de San Vicente. ¿Qué es eso? Señalaba raudo el zagal con el dedo índice como lanza. ¿No te parece curiosa la oscura silueta? Preguntaba José María aliviándose los ojos cansados mientras sujetaba a su nieto con cariño. Se sentaron cerca de la enigmática marca. Dispuestos para merendar frente a la altiva pared sacaron una manzana y una pera, un pañuelo y la navaja que acompañaba las ancianas manos desde sus años de emigrante en Alemania hace más de treinta años.

Te voy a contar la leyenda que originó esa triste mácula en el torso de la pared. Escucha con atención mi chico, es una historia real, un tanto triste pero deseo que te guste. Hace más de seiscientos años en ese torreón que nos da sombra vivía, cautiva de su propio padre, una de las hijas de la familia Aranda. Enclaustrada por ser objeto de dos amores, uno de Miguel, hijo del marqués de Piedrahita, al que la muchacha deseaba con locura y otro, sumiso, penitente, por proteger la honra de su noble familia. Entonces era muy importante el orgullo y la casta, el linaje marcaba los enlaces matrimoniales, negocios de familia al que los jóvenes se sometían. Al caso, eran años de necesidad en la comarca, los asaltantes se multiplicaban como plagas, los caminos eran muy inseguros. Muchas familias tuvieron que huir y abandonar sus tierras salvando sus vidas y protegiendo a sus hijos de la ira de sus propios vecinos desposeídos de sus propias tierras. Luz, encerrada en el torreón, amaba a Miguel tanto que su padre tuvo que encadenar al dintel de la medianera. ¿Ves allí ese trozo de cadena? Todavía hoy se conservan restos colgando en el muro. Cuando la decisión de vivir protegidos tras la muralla llegó dos jóvenes enmudecieron de dolor y sus almas se desgajaron como se parte un limón.

Muy a menudo Miguel aparecía a los pies del talud, necesitaba ver el rostro pálido de Luz, la mujer de la que bebía amor, por la que suspiraba, por el beso perdido que no hace mucho sus labios tocaron. Él no podía dejar sus campos, ella no podía escapar de su claustro. Abnegado a la providencia la razón le fustigaba y el corazón le quemaba.

Sueños placenteros acudían en los exiliados días que se sucedían en lo alto de la muralla, sus noches aclamaban el nombre de su amante entre dientes. La locura brotaba en los fríos amaneceres, el odio a su padre apareció de tal forma que no podía mirarle a la cara, no comprendía el porqué de su castigo. ¡Papá es amor, dejadme ir en su busca! Gritaba mirando a la pared cuando los pasos de su carcelero se aproximaban. ¡Es por tu bien! Es la única frase que obtenía en cada visita.

El marqués de Piedrahita abordó de nuevo viaje a la lejana mazmorra de los Aranda, siempre era un viaje solitario, en ocasiones había compartido sus andaduras con su amigo Alberto Alenza. En esta ocasión se despidió de él a la entrada de Villafranca. Prosiguió solo su camino. Su paso por el puerto de Villatoro fue rápido, era uno de los puntos claves para bandidos y asesinos. Su mejor caballo volaba sobre los senderos desiertos de la noche, tras la larga bajada del monte se aproximaron antorchas de entre los árboles. Corrieron con todas sus fuerzas, caballo y jinete conocían el riesgo y no podían fallar en su fuga, muchas persecuciones sufridas por estas tierras y hasta ahora salvadas. La sangre del animal fluía con tanta fuerza que Miguel sentía el calor de su montura, como tantas otras veces le había montado desnudo, en contacto directo con su piel, con su cálido manto de vida. Varias llamas irrumpieron en el camino intentando detener su viaje. Agarrado a las riendas gritaba poseído, hablaba a su caballo con vocablos perdidos, erguido, apretó las piernas, liberó la voluntad del animal que sujetaba entre sus manos. Alaridos forzaban el galopar, espantaban pájaros abandonados en sueños profundos. Alzó los brazos en cruz, implorando al cielo, el pelo ondeaba sobre el viento, el sudor extenuado se desprendía de la rauda figura.

Una bandada de cuervos despuntó de la oscuridad, se posicionaron delante de la montura, volando parapetados graznaban coléricos. Entre gritos el bosque despertó y los lados del sendero se coparon de vigilantes seres vivos. El ataque de los cuervos fue certero a los rostros cubiertos de los asaltantes. Ojos extraídos de sus órbitas, y profundas heridas ensangrentaron el camino. La huida continuó. A pocos kilómetros hicieron un alto para respirar y desconfiados miraron hacia atrás sin mucha confianza. La luna ya alzada sobre el monte iluminaba el valle. -Mira la silueta de Luz impresa en la cara de la luna- Hablaba con su cabalgadura a la vez que el ruido del galopar de varios corceles irrumpió en la distancia. Iniciaron la carrera de nuevo casi sin aliento. Quedaba bien poco para llegar a Ávila, si conseguían entrar en la ciudad estarían salvados.

Una carrera de fondo llegó a las inmediaciones de la muralla. Al llegar a la vasta puerta gritó y gritó sin advertir respuesta alguna. Sus perseguidores se aproximaban certeros. Provisto de una daga emprendió la escalada por el muro bajo la almena dorada, el habitáculo donde una preciosa mujer vivía días de cautiverio. Un hombre ágil encaramado entre toscas grietas trepaba dejando el abismo bajo sus pies. Flechas silbaban a su alrededor, sin pensar en los salteadores repetía el nombre de Luz. Los ojos temerosos de una mujer atrapada por los oxidados grilletes paternos se asomaron. Los lamentos se repitieron, la desesperanza nublo los sentidos de una muchacha que veía como su hombre trepaba hacia ella. Se descolgó por el muro aprovechando las cadenas que la aprehendían. Al llegar a la altura de Miguel una de las flechas se introdujo en uno de sus glúteos, otra en un costado. Se abrazaron bajo la lluvia incesante de flechas. Tirando de la cadena los poderosos brazos de El Marqués de Piedrahita escalaron la muralla con los brazos de su amante prendidos del cuello. Coronaron la cima en extensos segundos, el cuerpo mal herido de Luz regaló su última caricia, ofreció su último beso en lo alto del brillo de la luna que asomaba tímida encendiendo los labios amantes. Una alabarda llegó instantánea al pecho de Miguel. Los dos, moribundos, cayeron sobre el paredón, agarrados, íntimos, perdidos en las tinieblas de la muerte. La sangre de sus corazones brotó empapando la gélida piedra fluyendo hasta las monturas de sus asesinos.
Una flor de cala roja asomó a la vida empapada de dolor. El florecimiento de calas rojas se extendió por los bordes amurallados. Una flecha en llamas alcanzó los cuerpos inertes moviéndose pendularmente sobre las caras asesinas que los ejecutaron.

Cariño mío, dicen que sus cuerpos permanecen pegados a la piedra y por eso la mancha no desaparece. “Quiere tanto que el amor no desparezca de tu existencia”. Es lo que nos mantiene eternos dentro de tus seres queridos, nunca mueres permaneces para siempre.

31/10/10

El sombrero de pana.

        Para el viento, purificador de malos momentos.


Enciende las velas. Que buena era. Mira su rostro tan delicado. Ayudaba a todo el mundo. Repetían los mismos comentarios por todas las bocas en aquella sala encontradas. Invocan a lo más noble de la personalidad de una mujer ya entrada en años que yace en un ataúd ocre en aquel rincón. Un lugar oscuro y frío, nada acogedor.

Su foto colgaba de la pared coronando la habitación, sonreía, era el retrato de cuando ella tenía 39 años apostilló alguien en el tumulto que rodeaba el féretro. Llantos alborotados por los rincones. Qué maja era. En ocasiones se enrabietaba pero entregaba todas sus fuerzas por los demás. Las voces se agolpaban en el aire gélido queriendo llenar de calor lo que la muerte había congelado.

Entró un hombre de barba blanca, pausado y tranquilo. Se detuvo en la antesala al ver tanto bullicio donde esperaba desolación. Entre brunas espaldas asomó sus ojos y vio el cadáver. Es ella pensó, sí, está muy diferente pero sus labios son los mismos, su nariz es igual, parece dormida. Quiero a esta mujer desde hace más de veinte años. Me echó a patadas de su casa en una lluviosa mañana. Le dije que me trataba mal, que me olvidaba cuando le parecía. Soy imbécil, siempre fue así, ella nunca voló por amor conmigo.

El reloj continuaba su andadura inexorable mientras los visitantes al óbito iban desapareciendo. Uno de los sofás aparecía lleno de lágrimas, agarrados de la mano en soledad ante la pronunciada muerte. Serán sus nietos exhaló por sus labios el hombre vestido con sombrero de pana que de pie aguardaba el tiempo. No reconozco a nadie de sus parientes, pensaba a la vez que no dejaba de observar el pobre lugar que nos aguarda la muerte.

Casi todos ya estaban fuera, en la calle, por los pasillos, riendo como cuando salían del fútbol, los chistes aparecieron, a ella le abría gustado así. Las llamadas de atención se sucedieron ante la falta impune de respeto a los afligidos visitantes del fúnebre lugar.

Cerraban las puertas del sepulcro, andando muy lentamente tuvieron que salir del lado del ser querido al que lloraban. Nadie reconoció al extraño hombre que callado relataba palabras de amor mirando las preciosas manos que fallecidas descansaban.

Bajo una columna, en el soportal de entrada a la dorada cripta una sombra permanece sin dejar de mirar la puerta. Llora tranquilo el olvido de la mujer que hace ya tiempo amó y que ahora su despedida sí es definitiva. La única posible en la que su corazón descanse. Allí permaneció inmóvil hasta el momento que las cenizas desaparecieron. Una habitación abarrotada, una urna diminuta dónde sólo cabe una vida se esfumó delante de ojos distraídos...

En el puerto de Galata, Estambul, un abarrotado ferry atraca. Una bolsa colgada de la mano anciana de barba canosa se sienta en una terraza tomando una cerveza fría. Las cenizas descansan a sus pies esperando tomar el barco que les lleve a Eyup. Un paseo corto cómo el que realizaron ya hace muchos años, de la mano y sintiendo el viento sollozar en su cara. En la sagrada colina de Bahariye Cadessi vivirá en la eternidad un alma por fin tranquila. Un beso eterno extrajo los últimos suspiros del hombre vestido con sombrero de pana.

28/10/10

Bajo miradas extrañas.

Es mi destino... ser y encontrarme dentro de mí. Miro al espejo con asombro de conocer lo mostrado al otro lado. Ése que mira soy yo. ¿Realmente siento lo que veo?. Es posible que un error de la naturaleza  ignore mi propio ser.

Mi conciencia está alojada bajo esta mascara salpicada de ignorancia. Si ahora un cuchillo atravesara mi garganta, ¿Sería mi vida la que escaparía?, si nadie me ve, ¿Estoy aquí?.

Una tarde después de la pasión, el inquieto, permanecía bajo el foco del baño haciéndose preguntas inciertas con las que llevaba muchos años de prisión. En ocasiones se quitaba la camisa para ver el cuerpo en el que amanecía, de cuando en cuando una lágrima marcaba su cara en un recorrido húmedo que le hacía sentir la pérdida de los frustrantes lazos de la vida. Ahora sentir es lo que persigue, cree conseguirlo casi siempre, pero porqué no poder sentirse bien. Tan difícil es albergar la alegría de disfrutar de esta existencia.

Volvió a su habitación, se enfundó las zapatillas que habitualmente usaba para recorrer los kilómetros que tanto reconfortan. Apretó fuerte los cordones, vistió su camiseta, se enfundó los pantalones y apretó los puños. Abriendo la puerta que le trasladaba a la pista de atletismo emprendió carrera. Su cuerpo trató de correr y correr, sin descanso, treinta minutos, una hora, aceleraba el paso, su corazón forzado le empujaba al éxtasis.

Yace en un parque retirado bajo la perdida mirada de un cuervo en una fría mañana de Noviembre víspera de cualquier día en lo infinito del tiempo.

24/10/10

Momentos en el olvido



Cuando andas diluvian colores resbalando sobre tu piel,
tus cabellos anhelados vuelan,
por mis noches besados,
cuando suena el cálido viento que me acoge
el sol con su luz me guarda y contempla mi propio renacer.

Siento espinas clavarse a cada paso en el yermo,
sangro mientras camino mi querido tiempo que se escapa sin querer,
será sólo un momento,
aleteas tu corazón contra la sincera ternura que mi corazón llama.

Diluvian colores por tus entrañas,
siguen poblando el paseo de tu amanecer cuando tus ojos hablan,
será sólo un momento,
albergas mi voz en el enjambre de tu cordura que mi sentido ama.

Sigo camino por donde respiro más y más profundo como ayer,
recuerdo tu sabor mezclado de pasión en el calor de tus besos huidos,
arropa mi mano con la tuya, tu pecho en el mío,
como fugaces estrellas apagadas destinadas a yacer.

15/10/10

Besos por piruletas.



Algunos lloran, tiemblan y gritan tras muchos kilómetros de carretera. 
Viajan en los bajos de un camión por el Túnel de La Mancha. Veladas 
figuras son detectadas en la pantalla del capitán Schenden. ¡Terroristas! 
Grita tembloroso extendiendo el terror. Los teléfonos chillan, los
mensajes catapultan la inquietante noticia.

Ahim descuida sus manos, desestabilizado, pierde el equilibrio y cae 
al duro alquitrán. Su alarido retumba en las elípticas paredes. Sobrecogidos 
se miran. Tiemblan. Sobre el depósito de combustible un beso solloza. 

El vehículo es detenido mientras soldados encañonan los rostros atemo-
rizados de cuatro chiquillos enredados entre vetustas traviesas metálicas.

¡Queréis una piruleta!.

21/9/10

Club de ciegos.

“Para Ana... por ser la luz que ilumina mis letras.”



Ofrecimos amplia la mano, con fuerza las estrechamos, los nervios se apoderaban de mí. Sabíamos lo que queríamos. Nunca le había visto aunque tenía tantas referencias de él que me parecía familiar.

Extrajo un pequeño sobrecito transparente con el contenido que buscaba. Era un encargo, yo nunca me había atrevido a probar estas sustancias, un compromiso estúpido me llevaba a estar en el sótano de un tenebroso bar. Nunca se me ocurriría aparecer por aquí.

Mujeres esperaban rigurosamente sentadas en taburetes, algunas en sofás de terciopelo gastado, parecían todas esperar a alguien. Con desgana miraban a todo el que pasara por su lado y las más solícitas lanzaban besos al aire y con un movimiento de dedos te atraían como sirenas.

-¿Quieres tomar algo?- me preguntó con indiferencia el tipo de color que tenía frente a mí. La papelina que llevaba en el bolsillo contenía algo blanco con motitas negruzcas. Le entregué un sobre que llevaba preparado y me dio una palmadita marchándose sin decir palabra.

Una voz muy sensual asomó por mi izquierda. -¿Quieres un ratito explosivo entre mis piernas?-. Tragué saliva y me di la vuelta para asegurarme de quién me hablaba, un precioso cuerpo me hablaba con voz melosa. Preciosa. Una diosa se acercó sigilosa a mis oídos. Sujetó mi mano con dulzura y me llevó a una habitación tras un largo pasillo pleno de fotografías antiguas de la ciudad.

-Ámame- soltó al aire desabrochándome los botones de la camisa. El sudor apareció en mi frente y mi deseoso cuerpo se tensó aguardando el siguiente contoneo de sus vaporosas manos. Mucho tiempo sin estar con una mujer, era terreno casi olvidado desde que enviudé hace más de un año. No había conocido mujer más que Sofía, mi compañera de juventud que consiguió darme la felicidad que ahora tanto añoraba. Su ausencia me transformó en la persona opaca que ahora perdía la cabeza en los tentáculos de esta hermosura divina. Seguro que no soy capaz de volver a besar la boca extremadamente fresca de un nuevo amor. -Estoy en un burdel-, me repetía constantemente a la vez que su lengua humedecía mi cuello. Mi sangre se aceleraba y abarrotaba mi cuerpo de sensaciones. Fluía la vida por mi cuerpo como si fuera la primera vez, como cuando estuve en la ribera del río entre los húmedos jóvenes muslos de Sofía. Cerré los ojos dejándome llevar. Huí de la triste habitación en busca de aquel río. No dejaba de recorrerme con sus labios incansable.
Su melena cubría mi pecho acariciándome, flotando sobre mí una otra vez, mis piernas se estiraron eléctricas. Se montó encima y despacio insertó mi corazón en su deseo.

Jadeante y desarmado descansé un instante mientras ella se cubría sus lindos pezones con un sostén de encaje beige inundado de diminutas flores rojas. -Tienes sólo cinco minutos para desaparecer sin avisar a nadie, tienes una oportunidad no la dejes o lo lamentarás-. Hazme caso preciosa a partir de este momento no tienes trabajo, por lo menos aquí. -Lárgate- incrédula escucho mi voz imperativa dudando de mi afirmación, me miró con extrañeza mientras peinaba su larga cabellera ondulada. Miró el tatuaje de dos pistolas rodeadas de fuego en mi pecho y percibí la sonrisa de la liberación en sus brillantes ojos. Me dijo adiós con un beso delicado en la mejilla. Se escapó dejándome tumbado en la cama, así permanecí un tiempo prudencial suficiente para que abandonara el local.

Llamé a Capri. Me ordenó los pasos a dar y ya llevaba retraso sobre el tiempo que me dijo. No pude acercar el teléfono al oído, su voz enfermiza, llena de ira, atravesaba mi cabeza. No salí de la habitación en un rato. Él determinará cuando puedo salir, me avisará. Sólo sabía que por este pequeño trabajo cobraría mucho dinero, no había podido negarme. Me reclutaron cuando buscaba trabajo, se fijaron en mí enseguida. Me apartaron del resto de personas que esperaban y me subieron al coche. Me marcaron como a una res y firmé el contrato de posesión, mi tácita esclavitud. No hicieron falta acuerdos, yo no estaba allí. Mi cuerpo acuño la letra de mi destino albergando tres cortes en mi costado, un yermo cuchillo dejó su marca para el resto de mis días.

Gritos al otro lado de la pared me atenazaban quieto sobre la cama. Rápidos pasos cruzaban la puerta de la habitación, me escondí bajo el camastro vigilando las persecuciones y los gritos. Llegaron los zapatos que mas temía a la retina nerviosa de mis ojos. -Sal de ahí, ya tienes curro- me dijo al que llamaban Nevado. Siempre vestía ropa negra con calzado puntiagudo y morena melena bajo un sombrero vaquero.

-Eres el camarero- señalándome a la barra. Miré a nuestro alrededor sofocado por la sangre que asomaba vertida sin los cuerpos que la contenía. Las chicas permanecían sentadas fumando como si nada hubiera ocurrido. Otros dos hombres limpiaban agachados los charcos rojos que huérfanos quedaban. Me dieron un cubo y mi oficio estaba en la limpieza de las mesas, de las sillas, de las paredes. La pelea había tenido muchas bajas que no aparecían por ningún sitio.

Capri, Nevado y algunos de sus acólitos marcharon dejando a una pequeña escuadra de carceleros custodiando a doce mujeres y tres hombres que limpiábamos aquél campo de batalla. Las luces llegaron se extimguieron al amanecer. El club brillaba por si solo, habíamos realizado un trabajo duro bajo la amenaza de nuestros amos. Teníamos unas horas para descansar, sabíamos que el bar abriría a su hora, como todos los días.

Como ganado nos llevaron a una de las habitaciones, posiblemente la más grande. En su día podría haber sido una escuela de danza. Grandes espejos llenaban una de las paredes dando la imagen de inmensidad. La barra donde las bailarinas se apoyan en sus delicados movimientos se mantenía intacta. El ventanal de la calle era el más grande del edificio, se podía ver el paseo de olmos de la avenida próxima. Nos encadenaron a todos y cerraron la puerta, no pasaron ni tres minutos y se volvió a abrir. ¡Ella de nuevo!, entró en la alcoba la belleza afligida de mi amante, de mis recuerdos, de Sofía.

Las cadenas nos permitían algo de movimiento por la sala y aproveché el abandono de nuestros captores para acercarme al aroma que unas horas antes se grabó en mi cerebro. Nos saludamos con la mirada, fue ella la primera que se acercó y me susurró -No tengo a donde ir, he paseado pensando donde ir y mis pies me han arrastrado de nuevo aquí-. La besé sin dejar terminar su exposición. Quince pares de ojos nos observaban tirados en la tarima. Ella me abrazaba desesperada y me hablaba en silencio -No tengo nada, no tengo a nadie-. -Estás conmigo- yo calmaba su abandono con palabras cariñosas. Apenas conocía a esta mujer y ya no podía apartarme de ella. Mi corazón estaba tumbado, no podía resistir la cercanía de este ser que estaba seguro no sería real.

En uno de los rincones dos chicas se besaban también, apartadas, otra pasión caldeaba la habitación y como una enfermedad fueron transmitiendo el virus del placer. Otra pareja se desnudaba rodeadas de caricias, hartas de amor forzado tenían su propios vínculos amorosos. El ardor de cuerpos desnudos se multiplicaba. Orgías aisladas dentro de un gran encuentro de seres forzados a compartir estos momentos, carne excitada de humanos que ante el desastre de sus propias vidas se rebelaban al placer. Mis manos rodeaban el cuerpo pálido, por largo tiempo de exclusión, de esta hembra que provocaba la revolución dentro de mí.

Llegada la hora de abrir el local la mazmorra se abrió ante Nevado, se encontró cuerpos desnudos, abrazados en el amor y en el deseo. Se encolerizo de tal manera que las voces se escucharían hasta en la tranquila avenida de olmos que se veían por el ventanal. Sacó una fusta, azotó a los hombres con ella, a las mujeres sacudía puñetazos de tal forma que apenas dejara muestra de la violencia engendrada. Como perros nos cubríamos. Oculté el cuerpo de Kali bajo el mío.

El sol volvió a brillar en cuanto mis ojos, evadiéndose, miraban al cielo azul que reinaba la ciudad en un día tan penoso. El rostro de Sofía me sonreía majestuoso, una nube arrastró la imagen desapareciendo hacia el Oeste. La despedí con las lágrimas de la tristeza y la rabia de verme esclavo del destino.

La paliza era tremenda, se cegaron en personas olvidadas y temerosas. Me levanté como pude cuando terminaron de sacudirme a escasos metros de Nevado. Agarré las cadenas con tal fuerza que cortaban el camino infinito de mi sangre, en dos pasos salté sobre él. Rodeé su cuello forzando el bloqueo de sus vías respiratorias. Era un hombre fuerte, yo un hombre temeroso y muy nervioso que no podía aguantar más. No pensé en el resultado de mi ataque, seguramente moriría. Mi cerebro había muerto junto con mi libertad. La apuesta arriesgada era necesaria y alguien debía arriesgarse. Según apretaba los eslabones cautivos mi cuerpo emergía del derrumbe, su falta de respiración fue en el momento más oportuno, los demás estaban muy entregados en ejecutar golpes que sucesivamente sobrevenían. La callada muerte vino en poco tiempo. Vi salir el alma de este hombre elevándose sobre nuestras cabezas y atravesar el techo. Cogí una pistola que en la cintura llevaba colgada. Mis manos se volvieron locas de horror y me dispuse a disparar a los otros dos verdugos. No controlé mi sed de venganza, alcance a dos de las chicas quedando mal heridas. Disparé a los cristales hasta que ya no pude continuar. Si hubiera sido una ametralladora no habría quedado nadie en la sala.

Por la puerta entraron dos tipos, uno de ellos se dirigió hasta mí insertándome un machete en el estómago. Se liaron a patadas conmigo hasta que se percataron del cuerpo sin vida del hombre vestido de negro. -Vámonos, no tardarán en llegar-. Nos quedamos solos, algunos sangrábamos, otros sin conocimiento. Los más afortunados vapuleados y retorcidos de dolor.

Mi último recuerdo de ese día fue la sonrisa regalada de la mujer que ahora viajaba conmigo en una ambulancia, a toda velocidad nos aproximamos a un hospital para que curaran las heridas externas porque las interiores todavía debían cicatrizar.

19/9/10

Salto al vacío.

Se miran con extremada ternura, tan quietos que entre ellos sólo brilla el sol. Se rozan sin querer perder el contacto, debe enseñarle que en sí mismo es capaz de volar. Ofrecería su propia vida para que él no tuviera ni que pensar que es posible fallecer en el intento. Está obligado ha aprenderlo en su propio cuerpo. Todo el amor que existe se transmite levemente bajo sus párpados. -No soy nada sin ti- se escucha tenue en el vacío. -Ama- grita en silencio mientras dedica un cálido abrazo previo a la inevitable zozobra.

Caminan sobre cansados pasos, uno tras otro, sin decidir el momento del lanzamiento definitivo. -¿Tú me amas?, si lo hicieras no me obligarías a esto- repite suplicante con la frialdad desvaneciéndose en su propia piel. -No seré capaz- gime para sí.

No puede ni mirarle a pesar que ahora mismo su corazón a muerto en manos del adiós. Debe hacerlo, es lo mejor. Abrazos rotos se encuentran en el camino al extremo del laberinto en el que se han convertido sus vidas.

Mira hacia arriba, siempre habrá un mañana. No soy tan importante como crees. Hay muchas cosas que no pueden cambiar y estamos obligados a asumir.
Pero no voy a poder hacerlo sin tu apoyo, necesito verte cada día a mi lado. Tú me das cobijo, tú me alimentas, tú motivas que mi cuerpo desee respirar. No hay nadie como tú.
Somos únicos, mañana aunque todo cambie seguiremos siendo únicos y tendremos la suerte de seguir en el camino de la vida. Piensa que eres muy especial y tú mismo fortalecerás a los que se encuentren a tu lado.
No me abandones. Te amo.
Te amo, como nada que me haya ocurrido nunca. Mira la belleza de la flor que será una jugosa fruta en poco tiempo. La mariposa cuando abandona su capullo nace lastimosa y en pocos segundos es altiva y fuerte, lo suficiente como para recorrer todo el mundo. Tú también lo harás, mi vida. No olvides, nunca pierdas los recuerdos de tí mismo y de los que te quieren aunque sea muy difícil. En todos nosotros vibra tu existencia y existe una conexión imposible de cortar y que nos mantendrá unidos irremediablemente.

Se sientan, callados bajo las ramas del fausto pino que se mantiene inmóvil desde hace tanto y donde se han escuchado tantos llantos y despedidas, tantos abrazos y mimos, cuidados y besos. Se escucha el viento como la música que invade los oídos huecos locos por escuchar la renuncia de lo imposible.

Llega la hora cariño.
¿Tengo que partir?.
Si mi amor, ves el llanto en mis ojos es de alegría. No temas estoy contento de este gran momento, tu momento. Un pedacito de mí se irá contigo. No puede ser de otra forma, mi tesoro.
Te quiero.

Levantándose y asomándose al precipicio busca la mejor posición para no sufrir una fatal caída, vuelve la cara y con guiño despide a su propia sangre que cabizbajo observa la osadía de volar. En un colina muy cercana una familia de venados se detiene a ver el adiós definitivo. Una incipiente enredadera se dirige hacia ellos en un intento de evitar lo inevitable, lo que sabe que no podrá interrumpir. Un salto majestuoso provoca la admiración de una bandada de patos salvajes que surcan los aires migrando a tierras lejanas. El salto es atraído por la fuerza absoluta de la gravedad que desbarata el despegue de tan poderosas alas que aún no han conseguido responder con vigor.
Arrodillado contiene la respiración mientras teme lo peor, por fin los latentes músculos reaccionan con la tensión necesaria para atravesar la resistencia de los vientos y vuelan y vuelan...

Desde el pico más alto que divisa el valle un poderoso cóndor comprueba la belleza enigmática del que en este momento reina los cielos de la campiña, el vuelo del águila imperial. Una sombra turbadora recorre los terrenales campos sembrando el pánico de quién respira su calor, entre tanto, un cuerpo alado, famélico, agoniza en un viejo nido en lo alto del grueso pino bajo la colina.

17/9/10

Del que muere a diario en los brazos de la adversidad.

Lavas la cara intentando espabilar la persona que llevas aletargada, ni por esas encuentras fuerzas suficientes para iniciar un agotador día de ofuscación, desinterés y monotonía. "Podría ser diferente" piensas en voz alta a la vez que te clavas las herraduras que continuadamente te elevan a la posición de recua.

"Hoy será especial" deseas muy profundamente aunque a la media hora maldigas la terquedad de tus sentidos. Llegan carreras y desventuras a merced de los vientos que soplan en contra y a los que combates con las pocas armas que alojas en los bolsillos. Resistes ataques de lobos furiosos, agresivos por cumplir con su papel adoctrinado y que realmente no tienen la suerte siquiera de sentir que su propia furia es la que despedaza y su propia sangre la que brota.

Dijéramos que se fomenta la angustia y la falsa felicidad de tener más de lo que uno tan solo había soñado para no saber ¿Por qué?. El colmo de la desdicha si te ves abocado a ingresar y despachar los recursos que no se pueden detener y que para lograr no se puede pensar aunque no te permitas negar su necesidad.

Quizá la solución sea el propio viento que nos ataca y que nos ayuda a avanzar cuando nos empuja en la buena dirección, o el sol que nos caliente sin que tengamos como oponernos. Somos enfermos de un cosmos del que esperamos la ayuda celestial, de quien conoce que hacer con nuestras vidas y que en el momento difícil nunca escucha plegarias y llantos.

Sí, en ocasiones es verdaderamente complicado llegar al ocaso sin perder la noción del propio ser. Será el la enfermedad de olvidar la cura del mal sofisticado del progreso o la consecuencia del ser demasiado consciente de la realidad gris de la obligación cultural.

Sobretodo lo más duro podrá ser no ver la cara amada delante de tí, si con suerte existiera, cuando la necesidad llegué y aquél al que ruegas te abandone a la suerte de la cruda espera del más allá. Sus labios te procesen deseo, su voz el amparo y sus caricias el recogimiento.

Deseo comprender mi propio ser, sentir amor inquieto a todas horas, ¿lo habéis probado?, pudiera ser lo único realmente que da la felicidad.

¿Qué difícil es?

11/9/10

Carrusel de vida.

Inmóvil no me permitía pestañear, no podía mas que grabar en mi cerebro lo que a mi alrededor ocurría. Situado en el centro de un carrusel de imágenes que no dejaba de girar y entre ellas algunas se detenían para que yo pudiera fijarme en sus pequeños detalles, devolviéndome la mirada. Giran y giran, no puedo ver el fondo tras las imágenes, centelleos luminosos aceleran su movimiento centrífugo. Si miro hacia arriba el diseño de una bóveda barroca cierra el universo a mi alrededor. Figuras humanas adorando a un niño de muy corta edad, su cara es mi cara. Podría ser yo. Los ojos del niño me observan. El techo desciende lentamente, las velas de la base encienden su llama tibia. El rostro del niño se aproxima al mío y un beso sale de su boca rozando mi mejilla. La bóveda desaparece dejando ver las estrellas del firmamento.

El mundo inmerso en el tiovivo continúa con su órbita. Abandono la quietud dejando mi sombra atrás en el centro del universo mientras me dirijo a los límites del círculo que me tiene preso. Mi mano derecha se sumerge en el baño de luz que centelleantes la atraviesan. No siento nada, introduzco la otra mano desgajando los colores que de tan cerca pierden su forma. Abro una puerta que aparece ante mí, salto a la oscuridad y el silencio.

Amanezco en un camino arenoso rodeado por un fresco vergel. Criaturas salen al paso sin percibir mi presencia. Camino desnudo por los meandros del sendero. Una garza se acerca con alas batientes, con sus uñas desgarra mi cabeza desde la frente a la coronilla. Siento el fluir de los borbotones sangrientos que ahora cubren mi pelo, sin embargo el dolor no aparece. Me siento en la arena con las piernas cruzadas, me toco el pelo sin mancharme de sangre.

Emprendo el camino de nuevo, observo figuras humanas andar en camino contrario al mío. Un magnánimo tigre muestra su hermoso pelaje entre los verdes matorrales. Aparto mi atención del felino porque la figura etérea de mi madre sale a mi encuentro. Un salto mortal del carnívoro derriba mi cuerpo atravesándolo con sus garras una y otra vez. El puzzle de mi carne queda varado en el suelo. Aparece la cara de mi padre en el aire sin hacer una mueca. De mis cenizas brotan mis dos hijas que parten corriendo hacia el mar que en el horizonte las espera.

Mis entrañas desaparecen absorbidas por el manto terrenal haciendo de mi existencia tan solo un efímero recuerdo. Flores maravillosas borran la huella del camino como si nunca hubiera existido.

23/8/10

El roble centenario.

Unai llegaba a casa tras un fatigoso día de trabajo, en la cara mostraba su desgana y apatía. Tocó la puerta que blindaba su morada, esperaba encontrar la mujer que quería tanto y vivía con él hacía dos años. María estaría entre sus paredes, le cogería la mano, besaría su mejilla, brotarían cariñosas palabras en las que escondería su desazón. Sólo su imagen provocaba espontáneas sonrisas en su corazón. La amaba.

Introdujo la llave en la cerradura para dar paso al suave sonido de bisagras, adelantó sus pasos en busca de la mágica belleza de María. El salón aparecía desierto, la televisión encendida era el único extraño ser que de alguna manera le daba la bienvenida. Apagó el sórdido aparato, soltó el maletín que volvía a casa repleto de trabajo extra, aflojó ligeramente la corbata y miró por la ventana divisando un centenario roble. Soltó suavemente las cortinas que apenas evitaban que los últimos rayos del sol le iluminaran la cara. Fue a la alcoba atravesando el largo pasillo que iba de una punta a otra de la casa, en el trayecto contemplaba las fotografías que inundaban las paredes. Sentado en la cama se sentía contrariado, se sentía disgustado por no cobijarse en el vientre de María, por no besar su piel y oler su peculiar aroma que le estremecía tanto. Vio una nota doblada en la mesita, leyó solamente “TQM”, a veces recibía estas letras escritas desde el corazón de su compañera, “te quiero mucho”, solía decirle en múltiples mensajes, rió.

Tumbado esperó, estaba cansado y pensó que sería buena idea, así esta noche podrían hacer el amor, podrían vivir otro nuevo momento de pasión compartida. Disfrutarían de horas de caricias y palabras sueltas dedicadas a sus sentimientos, a su alegría por estar uno dentro del otro. Agarraría su cuello con firmeza y ternura mientras sus lenguas se ataran en un beso infinito del cual no escaparían y del cual fallecerían.

Dormido quedó durante varias horas hasta que el timbre le despertó, de un salto se puso en pie y salió corriendo hasta la puerta. Al abrir sólo observó la cara de su vecina que le pedía disculpas por molestarle pero que si fuera tan amable le diera un poco de sal. Quieto se quedó mirándola y en su cerebro la mujer fue convirtiéndose en un pequeño diablo rojo, ardiente, con un pequeño tridente en la mano y con la lengua muy larga, extremadamente larga. Pestañeó y dudó qué era lo que quería aquella anciana. “Si, si, ahora mismo te la doy”. Despachó la interrupción lo más rápido que pudo, lo último que quería era entretenerse con nadie.

Había anochecido, era muy extraño que a estas horas no hubiera vuelto María. Cogió el teléfono y marcó su número, no hubo respuesta. Se asomó a la ventana donde el viejo roble presidía la plaza, entre sus ramas podía ver pequeños ángeles, algunos con arpas en las manos, otros con coronas de laurel decorando sus cabezas y en lo más alto del roble estaba María. Se frotó los ojos repentinamente, su mujer se movía desnuda entre las gruesas ramas del árbol. “No puede ser”, decía mientras veía el hermoso cuerpo como se tumbaba en la rama más alta y ancha del árbol. Los ángeles volaban a su alrededor mientras ella extendía sus brazos llamándole. El sonido del teléfono se acercaba a sus oídos pero sus ojos no perdían detalle de lo que ocurría afuera. Estirando el brazo cogió el auricular pesadamente.

Si.
Hola hijo.
Hola mamá.
¿Cómo estás corazón?. Quiero que vengas a verme, ¿has oído?. No puedes estar solo en estos días. Yo también la quería mucho hijo. Era una hija para mí. La vida sigue mi amor, me escuchas. ¿Hijo?.
Si.
Me tienes preocupada y tu padre y yo queremos verte un poco más...

Abandona el teléfono soltándolo en el aire, tira de las cortinas y abre la ventana oliendo el aroma que fluye de su mujer, aquél que la distingue. María continúa llamando con palabras silentes, ella espera tendida cuando con un movimiento de su mano izquierda ordena a los ángeles que vayan en busca de su amado. Manos infantiles elevan el cuerpo inmóvil del vecino de la cuarta planta, cruzan unos metros vaporosos, livianos, sumergidos en una pequeña nube que le transporta al lado junto a María.

Se abrazan en el centenario árbol, besos comienzan a brotar, jardines repletos de flores regados por cristalinos ríos abordan sus sentidos.

Todo el árbol brilla con la luz tenue de la luna, los ángeles desaparecen dejándoles solos en la inmensidad de la noche, sólo envidiados por las estrellas. Una figura humana eminentemente grande aparece sentada y con la espalda apoyada en el grueso tronco frente a ellos. El hombre extiende las palmas de sus manos con los ojos cerrados, su barba le cubre el pecho y su pelo oculta sus hombros desnudos. “Hijos míos os ruego que volváis conmigo al paraíso terrenal, es vuestra casa igual que la mía. Habéis conseguido el amor pleno y ya estáis preparados para avanzar en vuestra existencia, si estáis dispuestos asentir”. Se miraron tiernamente y al unísono asintieron, abrazados y unidos por su sexo. Una cuerda luminosa emergió a su alrededor atándoles fuertemente a la rama, ya no sentían dolor, ya no reconocían la tristeza y la soledad. La divina mordaza les cubrió por completo, no temían nada, la plenitud desbordó sus inmateriales cuerpos. En pocos segundos la crisálida se desmoronó en pequeños trozos otorgando sus caras a los fuertes rayos del sol.

Miles de cuerpos translúcidos recorrían las verdes llanuras, agarrados por las manos con el gesto tranquilo dirigiéndose hacía un pequeño monte. Desde la lejanía se contemplaban brillos intermitentes, sabían que debían dirigirse allí.

Les llegó el turno, se encontraron con una figura ya conocida para ellos, un hombre desnudo y con el pelo cubriendo sus hombros. Sin decir palabra cogió sus manos y la luz ámbar rodeó sus cuerpos iluminando el valle. Sus etéreos cuerpos se fusionaron en uno adquiriendo los rasgos de la divina figura que les sujetaba. Seguían camino como un único ser, una figura desgarbada y apacible caminando con parsimonia en busca de un lugar donde sentarse. Millones de seres semejantes sentados en el suelo poblaban la floreada pradera, en trance aguardaban rodeados por un ligero manto de luz. Se acomodó y los sueños se sucedieron, soñaron con sus seres queridos, con el mundo terrenal que ahora debían cuidar.

Esa misma noche, en el velatorio donde el cuerpo mortal de Unai yacía inerte, su madre agotada de lágrimas respiraba profundamente. Los recuerdos de su hijo se sucedían, las imágenes llenaban las córneas de los ojos cansados de una madre abandonada. La colosal mano de un titánico hombre se acercó a su mejilla acariciándola. Un reconfortante sentimiento de paz inundó su cuerpo. -Tranquila madre, no sufras, soy dichoso con María, volvemos a estar juntos y ahora ya para siempre, te veo cada segundo, tú tampoco estás sola-.

Abrió su mano y encontró en ella una pequeña nota donde pudo leer “TQM”.

2/8/10

Por las balas.

Agotado me senté frente a la cristalera de un colorido establecimiento de moda. Me asomé con curiosidad, agarré el tirador de la puerta para entrar cuando una fuerza del interior me lanzó a los pies de un individuo con un revólver en la mano. Déjame marchar, supliqué, yo no quería estar allí, fue un accidente. Un hombre vestido de DHL sonreía callado. Otro también cubierto de rojo y amarillo revisaba la caja manteniendo agarrada por el cuello a una mujer joven, preciosa, que lloriqueaba sin apenas emitir un sollozo. Ella me miraba aterrada.

-¡No hay dinero!- fue el único sonido que rompió la turbada quietud del establecimiento donde por error me encontraba. Una potente bofetada mando al suelo a la joven dependienta. La suela del zapato del hombre que me vigilaba se clavó en mi garganta, me hacía mucho daño pero no fui capaz de rebelarme. -Ahora vas a pagar por no darme dinero-, amenazó el irritado atracador echándose encima de la guapa dependienta. Levantó la falda y cubrió los ojos de su sometida amante quitándose los pantalones y dejando el arma en el suelo fuera del alcance de la preciosa mujer, en el pasillo de la trastienda. El silencio se rompió dando paso a continuadas palabras vejatorias por parte de nuestros captores. En el olvido de la violación apareció una niña de unos tres o cuatro años, sujetaba en alto el revólver abandonado disparando certeramente sobre el hombre que dañaba a su madre. Siguió caminado, fría y con los ojos desorbitados volvió a disparar, una y otra vez hasta acabar con todas las balas.

Ahora, después de muchos años, mutilado y con una dolorosa vejez que me hace recordar cada herida, perdono a la chiquilla que defendió a su madre aquélla mañana.

25/7/10

Bloc de dibujo.

Todas las mañanas emprendía la búsqueda, por las noches él se perdía y cada mañana se reencontraba. Cogía su carpeta, su historia resumida en un solo folio donde indicaba lo poquito que sus experiencias sumaban.

Puerta a puerta explicaba sus grandes virtudes como profesional y recogía siempre respuestas negativas. No se preocupe, le llamaremos, en cuanto tengamos algo le avisaremos. Triste llegaba la tarde y por fin se sentaba en el mismo banco del parque. Abría su bloc de dibujo donde trasladaba imágenes retenidas en su retina. Así pasaba las horas. Nadie le aguardaba en casa y disfrutaba las silenciosas horas con las pinturas entre los dedos. Siempre terminaba un par de artísticos dibujos que firmaba y olvidaba pegado en los troncos de los árboles próximos. Justo antes de anochecer se dejaba caer en el césped y prestaba sus sentidos al aroma fresco que fluía de los jardines. Llevaba meses con idéntica rutina y poco a poco dedicaba más tiempo a permitir a su piel sentir. Se ofrecía a soñar.

Una calurosa mañana de agosto encontró una niña de origen asiático sentada en un portal, lloraba secretamente frente a un barbudo abandonado a su suerte. -¿Qué ocurre pequeña?, no llores mi amor-, apenas alcanzaba el medio metro de altura, se calmó cuando una mujer se acercó corriendo y la recogió en brazos. Es preciosa le dije, repitiendo el mendigo mis palabras. Quédese un momento con la nena por favor, salió corriendo tras un furgón. La niña miraba asustada con los ojos inmóviles y fijos en su cara, le dedicó una pequeña sonrisa sin respuesta. Añoraba aquellos años en los que mamá dedicaba sonrisas todos los días, a mis hermanas y a mí durante los ocho años que Aitana estuvo con nosotros. Mi hermana, un ángel caído del lo más recóndito del corazón de mi madre. Las paredes de mi casa guardan su sonrisa, mis dibujos graban su enfermo rostro y aún añoro sus gestos y lloro sus abrazos.

“Sabes que eres una preciosidad”, la sonrisa brotaba espontánea de mis labios al notar su cuerpecito entre mis brazos. “Si quieres ahí tienes muchas más”, la voz de un hombre, en ese momento olvidado, me hizo mirar a través de un pequeño cristal pegado a la acera. Me quedé frío, miré a través del ventanuco medio oculto de la vista de los transeúntes. De un tirón la mamá me arrebató la dulce pequeña de mis manos. Al menos una veintena de personas trabajaban en el sótano que arrancaba a mis pies en un edificio bastante tosco y sombrío, uno de tantos encerrado entre edificaciones modernas. El abandonado señor canturreaba pequeñas estrofas mientras miré de nuevo al sótano, nadie se movía, mujeres de todas las edades pegadas a un taburete. -¡Nunca salen de ahí!, llevó años sentado aquí, está es mi casa, éste es mi árbol y éste es mi banco. Siempre entran pero sólo sale Mercedes, la mamá de la pequeña, será china pero me gusta ese nombre para ella. Debes irte ya, falta poco para que aparezcan los jefes y ésos no juegan-. Mi incipiente amigo se levantó tranquilamente y se evadió calle arriba. Me senté en el banco a dibujar la cara de la pequeña, mi memoria grababa con facilidad rasgos tan bellos como aquéllos. En efecto, aparecieron, al que creí podía ser el padre le regalé mi dibujo. Miró sorprendido, hizo un gesto y dos individuos rápidamente se echaron encima, una tormenta de golpes me dejó tirado con la boca llena de sangre. Mis costillas se retorcían en mi interior clavadas en mi alma, un pequeño aliento permaneció dentro de mí mientras mi conciencia se dormía. Un callado canturreo se acercaba. Unas enormes manos sujetaron mi rostro y lo último que sentí fue la caída de aquél cantarín sobre mí.

Desperté en el hospital, en una solitaria habitación blanca, aséptica, impoluta, celestial. Se entornó la puerta y descubrí la preciosa figura de la niña que retuve entre mis brazos no hace tanto, su madre la acompañaba. Entraron a verme, cogieron mis manos, ceremonial Mercedes me prestó un delicado beso en el reverso de mi mano. Su ternura conmovió mi dolorido cuerpo, aspiré su perfume y clavé mis pupilas en las suyas. Devolvió mi atrevimiento acercándose a mis oídos diciendo “Gracias a ti soy libre, gracias a ti mis hermanas tienen una oportunidad”. Sus labios se acercaron a los míos, entreabiertos fluyeron, se encontraron en la pasión, mezclados, ciegos se amaron.

Una lágrima derramada desde mi interior me despertó. Con sigilo la puerta entornada mostró la figura de un mensajero que en sus manos portaba un sobre. Palabras llenas de libertad relataban acontecimientos derivados de la paliza de la que fui objeto y que permitieron que muchas personas que no disfrutaban de la libre elección tuvieran una oportunidad. Arrestaron a mis agresores y asesinos de aquel hombre que hoy yace en el olvido, según explicaba llena de tristeza la carta.

“Somos diferentes, ya trabajamos para nosotras en nuestro propio taller. Ya no hay más golpes, ya no más violaciones, ya no más vejaciones. ¡Somos libres!”. Culmina la carta.

2/7/10

Acolísteno.

Divinidad.


Los gemelos dormían cara a cara en el mismo camastro desvencijado, artesano, olvidado en un pequeño rincón y tomado prestado por estas almas abandonadas a su suerte. Como en un espejo soñaban suspirando dos huérfanos, sobrevivientes, en un lugar dominado por el portentoso imperio romano, su ejército y sus leyes.

La ciudad pasaba la noche en calma, los ojos de Canam se abrieron eléctricos antes de que el sol ofreciera su intensidad. Con extremo cuidado se apartó del pegado cuerpo de su hermano Adbenayuh que respiraba profundamente mientras dormía. Salió del chamizo corriendo por el vericueto de calles que morían en la plaza del mercado, sabía que a estas horas era más fácil arrebatar las tortas que tanto les gustaban abandonadas a la vigilancia del mercader. El éxito de la maniobra otorgó un buen festín al grupo de chavales que acompañaba las travesuras del intrépido Canam, muchachos poco acostumbrados a la glotonería en aquellos duros momentos de escasez, hoy se levantarían con el regalo de un buen desayuno. La ciudad de Nazaret vivía perseguida, amedrentada por el sometimiento y combatida con la rebeldía esporádica de los más jóvenes. La ambición de los insaciables opresores llegados de tierras lejanas atormentaba la vida diaria de toda la región.

Adbenayuh se levantó intentando no despertar a su hermano que debería permanecer junto a él. Sus miedos amanecieron al percibir la ausencia de Canam. Se asomó a la puerta avistando a los soldados romanos al final de la calle, inquieto de un salto volvió hacía atrás, dudó un momento cómo escapar de la ratonera que en un instante se podría convertir el cobertizo que le cobijaba. La tronera que miraba al patio fue la única respuesta y a trompicones escapó hacía el llano. No se detuvo hasta resguardarse entre olivos y matorrales. -¿Dónde estará Canam?- Oyendo sus propios pensamientos y sin moverse de su escondrijo miraba alrededor comido por el pánico.

Un buitre negro de dimensiones exageradas se abalanzó sobre el temeroso Adbenayuh, asestó las zarpas sobre sus hombros y liviano elevó al muchacho sobre la pequeña ciudad. No sentía dolor, no percibía daño en la actitud del vigoroso animal, sorprendentemente gozaba surcando el cielo. Sus miedos desaparecieron. Adbenayuh contemplaba el ave con admiración y a su vez sentía en la planta de los pies como si el aire le sostuviera. Rozó levemente las vigorosas patas del buitre, este le miró y a su vez dejó a su presa a su suerte. Adbenayuh quedó inmóvil a decenas de metros de altura en el borde de la ciudad, abrió sus manos sintiendo el brillo del sol. Inundado de pasión, colmado de amor cerró los ojos dejando que el rumor del viento atravesara su ingrávido cuerpo. Apreció un eco lejano, su nombre se podía percibir más allá de las nubes. Un centelleo fugaz se aproximó tanto al joven que casi le que quemaba, abrasaba, quería quitársela de encima, separarse, no pudo. Una mujer voluptuosa, desnuda, de pelo liso que apenas le cubría los hombros apareció a pocos centímetros de Adbenayuh. Sonrió dulcemente, acercó sus labios a la mejilla del muchacho dándole un agostado beso. Brotó el resplandor a su alrededor y la cicatriz de una pequeña quemadura apareció. -Dame tu corazón, toma el mío- la voz suave de la mujer saturó de amor la figura que levitaba encima de Nazaret.

Plácidamente descendió de entre los cielos un joven marcado en la mejilla por la ventura. Celestial pudo adivinar la presencia de Canam en «La puerta del Amanecer», el pórtico de entrada a la ciudad por el este donde soldados romanos capturaban a su hermano y le encerraban en los carros que migraban atestados de nazarenos.

El espléndido buitre negro se posó junto al joven Adbenayuh, este dedicó una caricia en su monda cabeza, batió sus alas en dirección a la escuadra romana. Sobrevoló la plaza, sin ser advertido giraba en círculos sin perder detalle de lo que acontecía, en pocos segundos el animal lanzó un sangriento ataque a los cuatro soldados que custodiaban a Canam. La primera acometida arrancó uno de los cascos desgarrando la cabeza a un soldado, con la otra garra clavó las enormes uñas contra el silente corazón de otro desconcertado guerrero. Dos de los armados, boquiabiertos, huyeron perdiendo por el camino espadas, lanzas, escudos... sólo sus cuerpos les acompañaban. El implacable pájaro remontó el vuelo inmediatamente tras los huidos, se echo sobre ellos tirándolos sobre la árida tierra. El brazo de Adbenayuh se elevó en la distancia y el buitre se elevó en el aire dejando levemente heridos a sus presas. Liberados y a salvo los arrestados asistieron perplejos a los acontecimientos cuando el ave se situó junto a Canam jugueteando con el pico en la arena solícito. Acarició las negras plumas y se encaramó sobre sus alas, el pájaro se elevó enérgicamente y su vuelo se inició casi vertical, a cientos de metros desaparecieron entre las nubes. En unos escasos minutos de nuevo la figura del buitre se aproximó a la plaza de donde partieron, exaltado y sorprendido volvió Canam a la tierra bañada de sangre romana ante decenas de miradas perplejas. Agasajado caminaba entre la multitud, sonriente y magnánimo, su divina presencia arrodillaba a quien cruzaba su camino e imploraban su celestial ayuda en sus maltrechas vidas. Fueron respondidos con promesas, con las palabras justas que cada uno de ellos quería escuchar, con sonrisas perdidas y con esperanzas vacías. A cambio de favores pedía como pago cualquier vianda que le pudieran ofrecer, Canam de Judea imploraban.


En brazos de Raquel.


En una ciudad como ésta el asedio del ejército romano restringía los movimientos de la población nativa. Las mujeres eran apresadas para satisfacer deseos y voluntades, apremios afligidos por la crueldad del corazón romano.

Raquel era el amor que permanecía en lo más íntimo de Canam, una jovial nazarena a la que conocía desde siempre, enamorado perdidamente entre juegos y desventuras, su deseo formaba su realidad hacía ya mucho tiempo.

Una noche de redada fue arrebatada por hordas romanas mientras caminaba con una ánfora de agua camino del manantial. Fue trasladada a la residencia del procurador romano de la provincia, cautiva entre semblantes hermosos y jóvenes destinados a la sumisión, la servidumbre y sucesivamente violadas. Su belleza fascinó a uno de los gladiadores que pretendía ganarse el favor de su eminencia. Las mazmorras estaban inundados de jóvenes inocentes arrancadas de los brazos de sus hogares y preparadas para ser vendidas o regaladas como trofeos.

Los oídos de Canam enfurecieron al escuchar la noticia que atravesaba sus tímpanos, “Raquel estaba presa”. Sus ojos arrebatados de sangre salieron al encuentro de la mujer que poblaba su corazón, colmaba sus deseos, el amor que le hacía enloquecer. La ira de Canam fue presurosa al palacete transformado en prisión. El sabor de su piel, el pelo moreno y liso enredado entre sus manos curtidas, el olor de su íntima esencia grabado en su memoria le acompañaban en el desesperado trayecto hasta las paredes de la jaula donde agolpada yacía Raquel.

Paralizado y dubitativo, Adbenayuh, intentaba en vano planificar alguna artimaña que permitiera a su hermano salir bien parado de la embestida contra las escuadras romanas. Oraba suplicando la salvación de los dos amantes, sabía que el arrojo de su hermano le supondría la muerte con seguridad. El más profundo de sus silencios llenó el estremecido y desgarbado cuerpo, sumergido en la tristeza soñaba porque la realidad no existiera, gotas de sangre encendieron sus párpados. Imaginaba una ciudad repleta de flores de todos los colores, de gentes de bien en sus perdidos rincones, de prosperidad en la realidad de todos ellos. Un relincho suave interrumpió sus desesperados deseos, los cascos de un hermoso caballo negro frotaban la tierra bajo su esbelto cuerpo equino. Con su hocico rozaba el rostro de Adbenayuh, portentoso hizo desparecer la inquietud presente dando paso al valor, mientras, un efímero eclipse ahogó Nazaret en las fugaces tinieblas de la noche. El silencio prevaleció en los interminables segundos en los que el sol huyó de la visión de los mortales que incrédulos miraban hacía el cielo. Cuando la luz del día brotó de nuevo el hermoso caballo se mostró alado, unas suaves y blancas alas se movían con inquietud. Acarició la quijada del animal suavemente anhelando con todas sus fuerzas la salvación de su hermano. El bello corcel levantó su pesado cuerpo en el aire y sin dejar de mover las pezuñas emprendió el vuelo.

Canam quedó absorto al contemplar la estampa del equino aproximarse, se acercó a él recordando a Adbenayuh cuando las negras patas golpeaban la áurea arena y con la palma de la mano acarició sus lanosas crines. De un enérgico brinco montó a lomos de pegaso y hablándole cariñosamente demandó el rescate de los innumerables presos arrestados en el palacete romano. A golpe de coz fueron abordando a todos los soldados que defendían el lugar, el impetuoso vigor de Canam fue abriendo paso entre las escasas fuerzas resistentes, más temerosas que arriesgadas en defensa de los calabozos. En pocos minutos la residencia quedó desierta de lanzas y espadas, huían ante la extraordinaria presencia que relinchaba con estridente potencia.

Aclamados por la muchedumbre montaron en la atezada grupa, surcaron el claro cielo hasta las afueras y allí en el desierto fueron recibidos por tórridas dunas. La derrota romana fomentó aún más la admiración y la esperanza del sangrante pueblo de Nazaret, tan rápido se disperso la noticia que se dieron a conocer por toda la región, comentarios y adulaciones brotaban por los rincones. Canam era el muchacho que combatía y ajusticiaba invasores.

Abrazados por la cintura despidieron su montura, la inquietante sombra de la magia dibujada en el aire sorprendía como un asombroso sueño. Besándose lloraron juntos, besos dulces recorrían su piel. Raquel no dejaba de llorar en el sosiego de la felicidad, sus lágrimas dieron vida a unas ligeras amapolas blancas que entre sus pisadas florecieron. La pasión de Canam rodeó con sus brazos a su amante y arrodillándose uno en el otro se postraron en el abrasante terreno. Se tomaron el uno al otro, jadeantes sus besos atrapaban el amor que se confesaban. Raquel mostró su cariño en palabras silenciosas que en un susurro esperaban en los oídos de aquel muchacho, del hombre que despojaba su virginal interior, que acariciaba la delicia de la entrega que los dos se juraron, la ternura de su húmeda pasión saturó el aciago oasis que les rodeaba.

Adbenayuh agitado se sentó en una piedra al pie de un sendero tantas veces recorrido, sintió la dicha en sus venas y esperó mientras oteaba el horizonte dirección al fervor de Canam. Una mujer de algo más de treinta años portaba un pesado cántaro de agua, sus pasos se aproximaban al extenuado joven, su mirada también, aleatorias gotas derramadas de la vasija salpicaban el rizado cabello de Adbenayuh. Su fatigado sudor se mezcló con el cristalino líquido de vida caído por descuido, cada pizca de agua lanzada al suelo perforaba un hoyo en la tierra, fino y profundo, agujereando el firme. Varios orificios originaron en un instante que parte del secarral se desplomara emergiendo aguas subterráneas y generando un estrecho río, el caudal acarreaba la tierra que encontraba en su travesía y una estrechez longitudinal dibujó un corte en la tierra que dividió Nazaret. El torrente forjó su caudal en dirección a los amantes, un fresco palmeral generó un vergel a pocos kilómetros de la ciudad.

Una serpiente apareció entre piedras vetustas y derramadas, sigilosa se enrolla en las piernas de Adbenayuh y provoca su caída al interior del incipiente cauce. Nadando y respirando a borbotones desciende por el curso del río, a duras penas mantiene la cara en la superficie, sumergido por la fuerza de la brava naturaleza llega vencido a la tranquilidad del oasis donde los ojos de Canam sonríen al distinguir su presencia.

En la lejanía una visión distorsionada asusta a Raquel, un escuadrón romano en la distancia interrumpe la placidez del momento. Avisa a los dos hermanos del acecho mientras Canam intenta restablecer las fuerzas desaparecidas de su agotado hermano gemelo. -No tenemos escapatoria- pronuncia mirando a Raquel, estremecido por la amenaza se levanta hacia ella y besándola aguardan la llegada de los soldados. Mira hacía atrás advirtiendo que su hermano ha desparecido, sólo le ha dejado un segundo y ahora no está. Capturados de nuevo por las duras manos de la legión son castigados por su atrevimiento, encadenados y a latigazos son devueltos a Nazaret.

Bajo el agua Adbenayuh sobrevive inerte, inadvertido ante los ojos del mundo respira en calma, quieto, relajado, fortaleciendo su corazón y recuperando las fuerzas, se mantiene respirando bajo la superficie líquida. Para sí las súplicas de suerte en el destino de Raquel y su hermano, ruega a Yavhé por su libertad. Agazapado se acerca a la orilla, pálido, extenuado mira la distancia que deja su hermano. La imagen de las personas que ama se cobija en sus desesperados recuerdos. Dejado yace en el lodazal, entre juncos. El agua que moja sus piernas comienza a evaporarse a tal velocidad que en apenas unos minutos desaparece en una imperceptible nube. El cielo se va ennegreciendo, el celaje ensombrece la diáfana luz del día. Un tremendo aguacero arrecia sobre los caballos romanos y sus presos mientras caminan por el desierto. La arena empapada va formando insondables barrizales que como cepos retienen las viajeras piernas de esclavos y guardianes. A cada paso el sendero se endurece, a cada paso el camino les retiene. Con gran dificultad el avance continúa cuando en la distancia un enjambre de nazarenos provistos de palos y piedras atacan proclamando el nombre de Canam. Se abalanzan sobre los acorralados soldados que no tienen posibilidad alguna de resistencia y rescatan a su lozano adalid.

Libertarios entran en Nazaret mientras varios cadáveres yacen plantados en la seco barro que la efímera lluvia olvidó. Oraciones y súplicas son ofrecidas por seres venidos de toda Judea. Le adoran, le persiguen, le solicitan ayuda, es su príncipe vengador, el libertador del pueblo judío recibe sus apremios llevando en el recuerdo a Adbenayuh, su perdida es su peor condena.

Arrestados.

La noche llega en el horizonte y los soldados romanos también, un grupo numeroso se introduce por apartadas calles donde no son advertidos. Entran, sorprenden, aterrorizan el despertar de los moradores de Nazaret que son amenazados con dagas en el cuello.

Persiguen a un huido, a un relegado al sometimiento de todo un imperio que escapa dejando tras de sí nefastos cadáveres. El procurador romano instiga al Sumo Sacerdote Caifás que detenga la pequeña rebelión de Canam, el Gran Sanedrín, con su sabiduría, dictaminara la ventura de tan escurridizo judío.

La caza del furtivo y su mujer se produce en pocas horas gracias a la forzada confesión de débiles y pusilánimes. Preso y encadenado Canam será enviado a manos del sumo sacerdote de los saduceos.

La bella Raquel, apartada de su amante, fue confinada en la ciudadela Torre Antonia donde reside habitualmente la guarnición romana, junto al templo donde la plebe acude a la oración. Desde allí es más sencillo controlar las hordas de jóvenes judíos que en muchas ocasiones aprovechan la multitud para retar el orden establecido.

Unas manos gastadas por el tiempo se acercan sigilosas a la añoranza que en estos momentos Raquel alberga, acarician su pelo bruno, sobre los hombros el peso de su destino. Su mirada, inundada de lágrimas, adivina la figura de una ajada anciana que le habla sin apenas oírla, procura aliviar la desolación marcada en la cara de la preciosa muchacha, sus ojos miran sin ver.
-No temas Canam está protegido por la divina creación- afirmó la mujer de lacio cabello besándola en la mejilla.

Sobre la ventana que ilumina el cubículo agolpado de sombras una paloma detiene su vuelo, su blanco plumaje refleja los tenues rayos de sol de la mañana irradiando la luz en los impasibles corazones prisioneros. Raquel eleva los brazos hacia la inquieta ave y ésta detiene su paseo lateral sobre el vano del tragaluz. Una rauda flecha silva en los oídos de Raquel y atraviesa firmemente el pequeño cuerpo alado salpicando de sangre el rostro y el alma de Raquel. El fratricida aborda el habitáculo a empujones y carcajeándose recoge la blanca paloma en la palma de su mano. -Podrías haber sido tu, no olvides que a partir de ahora este es tu camastro y yo tu dueño- sonríe macabro Rael, un seboso carcelero adoctrinado por la lujuria y encarcelado en la misma sala que sus prisioneras. -Tócame, coge mi hombría y métela en tu dulce boca- el grueso soldado levanta su sucia saya mostrando las pudendas partes de su cuerpo. La muchacha se rebela únicamente cerrando los ojos, inmóvil, asumiendo el destino habitual de gran parte de las mujeres de Judea. Pensando en su amado y en su íntima soledad es sometida a impuros deseos, agarrada por el cabello sus labios rozan el frío castigo de la carne ante la acostumbrada mirada de atemorizadas esclavas como ella. Encadena sus muñecas, desnuda por dentro y por fuera recibe los envites del profanador romano, llorando sujeta su callada voz mientras tensa estira las piernas para oponer resistencia, para sobrevivir al desencuentro.

Caifás relega a una oscura y olvidada mazmorra a Canam, en lo más profundo de su propia residencia, castiga y tortura tan esquivo preso. Abandonado y tirado en el gélido suelo pierde el conocimiento durante horas hasta que la voz de una blanca paloma tiznada de sangre despierta al reo de su abandono. Escucha sin apreciar bien quien está enclaustrado con él.

No temas. Escucha Canam en la oscuridad.
¿Quién habla?.
No estás solo, somos uno, siempre estaré a tu lado pase lo que pase. Tu perdón será la providencia, así lo quiere quien me guía. Serás recompensado Canam.
Adbenayuh, eres tú el que habla, apenas reconozco tu voz. Te han encerrado también.
Soy libre porque por más barrotes que haya mi corazón no está atado. Porque la bondad ha formado mi alma y yo te regalo mi amor para que resistas los momentos que debes soportar, la ira de los hombres te asfixiará pero no desesperes yo te recogeré.
¡Hermano!, no me dejes. Cuida de mi adorada Raquel. Mi vida, siento tanto ser tu condena, siento tanto perderte en la oscuridad, me odio por llevarte a las manos que nos castigan, por permitir que te hieran. Volveré a tu encuentro mi amor.

Sobre las dunas yace Adbenayuh, el calor del día sofoca su cuerpo inerte. Suspira con más fuerza, su consciente despierta ayudado por un encontradizo niño de corta edad que a sus pies mira sorprendido. Su piel negra, sus ojos caobas, sus pequeños rizos y su cara angelical le despiertan con agrado.

Ya he hablado con tu hermano. Dice el pequeño con voz madura.
Gracias padre. Adbenayuh asiente.
Recupera las fuerzas hijo, tienes mucho trabajo que hacer, sólo has empezado.
Estoy perdido, me encuentro solo sin mi hermano, le necesito y el necesita a Raquel.
No puedo concederte la gracia de su compañía, debes asumir su pérdida que será el porvenir de los demás individuos que pobláis esta tierra de confusión.
No puedo perderlos padre, no podré seguir solo.
Respira tranquilo, sufrirán pero vendré a por ellos.

Un llanto silencioso oscurece los cristalinos ojos del joven muchacho que impotente se abrasa en el tórrido desierto. El cielo se apaga por cúmulos negruzcos
que alborotados aparecen por el horizonte. Gotas de dolor se derraman por toda Judea, las calles inundadas aparecen vacías, el aguacero enmudece la devenir de Nazaret. Días más tarde Judea amanece plagada de flores de todos los colores, el desierto un vergel, la ciudad abordada de color y en una aislada ventana las manos sangrantes de Raquel asoman aferradas de dolor.


súplica.

El sumo sacerdote acude al Gran Sanedrín y expone la captura del rebelde que lleva días alterando el tranquilo devenir de Judea, la persona que ha amenazado la fe que mantiene el pueblo judío. Los zelotas se están organizando en Galilea, la plebe está inquieta ante esta nueva figura que supone Canam, dicen poseer la divinidad de Yahvé, dicen tener la magia en él. Debemos remitir el sublevado a Pilatos para que se ocupe de castigar al reo y determine de una vez el destino de los incontables rebeldes que surgen en nuestra tranquila tierra.

Canam se mantiene confinado tan solo con pan y agua, aunque su aspecto físico después de varias jornadas no ha empeorado demasiado. Una escuadra romana le arrastra hasta la jaula que le destinará a Jerusalén. Mientras aguarda la marcha acompañado de varios apresados como él se acerca un niño de corta edad que agarrado a los barrotes del carro llama a Canam:

¿Dónde vas?. Dice el pequeño gritando.
No te preocupes Lázaro, no tardaré, seguro que en pocos días vuelvo a buscarte. Creo que Adbenayuh está cerca, él te protegerá, no temas nada nunca estarás solo. De momento busca a Nanim, no te separes de su compañía, te proveerá cobijo.
Canam llévame contigo. Repite el niño suplicando con insistencia.

Mientras el carruaje emprende la marcha Lázaro salta al suelo y corre tras su estela gritando -Canam os matará a todos, él es el hijo de Yahvé y vengará vuestra odisea-, salta y grita sin cesar en el camino que aleja a los presos de la ciudad que los vio nacer. En la puerta camino a Jerusalén la carrera de Lázaro se detiene vencido en la arena, arrodillado y sin quitar la vista del rostro de Canam y aún repitiendo -él os matará a todos, es el divino maestro-. Sin ser advertido un fariseo golpea con una patada la espalda del pequeño y le tira al suelo, Lázaro se da la vuelta dolorido y llorando mientras le golpean en la cara con un macizo bastón de olivo. La sangre incesante de la nariz y los oídos empapa la tierra donde el pequeño pierde el conocimiento mal herido. El paso atropellado de un joven campesino llega hasta el moribundo niño, -no temas Lázaro, ya estoy aquí-, tocando con suavidad las mejillas hinchadas e inundadas de dolor Adbenayuh levanta al crío, le abraza y lo aparta de las quietas miradas de los atemorizados vecinos.

Se acercan a la retirada casa de Nanim, en su puerta, con el pequeño en sus brazos, se detiene observando a su morador como hornea el pan que alimentará a los saduceos, cientos de panes acumulados en canastas preparados para su entrega. Los labios del joven Adbenayuh besan la frente amoratada de Lázaro, sus heridas son tan graves que no responde a los estímulos. La oración se eleva en busca de la compasión que el no puede dar y el pequeño muere en los brazos de la rabia y la desolación.

Nanim vuelve el gesto ante la presencia envuelta en sangre que resta la luz de su casa, se levanta hacía el pequeño cuerpo que tantas veces correteaba entre sus piernas, que interrumpía su trabajo con preguntas que no podía satisfacer, que sisaba y mordisqueaba los panes que el realizaba y que con una sonrisa le pagaba.

Soltó al pequeño en una sabana, le cubrió tapando las mortales heridas y agachó el gesto orando por el alma de Lázaro. Durante horas amigos y conocidos fueron apareciendo alrededor del fallecido. El humilde obrador, repleto de gente, se transformó en un improvisado templo donde el murmullo de los rezos atestaban cualquier esquina. Una luz dorada alumbró la tez destapada, como una diminuta llama de calor cobijó a los presentes. Todos fueron acercándose tocando con la palma de su mano la llama sin notar ninguna abrasión ni herida. Adbenayuh se aproximó por último, se arrodillo ante el cadáver del niño abriendo la boca, se tragó la flama alojándola entre sus dientes, acercó sus labios a la boca inerte forzando su apertura. El beso divino encendió el interior de las cabezas como lámparas anaranjadas y durante varios minutos el techo se llenó de sombras pasmadas.

Hermosos buitres fueron apareciendo en los tejados más altos de la ciudad, hileras negras poblaron el cielo de Nazaret, cientos de ellos revoloteando en círculo sobre el Templo. Un águila real se posó sobre el busto del emperador Tiberio abriendo sus extensas alas.

Unos ojos infantiles volvieron a abrirse al anochecer bajo el manto de la noche, Adbenayuh solicitó que las canastas repletas de pan fueran entregadas a los incontables pobres de la ciudad sin pago a cambio.

Los saduceos abarrotaban los templos entregados a la oración mirando de reojo a las aves que los acechaban. El gran águila se abalanzó sobre Caifás y a partir de ese momento una recua sangrienta atacó con espontáneo frenesí a miles de personas que abarrotaban el templo. El ataque fue aniquilador, muchos murieron bajo las garras y los picos de las aves, otros desmembrados y heridos huyeron atemorizados.

Lázaro devolvió el beso a Adbenayuh y le sopló en su corazón, -Dios pide tu misericordia tío, calma a Canam en su último día pues le queda poco para redimir nuestras culpas-. Nanim ofreció su cobijo para la mañana siguiente llevarles a Jerusalén acompañados de los abnegados devotos presentes.

Olvido.

Olvidado, caminó a Jerusalén, lamentaba su destino con el pensamiento perdido entre los brazos cálidos de Raquel, con el iris de su ojos reflejando felicidad. El viento abrasador rebosante de amargura amenazaba con agrietar la curtida piel de Canam, su súplica viajaba con él y su amor quedó atrás. Trasladándose al encuentro del procurador de Judea renegaba de su destino buscando la muerte con cualquiera de los soldados que le custodiaban.

Adbenayuh emprendió la búsqueda de su hermano como en tantas ocasiones, con la viva esperanza de abrazarle de nuevo. Sólo con el sufrimiento y a pie viajó durante interminables jornadas, no dormía, no comía... apenas un poco de agua le ofrecía sustento. Llegó a un ínfimo manantial en el que arrodillado observó un asno dirigirse hacia él, se tumbó medio asfixiado, famélico, con la vida evaporada.

Adben, otra vez juntos. Palabras surgidas del animal.
Señor no me abandonéis.
Nunca te he dejado, vivo en tu interior, nunca me has escuchado hasta que te ha hecho falta.
Tenemos que salvar a mi hermano, a Raquel... no puedo dejarles ir.
Sabes que debemos dejar trascurrir los días. No debemos participar en el destino, convéncete, déjales ir.
Ayúdame, por favor. Rogaba Adbenayuh arrodillado.

El pollino cerró los ojos y murió ante las inexpresivas facciones de un desesperado joven que sujetaba el hocico con ternura. Bebió un soplo de agua y continuó la marcha. Era incapaz de olvidar con quien había compartido todo, la persona que sostenía su existencia. Canam le necesitaba y no podía olvidar el sufrimiento que intuía en su sangre en contra de los designios del divino.

A veces la penumbra nublaba la mirada limpia de Adbenayuh, sus deseos pasaban por la recuperación de Canam y de Raquel, armado únicamente con su voluntad no podía relegar las voluntades del moribundo burro, ese ser superior que le perseguía y no comprendía, que le otorgaba y aconsejaba. -No puedo olvidar- era el único pensamiento que recorría su cabeza de un lado a otro mientras el desierto ofrecía su duro camino a Jerusalén.

Pilatos enérgico se entrevista con miembros del Gran Sanedrín, estudian la sentencia más apropiada al reo que a punto está de llegar. Aparecieron dos soldados custodiando a un escuchimizado preso encadenado y moribundo, arrastrándose llega apenas a unos metros de la sombra del procurador romano.

Este es el individuo que nos atormenta, el que escapa de nuestro ejército, la persona que nos mantiene en discusión sobre la influencia en Roma y la repercusión de sus actos en Judea, al que miles de judíos veneran y consuelan. Indignante, simplemente patético. Pilatos reprocha decepcionado al contemplar a un derrotado y hambriento Canam.
No se confíe de lo que a primera vista observa su alteza, goza del favor de Yahvé y así lo ha demostrado en diversas gestas contra vuestras tropas. Debemos ajusticiar su osadía para dar ejemplo a la plebe, no se debe desafiar las leyes divinas de los Saduceos y Roma está obligada a cumplir con su palabra. Caifás contrariado exige mirando a los ojos de Pilatos.
Roma no permite sublevaciones, no consentimos desafíos y por lo tanto no se preocupen en tres amaneceres será crucificado ante su propio Dios como lo que es, un vulgar asesino.


Una cristalina lágrima resbala precipitándose al frío pavimento acompañando la verborrea diplomática de burocráticos sacerdotes presentados en torno a una fuente de piedra decorada de peces voladores, una serpiente abraza a una paloma entre los jardines sin ser advertida más que por los ojos cautivos del condenado. Arrodillado y entregado a su suerte formula deseos y plegarias por aquellos a los que no podrá volver a ver, por los que no podrá volver a abrazar y besar.

Encierran a Canam en las catacumbas, en una pequeña oquedad donde comparte alojamiento con otros dos condenados a la crucifixión. Lamentos de ultratumba resuenan, un frío helador alberga en la ocre oscuridad, el sufrimiento respira tan olvidado lugar.

Un sacerdote menudo abre la puerta lentamente, una vela adelanta su paso y con un gesto obliga al hediondo carcelero levantar a Canam y trasladarlo a otra sala aún más oscura, tirado a los pies de una figura que apenas diferencia, la imagen del procurador romano gesticula casi imperceptible.

Escucha por un momento, no temas no te voy a sacrificar aunque toda Judea así me lo pida, tengo preparado alguien que morirá por ti, otro hombre del que nadie se acordará y que te permitirá seguir vivo, siempre y cuando protejas mi alma y me encomiendes al divino señor de los cielos. Ruega Pilatos con voz temblorosa.
Yo no soy a quien buscáis, no puedo salvaros de vuestro propio destino, la espada que os aguarda seguirá esperando. Replica Canam mirando la pequeña llama sustenta por el sacerdote.
Contempla quién está con nosotros, ves, le reconoces... Es tu hermano, le han encontrado moribundo en el desierto. Moriréis los dos juntos a los pies de vuestro propio pueblo.
Hermano... Adbenayuh es interrumpido por un decidido batacazo en la boca que le provoca una incipiente hemorragia.

Canam era el número tres de los condenados a morir en la cruz al día siguiente, en su lugar dispusieron a otro hombre del que nadie se acordaba y que había sido arrestado infinidad de veces por pequeños descalabros y que era más conocido dentro de la guarnición romana que fuera, se llama Jesús, Jesús de Nazaret.

Dos hermanos perpetuados en un agujero varios metros bajo tierra fueron olvidados y arrancados de la luz, tapiaron su puerta con piedras extraídas de una cantera en Galilea expresamente traídas para la residencia personal de Poncio Pilatos. Encadenados a su suerte, uno frente a otro, fueron enterrados en vida. Canam resistió muchas jornadas agonizando el nombre de Raquel y rogando a su hermano un acto que los libertara, Adbenayuh vio fallecer a su hermano rogando cambiar su irremediable final. Hoy en día continúa orando por el alma de Canam, desaparecido frente a él hace demasiado tiempo. Sujeto por las cadenas que atrapan sus muñecas vive la inmortalidad encomendada por Acolísteno, el dios que aparece sentado en el suelo cumpliendo la misma condena, que llora todos los días como él, que reza por el alma oscura de la humanidad y que nos observa y nos concede la libertad.

12/6/10

Frutas.

Una sinfonía de guitarra mueve mis sentimientos de un lado a otro sin conocer el rumbo, mi teclado se convierte en un piano acompañando las notas musicales que llegan a mis entrañas mientras mis ojos no ven más que sonido. Da igual dónde esté, escribo música, no es necesario saber por qué, me dejo llevar por la melodía que retumba en mis pensamientos.

Echo de menos tu figura contonearse sobre las sabanas en las que tu sabor nunca desaparece, sigo tu camino palpando tu veneno. Como tus palabras lanzadas en plena excitación y recogidas a borbotones con mis labios extenuados.

Soy una araña que azorada va tras su presa, sin saber el final de los acontecimientos me apresuro a la caza. Cazador de momentos intensos fundidos durante horas en mi piel, cicatrices infinitas que jamás marcharan de mi corazón y mi recuerdo.

Agarro tu cintura mientras me miras, mientras me acaricias con tus delicados pétalos que cubren tu mano, mientras empañas mis salvajes instintos de posesión, me miras.

Tu piel se aproxima a la mía alborotada, electrizada, buscando la intensidad del amor que te otorgo con desasosiego y que ni por un momento olvido. Rozas mis cabellos con los tuyos, enredados viajamos entre nubes de color que camuflan nuestros cuerpos, la batalla se transforma en la búsqueda, en el ansia de satisfacción de la plenitud de los abrazos que gozosos mostramos.

Atamos nuestros dedos mientras beso tu boca, muerdo tus labios, clavo mis dientes asesinos en tu lengua. Agarro tus hombros, bocanadas entre nosotros, mi interior en tu interior. Agitación emocionada con sabores intensos de melocotón, frutas carnosas que me nombran y de las que no puedo huir, cuanto más lejos más cerca, no puedo huir.

Inmersos en una oleada de caricias germinamos la planta de la vida en nuestro interior, esa planta que lleva a empujones la felicidad de momentos inolvidables, entremezclados de cielo e infierno volvemos cada día...

Llegamos al amanecer de una nueva pasión, de una nueva flor.

8/6/10

Publicado por Nelavi.

EL VIENTO.....

EL VIENTO, CON SUS ALAS TRAIDORAS
SE LLEVA TU IMAGEN DE MI PENSAMIENTO
ME INVADE LA PENA PERO SÓLO UN INSTANTE
PORQUE SE QUE NO TE PUEDE ARRANCAR DE MÍ

VIVES AHÍ, ESCONDIDO, AGAZAPADO
PERO A VECES TE VEO TAN CLARO
QUE NI EL VIENTO FUERTE CON SU FURIA
CONSIGUE ARRANCARTE DE MI SER

SE QUE ME ESPERAS, NO DESESPERES
PRONTO ESTAREMOS JUNTOS
EN ESE MUNDO DE SUEÑOS Y FANTASÍA
QUE HE CREADO PARA NOSOTROS DOS

ME ACERCO A TI EN SILENCIO,
NO QUIERO DESPERTARTE DE TU SUEÑO
FELIZ DE QUE ESTAMOS JUNTOS
ME ACUESTO A TU LADO Y ME DUERMO.

_______________________________________________________

PARA GALLE

TE ECHO DE MENOS
EXTRAÑO TU ALEGRÍA
TUS GANAS DE VIVIR
LO QUE ME TRANSMITÍAS.

ESO ME FALTA AHORA
TENGO QUE VIVIR SIN TÍ
NO SE SI SERÉ CAPAZ
PERO LO TENGO QUE INTENTAR.

ME PREGUNTO A VECES
DONDE ESTAS AHORA
SI ME ECHAS DE MENOS
COMO YO A TÍ, A TODA HORA.

ESTAS EN UN SITIO MEJOR
DE ESO ESTOY SEGURA
ESPERO QUE SEAS FELIZ
MAS QUE LO ERAS HASTA AHORA.

___________________________________________________________

TE VEO....

TE VEO ALLÍ, EN EL CIELO
TUMBADO EN LA NUBE QUE PASA,
MIRO AL AGUA Y ESTAS TAMBIÉN
ENTRE LAS HOJAS QUE CAEN.

TE VEO EN MI REFLEJO,
TAMBIÉN EN MI ALMOHADA,
ESTAS EN MI PENSAMIENTO,
Y EN LAS COSAS DIARIAS.

TE VEO EN EL FONDO DE MI TAZA,
EN LA LUZ DE LA VENTANA,
EN LA ALEGRÍA DE LA MAÑANA,
EN LA DULZURA DE LA CAMA.

TE VEO EN UN NIÑO PEQUEÑO,
TAMBIÉN EN UNA ANCIANA,
ESTÁS EN MI PENSAMIENTO,
MI CORAZÓN Y MI ALMA.


NELAVI.

1/6/10

Circo de las virtudes.

Bienvenidos al circo de las fieras más grandes del mundo, por un extremo asoma la soberbia, altiva y despectiva para todos nosotros, no se asusten todos tenemos dentro de nosotros pedacitos de sus tripas. La envidia aparece en la jaula de los animales más peligrosos, les devorará si no tienen cuidado serán el almuerzo de cada día, sólo tiene ojos y unas patitas muy pequeñas.

No se acerquen al odio es el maestro de la guerra, invencible parece pero no lo es y además es capaz de amargar la existencia al resto del público presente.

Sigan, sigan... adelante. No se detengan, pasen y vean cuan felices serán teniendo a su lado la enorme pasión. Vean cómo la deseamos todos y aparece a duras penas. Ven tesoro conmigo estarás bien, te protegeré y estaremos juntos para siempre...

En poco tiempo volvió la pasión desolada y triste, su amor murió de agotamiento desenfrenado y ahora queda el cariño, la sinceridad, la honradez, la justicia, la compasión, la comprensión y otras tantas virtudes que pasan de largo en momentos tan breves que ansio no olvidar.

Todos somos artistas si dejamos aflorar el amor que poseemos y que debemos compartir.

Gracias por pasar un momento en Guribundis.com, una locura que oculta dentro de mi vibra de pasión.

Desesperanza.

Mirando observo los histéricos párpados que se muestran con su interior farragoso,
¿te conozco?, ves lo que soy o me juzgas... miles de ojos vigilantes a mi alrededor infames dominan mi mundo adormecido por la quietud.

Corriendo la huida es eterna y la liberación imposible. No persigas lo que no es tuyo, ven si lo que quieres es responder con la respuesta, abrazar con el deseo, avanzar sin corazas que nos hieran.
Sólo ojos nada más, con ellos miradas oscuras me someten a sus deseos.

El cielo se oscurece, el suelo se ensombrece y mi amarga dádiva no cesa su colisión con la áspera realidad. Mi luz atrapada sin poder salir y emerger ante los infinitos ojos que la atrapan. Mi presente te ofrezco, sálvame de caer en el vacío de profundos cañones que el destino desampara.

Desolado ando en el cable uniendo un extremo a otro, la virtud de la tristeza, el amor del odio, la desesperanza y el deseo... a veces mis pies no encuentran camino que seguir, mi alma en ocasiones les guía y en otras... tropieza.

26/5/10

Esperanza.

Gozo mientras lavas mi cara en la cristalina marea de tus besos adormecidos por la tenue luz de la mañana, cómo dedicarte mi corazón sin perder mi propio yo en el transcurrir del tiempo, mirándote paso mi vida esperánzado de felicidad irrenunciable.

Pudiera sentirte...

Este espacio, que ocupa mi cuerpo en lo terrenal de mi existencia, es suficiente para tenderte la mano de unión de nuestras almas, ¿será posible?, será posible, mi vida, encontrarnos con la cara al viento y bañados de amor.

Esperanza de sentir el gozo de vivir.

16/5/10

Buscados en el Sena.








Dudé por un momento si realmente estábamos en la ciudad del amor o sólo continuábamos en Madrid soñando con imágenes sorprendentes de París. Andábamos juntos inmersos en conversaciones diferentes a las que te sumabas o te perdías. Frases cortas risueñas que alegres voces acompañaban y su eco nos dirigía por las inmutables calles de la real villa bañada por el Sena.

Boquiabiertos siempre mirando a todos lados intentando memorizar los grandiosos rincones de la transitada colonia de colores en la que discurría la mañana. Alucinábamos ante la exposición de historia que nos presentaban los majestuosos edificios. Exclamé con entusiasmo.

¡Mira!, es precioso.
Si, no he visto nada igual. Contestaba una voz compañera.
Y eso y lo de allí. Repetíamos.

Era un interminable monólogo compartido entre imágenes casuales llegadas a un mismo destino. Me detuve un instante a admirar una de las obras expuestas por un extravagante pintor de Montmartre y a la venta en una de las callecitas repleta de visitantes como nosotros. Observé el lienzo sumergiéndome en sus trazos, perdiéndome en sus contrastes, absorto imaginaba mis pies caminando sobre las líneas marcadas con brillantez y dulzura, daba la impresión de dirigirme al paraíso de la felicidad donde me mantuve hasta que alguien me tocó en el hombro avisándome para continuar la marcha.

Una nube de personas avanzábamos como marea dentro del mar, de una calle a otra atraídos por los mismos vericuetos. Rezumaba arte por cada piedra de los edificios que llevaran tanto tiempo esperándonos. Parte del grupo desapareció de mi vista tragados por una de las columnas humanas. Un niñito me agarró del pantalón y sonriendo me pedía monedas, se las ofrecí, salió corriendo hasta una mujer bastante mayor que esperaba en la esquina, miró con mal gesto y dibujó el signo de la cruz en el aire mientras yo no dejaba de mirarla.

Están aquí. Comentó Maria Jesús sorprendida.
Vamos, tomemos un café, estoy harto de dar vueltas. Llegó una voz desde el perdido grupo.
Esta llenito de gente. Reclamó Ana.
Necesito ir a la “toilet”. Rió Vanesa con gracia y desesperación agarrando a Alicia de la mano.
Mandan las chicas, “garçon café pour tous”. Dijo Angel con su francés depurado.

Me quedé quieto un instante delante de la puerta y tras de mí sonó un estruendo que me hizo saltar con la agilidad de un guepardo. El busto partido de una dama cayó rozando mi sombra. Un gatillo salió mal parado del trance quedando aplastado por la tallada piedra. Enseguida aparecieron dos gendarmes poniendo orden y llevando la calma a los innumerables transeúntes que alborotados se movían como palomas desperdigadas por el correr de un niño travieso. Pedro que ya nos esperaba dentro de la Brasserie gritaba desesperado.

Me han quitado la cartera.
Ojo, un carterista ha hecho de las suyas, se escapa. Avisé rápidamente a todos.
Pillar al chico. Tiene que estar cerca. Avisó Roberto desde una de las mesas.

Una gendarme con sorprendente velocidad se lanzó a los pies de un chaval morenillo cuando iniciaba la carrera de huida desplomando su cuerpo en los ancestrales adoquines. Recuperaron la valiosa cartera de nuestro compañero de viaje en un suspiro, fue inmediata la conexión entre los presentes al altercado.

En la esquina opuesta de nuevo la misma imagen que tuve hacía unas horas se repetía, la mujer enfundada en tristeza me observaba con aire de enfado y con el chiquillo agarrado de la mano.

Proseguimos nuestro deambular por la ciudad de la pasión y el cielo se nubló repentinamente, la lluvia humedeció nuestros ánimos, cancelamos el tranquilo paseo y aprovechando que se acercaba la hora de comer preguntamos por alguna tasca que nos reportará una exquisita comida y no nos arruinara. Nos aconsejaron una pequeña posada en el barrio latino, cogimos un taxi, en pocos minutos nos presentamos en una antigua casona con un camarero sacado de un barco pirata, con su verruga y todo, famélico e inclinado hacia delante como desafiante a la ley de la gravedad.

Pasen señores, degustarán un plato típico que a los españolitos les gusta mucho.
No soy español, soy argentino, boludo. Pronunció con voz falsa Pedro.
Lo que usted diga señor. Asintió el camarero.

Nos sentaron en una mesa de madera maciza con surcos como un dedo. Un lugar aparentemente abandonado a su suerte hacía muchos años y que te sumergía en la época de los Mosqueteros y los duelos. Nos ofrecieron vino de la casa, nos agasajaron con pinchitos deliciosos. Nos obsequiaron con una fuente de una crema verde humeante, enseguida nos advirtieron de la contribución que haría a nuestra salud, cosa que dudábamos a primera vista. Ninguno reconocimos el contenido de aquel plato que casi brillaba, ¿sería uranio?, tenía la apariencia de un derivado del petroleo que de ser algo comestible.

Es una crema especial de verduras de la zona, contiene berzas ricas en potasio, ecológicas, es un manjar muy típico de París. Anunció el camarero pirata.
No tiene algo más consistente, algo que se haya comido previamente este potingue. ¿No tiene cochinillo?. Sonriente respondió Pablo.
Disfrute de este plato, le abrirá el apetito y a continuación podrá degustar nuestras
carnes. De buey, cordero... lo que usted quiera. Empeñado en darnos la dichosa crema.
No me fuerces, quiero carne de primero y de segundo y como mucho a continuación un postrecito.
Haga caso señor, intensificará el sabor del resto de alimentos, pensará de otra manera, verá las estrellas que cubren París antes de que la noche llegue.

Tomamos la dichosa crema, algunos a regañadientes y otros decididos seguimos las indicaciones del pirata y su loro. Deliciosa, simplemente increíble, era realmente sabrosa. Acompañó la comida de sabores y aromas majestuosamente, nuestro paladar se afinó y la recompensa estuvo a la altura de las palabras del bucanero. Increíble pero disfrutamos de un delicioso avituallamiento.

Emprendimos de nuevo la búsqueda de monumentos, persiguiendo fotografías que ya existían en nuestra mente. Nos acercamos al Arco del Triunfo y allí localizamos descansando en uno de los bancos próximos al joven carterista que había sido arrestado hacía pocas horas. Sonriente y desafiante nos miraba y se burlaba claramente. Pedro se abalanzó sobre él. Le sujetamos como pudimos, tenía la fuerza y la rabia de un toro bravo. Nos hicimos con él. El ladronzuelo sonreía viendo la incapacidad de Pedro para darle dos hostias bien dadas.



Nos alejamos de allí por el empuje del grupo, queríamos divertirnos y no perder la cabeza con venganzas con desterrados de la ciudad, nos faltaba un sólo día para volver a casa y deseábamos vivir el tiempo que restaba con risas y cachondeo. Fuimos acercándonos al Sena por unas calles bastante estrechas, posiblemente una zona de la ciudad no tan turística y tan gozosa de las bondades de la exuberancia que mostraban otros barrios donde todo era glamour y calculados gestos de ciudadanía.

Caminando en manada a través de las venas de la ciudad empedrada llegamos a las inmediaciones de la catedral de “Notre Dame”, su grandiosidad colmó el cristalino de nuestros ojos. Perdíamos la noción del tiempo observando la maravillosa fachada incrustada de detalles arquitectónicos que llamaban a los espíritus del averno avisándoles de que allí reinaba la luz, el amor y la bondad de fieles que en su interior se defienden de la oscuridad y la frustración, la maldad y el horror de los corazones muertos. A sus pies y frente a ella admirábamos su grandiosidad. Mis manos se entrelazaron con las de Ana mientras sentíamos el trabajo de miles de almas anónimas que dormitaban en las gruesas paredes que abrigaban la belleza del mausoleo, tantas vidas terminadas, cuantas almas sometidas para dejarnos en herencia tanta labor. -Venga chicos vamos a subir la escalinata, creo que son más de 200 escalones- dijo alguien a nuestro alrededor para romper la magia del momento.

En fila y tras una inmensidad de turistas, como nosotros, iniciamos la andadura por gastados peldaños con la forma de millones de suelas en su vientre, resbaladizos y esquivos haciéndonos sufrir por una interminable caracol que nos asomó a unos corredores de recovecos y estrecheces vigilado en todo momento por innumerables gárgolas. Soñábamos en el cielo de Notre Dame, cerré los ojos saboreando la inmensidad de sabores de siglos escritos en piedra. Especies animales momificadas amenazaban todo lo que se mantuviera fuera de la catedral, desde la lejanía tan agresivas y aquí tan cercanas tan frágiles. Apenas nos podíamos mover entre la multitud de curiosos, de fotógrafos que en silencio grababan recuerdos que la memoria algún día borraría.

Por fin nos aproximamos a la enorme campana que gobierna el edificio y donde todos evocábamos a Cuasimodo. Risas y frases banales llenaron nuestros oídos mientras mirando hacia abajo descubrí la vieja señora de luto que durante todo la visita se me aparecía en cualquier esquina. No hice caso, volví mi atención ante la cantidad de obras de arte que poblaban los tejados de la catedral centenaria.

Una gran campanada se produjo mientras decenas de personas paseábamos por las alturas de Notre Dame, todos sin excepción caímos al suelo intentando taponar cualquier posible entrada al ensordecedor ruido. Aturdidos y con los dientes apretados nos levantábamos empujándonos unos a otros, salidos del infierno perseguíamos la salida sin quitar las palmas de las manos de la cabeza. Se empujaban unos a otros sin importar las consecuencias, varios visitantes tropezaron arrollados por el pánico y por la imprudencia de gente más rápida que sólo quería huir.

Agarré a Ana de la cintura con la mano derecha y con la izquierda sujeté su antebrazo, inmovilizada le dije, -detente cariño no ocurre nada, no tenemos que temer nada-, volvió su cara hacia la mía y me acarició levemente la mejilla, sus ojos se coloreaban de un verde intenso y sin poder evitarlo sentí mi cuerpo endurecerse impetuosamente. La pesadez de mi sangre evitaba el bombeo de mi corazón y el oxigeno dejó de hinchar mis pulmones. Mis ojos reconocían el semblante pálido de Ana transformándose en granito y exhalando su último suspiro. Sus labios cercanos a los míos no fueron capaces de darse el último beso y permanecimos unidos en la esquina de los corredores que justo divisan el placentero pasar del Sena bañando el barrio latino dirección al sol de mediodía.

Solos, formando paisajes con innumerables monstruos divisábamos la inmensidad de la quietud en nuestras vidas, no sentía nada aunque podía observar lo que ocurría delante de mis ojos. La veía a ella, su rostro y su sutil ardor me acompañaba. Comencé a notar algo dentro de mi que me proporcionaba temor y asombro, -me deshago por dentro- pensé, sin tener ninguna opción de adivinar que estaba pasando. Adiviné la expresión perpleja de Ana, no se movía, pero podía adivinar su extrañeza ante el renacimiento de sus entrañas. Perdí el conocimiento en cuanto mi cuerpo se deshizo en miles de frágiles porciones de solida piedra. De mi vientre un niño brotó, era yo mismo, me reconocía a la edad de cinco o seis años, pude sonreír de felicidad antes de que mi conciencia desapareciera. El renacer de un pequeño muchacho que entre las piedras agarró de la mano a una pequeña niña que indudablemente era la persona de la que estaba enamorado, Ana. Seguíamos juntos en la cima de París sin alcanzar a comprender apenas nada de lo que ocurría. Por algún motivo que desconozco me acordé de la señora de negro que siempre me vigilaba, en ese momento sólo conocía a esa persona y un sentimiento de afecto floreció sin saber porque, corrí tirando de Ana en busca de la bajada a la calle donde la mujer dibujada en mi mente nos esperaba. Nos llamó de forma cariñosa, nos apretó las manos y nos alejamos del lugar sin mirar atrás.

De entre los jardines de la preciosa entrada a Notre Dame nos cruzamos con un grupo de turistas españoles que presurosos preguntaban por el paradero de un tal Antonio y una tal Ana que no habían bajado de la cima de piedra sobre el Sena.

Un beso.

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