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5/6/12

Misiva 17. Alicia.



MISIVAS DE UN RECUERDO.


                                                                                   Cuenca, 30 de Junio de 1937.    

Estimada Alicia,

Llegamos a la Santa Iglesia de San Pedro donde teníamos la misión nombrada cariño, aquella que despegó mis labios de los tuyos, aquella que me separó de ti. Acompañado por el padre Mateo encontré al padre Berto desolado en un rincón de la habitación de la mujer, de Laura Sanlúcar, escondía ropa interior en la palma de su mano. Manos sangrantes de dolor divino que le conferían la maldad de su ser.

Procedimos como siempre, entre los dos encadenamos a la mujer y en la pared opuesta al enfermo padre Berto. Gritaban y gritaban mientras curiosos rezumaban tras la puerta de la habitación. Alguno de los hermanos solicitaba clemencia como un sollozo lejano, la sentencia estaba dictada y no se contemplaba el perdón.

Las herramientas dispuestas en el suelo, nuestro corazón en un puño, no deja de ser una tarea difícil para mi. Alicia no pienses que el mal me llevó, siempre cumplo ordenes aunque odie su ejecución. Sólo me faltaba perder la vida o perderte a ti mi amor. Lo hago por nosotros en poco tiempo podremos alejarnos de esta maldita guerra y reconduciremos los senderos del señor.

Mateo comenzó cortando el pelo a los reos, dio de beber vino a borbotones, siempre es más fácil, borrachos se resisten menos. Al padre le dejó desnudo, le dejamos desnudo. Con un pequeño bisturí inició un dibujo en el pecho del hermano Berto, su sangre se derramó rápida. Los cortes continuaron dividiendo su piel en finas láminas. Creo que el padre Mateo lleva estos asuntos demasiado lejos.

Es necesario continuar arrancando la vida, sigue con la señora que Berto está dispuesto para pasar a otra vida. Me lo llevo, le entarraré vivo para que sirva de escarmiento a todos, le dejaré que muera aprisionado por la tierra que le vio nacer. Gritó a los que aguardaban tras la puerta de la habitación y se llevó el sanguinolento cuerpo hacia el patio de la Sacristía. No pude realizar el trabajo que me ordenaron, pensé que salida podía tener ante aquel dilema. Aproveché el abandonó de los padres que salieron en bandada para poder contemplar la matanza de Berto y saqué a Laura, así se hizo llamar, en dirección a la capilla.

No encontraba una huida fácil y localicé una de las losas bajo el confesionario con muchas oquedades. Aquella piedra enorme cedió y como esperaba el suelo se mostraba grandioso. Accedí a una cripta no demasiado grande, llevaba el cuerpo de la mujer borracha sobre mí y con mucho esfuerzo nos metimos dentro. Mover la losa fue duro pero nadie nos vio huir. A los pocos minutos alaridos alertaron al hermano Mateo y las blasfemias inundaron el Santo lugar. Mientras tanto respiramos con dificultad sobre un gran lecho de huesos. Montañas de cuerpos ancestrales dormían bajo los pies de los clérigos que buscaban a una hermosa mujer y un joven pastor.

Durante días aguantamos en nuestra fosa, Laura me contó muchos detalles de cómo la guerra no tiene bando bueno y de cómo los abusos de unos y otros la han llevado a guarecerse en una capilla sin tela que tapar sus vergüenzas.

Un día muy de mañana, cuando percibí los primeros coloridos rayos de sol entrar por las diminutas rendijas que el suelo poblaban, me decidí a salir de nuestro escondite. Justo al emerger sobre el suelo los diminutos ojos de un mocoso se detuvieron sobre mí. El lampillo recorría la nave hurtando cualquier bien que mereciera la pena. Nos acompañó sin decir palabra y por unas monedas se ha prestado a enviarte esta carta en mano. Cuídale bien su trabajo le ha llevado es un buen trabajador, sólo necesita un poco de atención.

Nuestro secreto amor debe seguir siéndolo ya lo he abandonado todo y no tiene sentido falsear más mi libertad. Te quiero y ya te diré donde me podrás encontrar.

Siempre tuyo.

Lucas de Manuel.




Misiva 16. Redención.



MISIVAS DE UN RECUERDO.


                                                                                   Cuenca, 22 de Junio de 1937. 

Estimado Alférez Nadal,

He recibido un mensaje de un maltrecho pecador, ha perdido la razón en un momento en el que debería dar el ejemplo que la nación requiere. Estoy camino de la Iglesia de San Pedro que sita justo en lo más alto de la ciudad de Cuenca. Llevo conmigo a Lucas de Manuel como consejero de leyes y acciones. No os preocupéis, estaré a la altura y erradicaré la corriente libertina que tan peligrosa es en los tiempos que corren.

Manteneros alerta con una pequeña escuadra, ya conocéis las intenciones de las milicias que esos montes guardan. Se pueden presentar en cualquier momento, son antropófagos regidos por el propio demonio y el mal alienta sus almas. Alférez dirija un los soldados cerca del río, acampen allí. Durante el día necesitaré la guardia habitual para impartir doctrina por la ciudad agnóstica que nos confiere, mucha sangre roja debo derramar por nuestro Señor Jesucristo el Salvador. No podemos pecar de ingenuos con los caminos del Diablo.

Comenzaré por mi querido amigo Berto que ha perdido la cordura por una fulana que se ha entregado en la casa de Dios a la lujuria. Acabaré con la semilla y continuaremos Santa batalla juntos querido Nadal.


Mateo Carranque.




Misiva 15. Confesión desnuda.


MISIVAS DE UN RECUERDO.



                                                                                           Cuenca, 18 de Junio de 1937.    



Estimado Mateo,

No se empezar este escrito sin la vergüenza perdida, ya no soy el Berto de siempre, lo dejaré todo.

En pocos días he derramado las lágrimas que la oración y el trabajo interior ha consolado. Te cuento lo ocurrido en el interior del templo de Dios, ante sus ojos y dentro de los muros que llevan años albergando las almas puras de mis hermanos.

Entré por el gran pasillo que lleva ante la figura crucificada de Cristo. Ilumina la cromática cristalera en lo alto de la pared que observa el Sur. Era una noche agradable y como realizaba cada fin de día verifique la capilla, apagando velas, colocando lo poquito que la voluntad humana descarría en sus rezos. Algo mantuvo mi mirada hacia el confesionario, no veía nada pero sentía un impulso vibrar en su interior. Escuchaba un dolor temeroso y silencioso apenas perceptible por los oídos y sí por el corazón. La angustia brotaba del cuerpo de una mujer que desnuda se mantenía sentada en la butaca donde siempre el padre Pérez gustaba trabajar las confidencias.

No temas hermana, no temas hija del Señor. Soy Berto. Cuido de esta humilde parroquia donde te encuentras. Necesitas un bocado, justo cenaremos en breve hermanos, algún chiquillo que colabora con nosotros y yo mismo.

Perdóname Dios esta ofensa que hago a la Santa Divinidad, nunca contemplé cuerpo tan extraordinario, la naturaleza hizo bien traer a este alborotado mundo terrenal tal hermosura. Un aura limpia y estelar rodea su cuerpo. Debe ser un ángel caído para tentar mi fe mortal. Tiene la tez sonrosada, los labios rojos, nerviosa y agotada se muestra. Mi obligación sería socorrer al desvalido y no mojar mis más interiores telas en las que mi alma nunca pensó. No tengo fuerza para limitar mis actos y no dejar mi piel rozar su contorno límpido y florecido.

¿Bella mujer que ha pasado? Alguien os quiere hacer mal. Acompañarme y os resguardaré de este maltrecho estado que poseéis. Deme la mano señora mía. No vi en el mundo ojos más brillantes, no contemplo más claridad que en los espejos que decoran su cara. Dios guárdate de mí. La sangre arrastra mis rápidas en el interior de mis venas. La dilatación de mi culpa quema mi entrepierna...

Llegó al momento el padre Castañares, sujetó mi hombro con la palma de su mano firme. Berto retírate dijo, creo que es hora de ocultar la esencia de esta mujer y volver a la oración.  Me dejó perplejo y ofuscado, mudo ante la ocultación de aquel cuerpo tan perfecto de mi corazón. ¡Padre! Rogué. Lloré profundamente y en mudo dolor. Se la llevó bajo una manta de hebra y desapreció hacia los tibios aposentos.

Solicito Mateo me ayudes a trasladar este cuerpo pecador a otro lugar de castigo, no merezco mi hábito y no se que hacer, ayúdame.


Berto Gándalo.

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