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5/6/12

Misiva 15. Confesión desnuda.


MISIVAS DE UN RECUERDO.



                                                                                           Cuenca, 18 de Junio de 1937.    



Estimado Mateo,

No se empezar este escrito sin la vergüenza perdida, ya no soy el Berto de siempre, lo dejaré todo.

En pocos días he derramado las lágrimas que la oración y el trabajo interior ha consolado. Te cuento lo ocurrido en el interior del templo de Dios, ante sus ojos y dentro de los muros que llevan años albergando las almas puras de mis hermanos.

Entré por el gran pasillo que lleva ante la figura crucificada de Cristo. Ilumina la cromática cristalera en lo alto de la pared que observa el Sur. Era una noche agradable y como realizaba cada fin de día verifique la capilla, apagando velas, colocando lo poquito que la voluntad humana descarría en sus rezos. Algo mantuvo mi mirada hacia el confesionario, no veía nada pero sentía un impulso vibrar en su interior. Escuchaba un dolor temeroso y silencioso apenas perceptible por los oídos y sí por el corazón. La angustia brotaba del cuerpo de una mujer que desnuda se mantenía sentada en la butaca donde siempre el padre Pérez gustaba trabajar las confidencias.

No temas hermana, no temas hija del Señor. Soy Berto. Cuido de esta humilde parroquia donde te encuentras. Necesitas un bocado, justo cenaremos en breve hermanos, algún chiquillo que colabora con nosotros y yo mismo.

Perdóname Dios esta ofensa que hago a la Santa Divinidad, nunca contemplé cuerpo tan extraordinario, la naturaleza hizo bien traer a este alborotado mundo terrenal tal hermosura. Un aura limpia y estelar rodea su cuerpo. Debe ser un ángel caído para tentar mi fe mortal. Tiene la tez sonrosada, los labios rojos, nerviosa y agotada se muestra. Mi obligación sería socorrer al desvalido y no mojar mis más interiores telas en las que mi alma nunca pensó. No tengo fuerza para limitar mis actos y no dejar mi piel rozar su contorno límpido y florecido.

¿Bella mujer que ha pasado? Alguien os quiere hacer mal. Acompañarme y os resguardaré de este maltrecho estado que poseéis. Deme la mano señora mía. No vi en el mundo ojos más brillantes, no contemplo más claridad que en los espejos que decoran su cara. Dios guárdate de mí. La sangre arrastra mis rápidas en el interior de mis venas. La dilatación de mi culpa quema mi entrepierna...

Llegó al momento el padre Castañares, sujetó mi hombro con la palma de su mano firme. Berto retírate dijo, creo que es hora de ocultar la esencia de esta mujer y volver a la oración.  Me dejó perplejo y ofuscado, mudo ante la ocultación de aquel cuerpo tan perfecto de mi corazón. ¡Padre! Rogué. Lloré profundamente y en mudo dolor. Se la llevó bajo una manta de hebra y desapreció hacia los tibios aposentos.

Solicito Mateo me ayudes a trasladar este cuerpo pecador a otro lugar de castigo, no merezco mi hábito y no se que hacer, ayúdame.


Berto Gándalo.

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