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14/6/11

En lo más profundo.

Por una canción de amor.

En lo más profundo de mi corazón nació tu deseo, despegó el sollozo apasionado de tu voz cuando respiras a mi lado. En lo más profundo compartí mi canción mientras dormías en mi lecho.

Tus palabras caminan pegadas a las mías, provienen de la misma garganta que las vio nacer. Gritas a la luna en el momento que rasgo tu piel con los jadeos encontrados de placer, vuelve tu ser a mi lado, es anochecer.

Abres las puertas del balcón cuando la bruma despierta fría, el calor se transforma en gélida madrugada y el astro mágico desaparece ante tus sueños marchitados. Ha pasado la noche en lo más profundo de la habitación que nos tiene presos de placer. De locura olvidados ante las miradas calladas que de guía surcan los mares de tus manos. Los océanos de tu contorno mortifican mis obsesivas ansias de fundirme en tus entrañas y derriban las murallas de la severa realidad.

Será tan difícil mirar desde el otro lado, será tan difícil mirar desde lo más profundo de tu ser.

13/6/11

Sobre firmes dunas.



Miro a la bandera que corona la duna en medio del vacío del desierto, nos dejaron aquí hace muchos días y el sopor me tiene exhausto, no tendría que estar en este misero lugar. De vez en cuando nos mueven de posición, de vez en cuando se acuerdan de que tienen tirados en el desierto a cincuenta soldados asándose bajo el horno africano.

En el pueblo que vigilamos permanece una escuadra de insurgentes acusados de asesinar a un grupo de muchachos la semana pasada, maldigo su existencia y maldigo la calma con la que Dios nos observa. No puede existir Dios si disfruta del espectáculo de la guerra, lo mismo mira el televisor con una cervecita en una mano y un porrete en la otra. No estaría mal ahora el frescor agradable de la espuma de una lata de cerveza.

Pon la radio un poquito Enrique, me aburro como una lechuga en plena sequía. Escuchar habla la vicepresidenta, seguro que nos lleva a casa esta noche. ¡Boom!, proyectiles comienzan a caer sobre el pueblucho, ¡empieza la juerga!, ¡preparaos!...

Rafagas de dolor comienzan a cantar su canción preferida, la que todos escuchan y algunos reciben como premio final de su vida. La voz de la Clinton continúa, sólo dice lo de siempre, seremos fuertes en el ataque defendiendo la libertad, será la suya porque tengo el cuerpo negro y soy albino. Éstos son los que viven a costa de cualquier cosa, por encima de todo están las palabras y para nosotros los hechos, el riesgo y el llanto de nuestra familia. Me he equivocado de lugar, quiero escuchar a los deep purple en el patio de casa con Clara en mis brazos, viendo jugar a los niños y comernos un hermoso costillar. En la cama hacer el amor con la preciosa mirada de Clara, con el cuidado que me da y su vida que es la mía. La que me desea, la madre, la mujer y el sol que da sabor a mi vida. Cuánto te echo de menos, en este lugar todo es oscuro a pesar de la claridad del desierto que todo lo marchita. Un beso de tus labios es lo único que reconforta mis sueños y mis esperanzas, cuando salga de este mar seco dejaré este oficio de odio y me guardaré en los abrazos de mi familia. Cómo os quiero.

Chicos, adelante, han terminado el riego de proyectiles, nos toca actuar. Disparamos advirtiendo nuestro paso, no se ve una mosca, han arrasado con todos los cimientos de este lugar, será rápido. Nos aproximamos con cuidado, nos dividimos con sigilo por las calles. Algún disparo chilla pero nadie responde. ¡Adelante!

Nos reunimos en una plaza céntrica, este pueblo no es muy grande, sólo vivían pastores y cabras, algún artesano y nada de nada... no hay nadie.

Los aviones sobrevuelan nuestras cabezas y no sabemos bien por qué. Ya está resuelto, no hay nada que atacar. A nuestra altura descargan un racimo de bombas que nos da la oportunidad de respirar por última vez y despedirnos de nuestros recuerdos, de aquello por lo que vinimos a este lugar.

La radio continúa emitiendo sin ser escuchada, proclamando la libertad ante el terror, anuncia una revuelta en una población al sur de Bagdad en la que ataques de morteros han acabado con la vida de soldados americanos y aliados, sus nombres son... La venganza no descansará, la victoria final será  la libertad.


Revisado el 12 de Abril de 2012. @Guribundis.com

6/6/11

Losas sobre el barro del pasado.

 Para aquellos que en vida morimos...



Chisporroteaban los piñones en la sartén, "doraditos serán una delicia", se decía sonriendo imaginando el rostro de su Pedrito. Su trigésimo aniversario. Era tan feliz y se sentía tan orgullosa que lloraba mientras se embadurnaba de nata y  rechupeteaba los dedos. Doña Eulalia no se cansaba de canturrear sin mucho acierto las coplillas que de joven emocionaban su piel. Dispone una pequeña mesa en el centro de la cocina, los muebles blancos, las paredes blancas, su alma diáfana como la luz, todo iluminaba las mayúsculas pupilas cansadas del sopor de los fogones.

Gobernando la mesa estará Ramón, su voz debe ser oída por todos, con su boina levemente inclinada. Nunca ha dejado de admirar los ojos de su mujer, como cuando la vio por primera vez y se enamoró de ella. Pedro se sentará a su derecha, tiene dispuesta una copita diminuta para el anisete. Aún mantiene la vajilla que su madre se afanó en conservar para ella, es todo la herencia que tuvo y hoy día es la que dejaría. Rafi se sentará en el lado opuesto, a la derecha de su madre, su copa todavía no tiene lugar en la mesa aunque Eulalia ya le ha dicho a padre que con con veintidós años ya puede mojarse los labios. Lo harás pronto, hija mía, repite en toda celebración. Su pequeña minusvalía debilita su espíritu. Cómo recuerda Eulalia a su Dios que el día del parto la castigo por andar con la falda subida antes de tiempo. Cada noche el credo se apodera de su alcoba y su lastimero perdón es rogado y no alcanzado. Desde que la niña nació apenas cuida de ella. Pedro son sus ojitos pero la chiquilla es caso aparte, hace muchos años que su marido se encarga de sus cuidados. Cada noche Ramón pasa un largo rato con su hija. Agotado sale de la habitación cuando ya cierra los ojos y los sueños se abren. Llega tan cansado junto a Eulalia que ella apenas siente la hombría de su marido, ella sabe que sigue queriendola. Me juró amor piensa en voz alta y cada noche recibe un tierno beso en la frente. Cada vez que Ramón se recuesta junto a ella se marcha en absorto espiritu.

Pedro ya marchó de charanga con su amigo Alberto el cuatro pelos, volverán tarde como cada sábado y cada lunes y cada jueves y cada... Siempre vienen de madrugada saciados de alcohol y de perfume barato. Eulalia sabe que de día cumple con su trabajo, siempre lo ha creído así, no puede ser de otra forma, sin embargo en la oscuridad el oculto Alberto trastoca su bondad.

El enorme reloj de pared que preside el salón resopla once campanadas. Ramón permanece en la alcoba de la niña y Eulalia aguarda su llegada. El cumpleaños anima una alegria olvidada entre las cuatro paredes de su casa. Una callosa mano toca ligeramente el abandonado pubis con la yema de los dedos. Recuerda la mano firme y algo ruda de su marido, la única mano que se ha posado para ella. Con su dedo anular roza uno de sus pezones y saliva entre dientes desesperada de amor otra noche más. Alborota su largo y canoso pelo con movimientos de deseo, desnuda bajo las sábanas su dedo busca su pequeño montículo de pasión.

La puerta se abre de improviso sin permitir al excitado cuerpo de Eulalia esconder su intimidad. Ramón se acerca al lecho con los ojos clavados en la mirada perdida de su mujer y se asoma al interior de los muslos mordiendo los labios extenuados que permiten que su lengua recorra la húmeda vulva. Eulalia se aferra a la cama, se estira convulsionada soñando despierta entre flores que no marchitan y cuerpos que no envejecen. Recuerda el amor que aquella tarde, bajo aquella encina frondosa, gozaron. Llega al éxtasis como en su memoria ya no existía. Ramón besa sus mejillas con dulzura, su pecho, su vientre y su sexo.

Una voz alterada llega desde el final del pasillo. Ramón se acerca con decisión y sin decir palabra puede contemplar a su hijo que viene acompañado de Alberto y Lourdes. Están ebrios. "Pedro saca a tus amigos de casa, no son horas de molestar a nadie". Papá vienen a tomarse la última copa, no creo que te importe que disfrutemos de la hora más mágica de la noche. Es la hora en que la lujuria brota en el interior de las alcobas y las mujeres reciben a sus machos en celo. No es verdad que tus mujeres te reciben cuando tú quieres papá.

¡Salir de mi casa ahora mismo! Serías capaz de echarnos papá. Sólo queremos algo de diversión. Sácanos unas copas. Ramón agarra una de las estacas de la leñera y levanta el brazo con la intención de abrir algún cráneo. Da un paso al frente azorado y descalabra a su propio hijo de un golpe seco. ¡Ven tú ahora! Alberto desenvaina una navaja de palmo que directa al corazón acaba con las decrépitas fuerzas de Ramón. Un último gemido despide de este mundo envuelto en un profundo llanto a un marido y padre. Eulalia sale al encuentro de los gritos de su marido topándose con su cuerpo postrado en el frío solado. Sus manos presurosas se lanzan sin pensar al cuello del que ha traído la ruina a su casa. Alberto aloja de nuevo la hoja bien afilada entre el añoso estómago y el brillo del cielo. Las manos de Eulalia, a pesar de la profunda herida, no sueltan a su asesino y continúan las cuchilladas atravesando su cuerpo. Los gritos estridentes de Rafi emergen de la habitación y ciega intenta atacar al que acabara con ella con la misma certera destreza que acabó con sus padres. Pedro no puede creer lo que llega a contemplar su retina, sangre amaneciendo por el suelo, sólo el mortal rojo viste la casa que le vio nacer. Arrodillado implora a Alberto la muerte.  Reza por no haber tenido el coraje de matar a su padre con sus propias manos cuando fue el momento, hubiera evitado estas heridas que ahora ahogan a la familia Camaro. Acaba conmigo Alberto.

Lourdes agarra del brazo al asesino y salen de la casa dejando morir en vida al infeliz de Pedro con los brazos en cruz orando aquellas frases que su madre le repetía en tantas ocasiones. Llora por no ser hombre, llora por no enfrentarte al que tanto hizo. Como un niño solloza sobre la sangre de su sangre.


Revisado el 12 de Abril de 2012. @Guribundis.com

1/6/11

Metros de largo camino.

Para mis chicas... un infinito beso.


Con el sol delante me secaba la frente mientras el murmullo me aislaba del mundo, mis pensamientos ahogados retorcían mi interior como serpiente roscada entre músculos y tendones. Estiraba los dedos, apuntaban al suelo nerviosos, con un recuerdo entre los ojos, besarte tras la llegada, abrazarte durante interminables segundos. Tu voz me hablaba con cariño y una canción muy rítmica sintonizaba entre nosotros. Una sonrisa asomaba en mi rostro. Tú ante mí.

Una formidable mañana para correr, repetía a todo mi alrededor sin detener la mirada en nadie. Mis pies bailaban calentando el resto de mi recién despertado cuerpo. Sus sábanas entremezcladas mientras las palabras saltaban en nuestras bocas y los ojos se cerraban contemplando el misericordioso infinito entrevelado de la habitación. Las caricias subían y bajaban decorando el dibujo que la naturaleza ya ha formado y que ahora es uno, multiforme, una mano brotada de otra mano, un pecho de otro pecho, unos labios de otros labios, acompañaban al clímax de horas de duradera pasión, ahora aquí botando al sol que enciende mi cara. Estoy vivo.

El disparo se oyó kilómetros a la redonda y puse en marcha mi corazón, mis piernas. Apreté los nudillos y emprendí viaje. Empecé como nunca, más rápido de lo habitual para mí, perseguía mi alma que bullía de satisfacción. Soy yo éste que vuela sobre las piernas que no pueden dejar de moverse, inquietas, ávidas de asfalto.

Los nervios cabalgan cuajándose entre las ramas de mi cuello y mis sentidos agradecen el aire suave que llega fresco, el olor de los árboles con sus verdes copas empujan mi carrera. Mis pulmones se hinchan agolpando los límites de mi torso, voy a estallar. En mi mano aparece agarrada la pequeña mano de mi niña, que con su pelo rubillo baila surcando la brisa y emocionadas lágrimas brotan incansables.

Acelero llegando a la última curva siguiendo a un grupo de intrépidos atletas y con su ligero paso entro en meta desesperado de sufrimiento... el colapso llega y mi corazón detiene su movimiento sin restos de fuerza.

Atestado de ojos a mi alrededor mantengo mi cuerpo tendido y agonizante, no reconozco a nadie, inmóviles mi observan sin dejar escapar sonido alguno. Entre bosques de piernas la mirada cariñosa de ellas, ellas, ellas... mis chicas sonríen y mis ojos se cierran agotados.


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