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23/1/11

Letras blancas sobre fondo verde.




Encogido sobre un sofá enorme, más parecía una prisión que un lugar para descansar, aparecía retorcido y adaptado a una incomodidad persistente. Gerónimo Sánchez, hundido entre dos reposabrazos que le llegaban prácticamente al cuello, detenía sus ojos en cualquier punto de la sala sin entender bien qué mirar.

De cuando en cuando la razón sobrevenía exultante y con ella la inquietud, la idea de evadirse, el recuerdo de su personalidad e intentaba la huida con sus perdidas fuerzas. Era tan efímero que apenas le permitía emprender camino conociendo cual era su destino. Cuando la enfermedad volvía sus facciones se relajaban, la palidez reinaba en su piel y hasta la voz se quebraba, entonces continuaba siendo aquel señor que trasladaron un día y del que poco conocían. En esos episodios de olvido no repetía más que el nombre de Miguel, a todas horas Miguel, apenas se imaginaba en ese lenguaje oscuro y a veces absurdo que sólo él entendiera.

Sus ojos fijos en el dintel que daba paso a la sala de comedor, siempre en el mismo lugar, donde las letras blancas sobre fondo verde anunciaban el lugar del esperado rancho al que su estómago también renunciaba. Sus dedos clavados en la tela agujereada del sillón formaba su sello particular, sus huellas digitales apuntalaban  su consciencia para no caer en aislado mundo de las tinieblas.

"Gerónimo no olvides a tu nieto, el ya no tiene a nadie, eres tú el único que puede hacer de él un hombre. No te rindas, sólo a ti te importa, a nadie más le interesa lo más mínimo lo que su futuro le depare. Todo el mundo es cruel, no permitas que se sienta solo. Eres su abuelo, tu hijo y tu nuera no están entre nosotros, el terrible accidente de coche dio al traste con nuestra pequeña familia".

Dori ayúdame, estoy encerrado en este cuerpo inútil del que no puedo desprenderme, sal de tu infierno para protegerme y no olvides a tu nieto, dile a nuestro Miguelito que me perdone, que no me guarde el odio que siempre he sembrado en él, que vuelva para ayudar a su hijo. He dejado solo a nuestro nieto Dori, me encuentro en este lugar y no se cómo buscarle. Le deje en casa con la merienda, le preparé un bocadillo de nocilla como le gusta y fui a buscar a Paco para que me ayudara a arreglar la puerta de la salita, si Dori quería cambiarla, se me cayó al quitarla, sabes que siempre ha rozado y en ese momento me encontraba con fuerzas para arreglar la casa para nuestro Miguel. Recuerdo buscar la casa de Paco sin fijarme en casi nada, llevo tantos años en el barrio que me lo sé de memoria. Hubo un momento en el que no reconocía la calle por donde mis pasos andaban, los árboles eran diferentes, las fachadas más oscuras, las personas con las me cruzaba auténticos desconocidos y no adivinaba dónde me encontraba. No se cuanto tiempo estuve por allí dando vueltas, cariño se me hizo de noche y yo sólo podía pensar en nuestro chiquillo, se había quedado en casa merendando y ya era de noche. Me estarían buscando pero desconocía todo a mi alrededor, no era mi calle, no era mi ciudad, no era mi mundo, no lo que yo conocía.

Los ojos escurridizos no atendían las reclamaciones de celadores que inútilmente le sacaban del agujero negro en el que se había convertido aquel sofá, le levantaban como una pluma, su peso no llegaba al de un niño, le zarandeaban casi con una sola mano. Empujaban la camilla con sus restos posados y le depositaban sobre la mullida cama. Al tiempo, en algún destello de luz su pesado caminar le devolvía a la entrada de la residencia en busca de aquel trono donde yacer, si tenía fuerzas intentaba la desesperada huida, sino, se olvidaba mirando el salón en el que la merienda recorre las mesas.

Tengo que encontrar a mi chiquillo, escribiré una carta en cuanto consiga un papel y un lapicero, tengo que recordar donde vívimos tantos años Dori, me tienes que decir en que lugar nos amamos y criamos a nuestros hijos, donde estará ahora nuestro nieto. Si no me ayudas no voy a conseguir decírselo a nadie para que le busquen y le den socorro. Tengo la cartilla del banco en el bolsillo, sé que es nuestra, está en mi bolsillo y tiene un montón de dinero. No recuerdo cómo gané tanto, tiene escrito 500.000 pts, seguro que ayudaría a Miguel a sobrevivir mientras encuentra trabajo, tendrá que trabajar, es un poco joven, ya tiene 14 años, debo ayudarle, ¡soy su abuelo!

Dame fuerzas, intento hablar con esta gente que me rodea pero no me entienden, mi boca no responde cuando quiero decir ésto que te cuento a ti cariño, mi cuerpo se ha negado a hacerme caso, mis piernas apenas caminan, mis manos tiemblan y mi alma esta rota por haber perdido a mi nieto antes de hacerse mayor, ves Dori ahora mi vejiga se está vaciando y estoy sentado en un sofá en medio de una gran sala. No veo a nadie por aquí a quien rogar ayuda pero tampoco puedo chillar para que alguien me escuche, lo único que hago es agarrarme con las manos porque en ocasiones veo un precipicio a mis pies y si me suelto caeré. Esperaré aquí, enseguida me verán, si me concentro en el cartel veo el rostro de Miguel, es en el único sitio en el que recuerdo la linda mirada de nuestro nieto, su sonrisa, la de su padre y tú con ellos. Yo no estoy, como toda la vida que hemos pasado juntos yo no estaba, las ocupaciones me alejaban de vosotros. Si aparto la mirada no le veo y no soporto haber dejado a mi chico en nuestra casa, solo. Dios, si existes, creo que es el momento de que hagas algo por mí, no nos abandones, no quiero que le desampares, hazlo por él, ayúdale y dame el destino que merezca. Señor, ¿Se encuentra bien?

La luz leve de una farola asomaba iluminando aquel hombre dejado en un sofá, una mesita hibernaba a sus pies con revistas de hacía algunos años. Una de las enfermeras de cierta edad intentaba alentar el ánimo de un hombre o lo que de él quedaba babeando como un chiquillo. De nuevo en su habitación, atado como prófugo, su cabeza rodaba entre las ideas de reencuentro con aquel niño olvidado en un rincón de su casa en algún lugar del pasado. Su cuerpo rígido se apartaba de las sugerencias de celadores y médicos, en ese instante un matrimonio joven se adentraba en la habitación. Buenas tardes, buscaba a Gerónimo Sánchez. Pasen, ésta es su habitación y este señor es Gerónimo. ¿Usted es? Soy Miguel Sánchez, su nieto. Hace mucho tiempo que no sabía de mi abuelo y por fin he podido localizarle, ¡abuelo ya estoy aquí!

Dori me ves, me estoy viendo, te das cuenta que soy más joven que nunca. ¿Dónde me encuentro? Seguro que he muerto y recorro mi vida, la mujer que me acompaña no eres tú mi amor. No soy yo, es Miguel, me está hablando. Es nuestro chico, mi nieto, ves cómo ha crecido, es todo un hombre, estarías orgullosa.

Las manos del abuelo se levantaban buscando la cara sorprendida de su nieto mientras la mejilla del niño ahora hombre lloraba. El dolor de observar el estado de aquella persona que en tiempos era robusto y capaz le recorría por todo su cuerpo. Medio moribundo yacía abordado por la edad y el olvido en una impoluta cama de un ajardinado templo de salud donde llevaba varios años.

Las manos firmes de Miguel abordaron las caderas y el cuello de su abuelo y de un tirón levantó sus carnes. Tapado por una manta salieron de aquel lugar en busca de aquel piso escondido en el cerebro de Gerónimo.

13/1/11

Cautivos de su destino.





Todo el mundo sabía que era una mujer bala cuando llegó por primera vez al hospicio, esa tarde cogió el cigarrillo y lo encendió en la penumbra, el faro de su llama alertó a su compañero que con sigilo se adentró en el dormitorio. Encerró a los niños antes de su hora y muy en contra de las ordenanzas del olvidado centro. Temerosos y amedrentados aguardaron inmóviles bajo las mantas. Mientras en una habitación cercana una bandeja de bombones, cigarrillos y dos copas de cava apenas se sostenían sobre unas pequeñas manos que lloraban junto a un amoroso lecho repleto de pasión.

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