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20/2/13

Misiva 21. El anhelo de las tierras rojas.

  MISIVAS DE UN RECUERDO

En la orilla de tus ojos, 9 de Noviembre de 1937



Querida Julia,

¿Cómo decir lo que mi piel siente? ¿Cómo expresar sensaciones de fallecimiento de los sentidos? ¿Qué soñarte mientras tu recuerdo se desvanece?

Julia vivo en el remoto islote de tu perdida, dónde mi corazón solloza mis recuerdos, dónde espera la pena de dejarte morir. Es de verdad que marchaste bajo la sombra de un olivo allá en tierras calizas de Madrid, en las ondulaciones blanquecinas próximas a la villa de Valdemoro. Aún revivo el momento aquél de nuestro apresamiento, volvíamos de labrar huertas en la vega del río Jarama, por cuatro perras machacábamos nuestras manos de llagas y dolor, por unas monedas el sol comía tu blanquecina tez, tu sonrisa, y mi inagotable amor.

Ahora sobrevivo entre tierras hermosas aunque tristes, fértiles pero hambrientas empapadas de sangre, de la sangre que derraman almas cautivas de una guerra que nos engulle en su vientre. Saludo al sol en su lecho y no cejamos en el sufrimiento de formar la verde vida que ofrezca el sustento a soldados y prisioneros hasta que el cenit solar marchita la comarca. Cientos y cientos de personas volvemos a clavar las rodillas en las hendiduras del sembrado mientras soldados, fusil en mano, contemplan con desaire la labor. 

Observo mis cadenas, atan mis muñecas al lodazal de los surcos, mis pies se limitan a enraizarse en al barro y durante días permanecemos en el mismo lugar. Sudores de sangre sostienen los brotes que nacen rojos, llenos de fresca vida, la del preso que se mantiene sobre su retoño. Un campo rojo emerge en esta zona de La Rioja, desde nuestra estrella Julia se contempla esta parte de España sangrante, sufriendo de dolor la muerte de sus hijos, entrecortando la respiración y feneciendo a cada último suspiro. 

Seguimos juntos mi amor. Mi alma hace tiempo que marchó y contigo vive. Sólo quiero dejar de sufrir y en este lánguido cuerpo muero prisionero de esta tierra sin esperanza.

Muchos camiones discurren camino arriba y abajo, en cada uno, nuevas fuerzas se unen a la cárcel en la que me encuentro y nuevos cuerpos sin vida consiguen huir al paraíso que anhelo yo.


Tu humilde servidor, Juan Angel Costa.

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