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27/10/11

Llueve.


Llueve... abundantemente. Cierro los ojos y elevo mi rostro en busca del cielo. De una vez me colma de satisfacción.

Aumenta la lluvia progresivamente convirtiéndose en un aguacero. Nos perdemos entre las fluidas cortinas. Refugio, todos buscamos un refugio donde esperar. Carreras perdidas en todas direcciones. Todos queremos escapar de la tromba que cae esta tarde de otoño por las callejuelas de Madrid. Bajo un árbol no muy tupido aguardo para poder continuar...

El diluvio persiste, debo salir de aquí aunque me empape. Una mujer cae redonda escurriéndose sobre la pista de asfalto que ahora se vuelve marea. Agarramos entre dos brazos al cuerpo lastimado y nos adentramos bajo el soportal de una comunidad donde decenas de ojos silenciosos nos examinan. Rostros inanimados que prorrogan al sol que no muestra su identidad. Calados hasta el alma nos sumamos a la manifestación de viandantes sin escapar palabra. Tras nuestros pasos se suman más y más cuerpos perdidos entre aguas salvajes, protegidos por manos desconocidas que se entrelazan sin mirarse.

En el refugio estamos unidos sin conocernos y el calor mutuo nos acompaña. Cada ser alberga pensamientos ocultos, deseos y esperanzas íntimas. Nadie se va. Permanecemos con la palma de las manos yuxtapuestas en el interior de un patio agreste y sombrío.

En mi cabeza la música de mis recuerdos evade mis sentimientos. Aquel día mecía su cabello de un lado a otro, sin poder ver su rostro, bailábamos entre sábanas de algodón. La música crece en mis rincones. Grito a la lluvia que desvanece la danza de su cuerpo golpeando el mío. Su melena bravía vuela ocultando su rostro. Sus curvas recubren las mías mientras sollozos estremecidos agobian mi cabeza. Nuestros corazones entrelazados dirigen las notas musicales de una pared a otra de la habitación. El piano acompaña los sabores de su piel, el amor brota por mi boca enloquecido sin detener la suerte de caricias que mis besos provocan. Aún se eriza el vello de mis brazos, aún beso su boca. Lluvia... que tras la tormenta traes el vendaval de la pasión. Sostengo su cadera sobre la mía en el tobogán de mis acordes. La música continúa en mis oídos, suenan los rayos junto a la armonía terrible de amor, odio, rabia y frustración. Canto conmigo, canto contigo. Entre las sábanas bailas sobre mí. Nuestra danza prosigue durante la esperanza de la muerte plena de los sentidos que ahora callan. El silencio del olvido mientras toco el piano de mi ordenador dejando volar la imaginación que fallece.

Llueve... seguimos unidos en un patio cubierto que nos quita del dolor del aguacero, de la tormenta. Manos desconocidas entrelazadas se funden en el calor del cariño prójimo. El cielo se derrumba durante instantes de cólera. El mal tiempo que destierra el bueno. El bueno que volverá a castigar al malo.

Una chica rubia, preciosa, sin mirar a ningún sitio marcha de la formación desnudándose y exponiéndose al chaparrón. Le sigue un señor de cierta edad despojándose de la indumentaria grisácea y abandona sus zapatos tras sus libres pisadas. Sigue caminando hacía la calle, en su propia dirección, en su propio camino sin importar lo que el exterior le dará. Otro y otro y otro... Salen todos con sólo la tímida desnudez.

Yo no me quito la ropa, yo no porto prenda alguna. No tengo nada que proteger, no hay nada que tapar. Expuesto  pierdo la protección de un patio barroco y firme. El movimiento de mi ruta silba mi canción bailando con mis sentimientos, mi amor por lo bello envuelve mi piel y camino buscando la inalcanzable utopía.

Soy yo.



Texto Revisado el 12 de Abril de 2012. @Guribundis.com

22/10/11

Astros.

Richi aplica sus ideas sobre el lienzo del diáfano muro tignado de polución, con ingenio y experiencia plasma sus sueños que surgen entre los dedos. Un castillo medieval de torres enormes y banderas estilizadas donde un dragón explosiona fulminando la ladera de la ancestral fortaleza.

Verónica sueña con unos ojos redondos y brillosos, sacados de una historia de manga, que invade su intelecto de alegría y gozo. No deja de sonreir y bailar al son que cantan los sprays, perfeccionando entretanto la jóvial cara que ilumina la plaza en la que se van acercando curiosos.

Mayo sentado delante de la nada, del infinito de una pared encalada que se enfrenta a él, al nuevo reto de marcar su capacidad rodeado de maestros consagrados del dibujo callejero. La ciudad espera la plasmación de la imagen preparada en su cabeza y suspira con las manos inmóviles. Minutos en silencio,  la respiración agitada golpea su corazón y su brazo diestro aplica el esquema furtivo de... una calavera ensangrentada.

Noemi crea con los ojos cerrados las crines volantes de una yegua que sirven de cama a la estrella de David. Dentro de las aristas cruzadas dos cuerpos desnudos de mujer besan su piel y lloran de amor con las piernas entrelazadas.

Horas, días de trabajo, jornadas extenuantes enfrentan a los artistas contra sus propias ideas. Agotados van culminando la obra y desde lo alto de mi coche observo sobre cada uno de los pintores un hilo infinito, como marionetas todos los personajes cuelgan de algo que está sobre nuestra capacidad, nuestra autonomía. Grafiteros, espectadores e incluso yo, todos sostenidos por la mano que nos lleva.

Todos admitimos nuestra limitación, sabemos que existe y nadie la ve. Yo la he detectado hace un tiempo, no me puedo revelar. No puedo revelarme, yo solo no. He intentado contarlo a los demás y nadie escucha. He advertido que en realidad no tenemos la libertad de ser, estamos donde quieren que estemos y nos enfrentamos cuando si el otro lado así lo que quiere.

"Si yo lo puedo ver es que he sobrepasado mis limitaciones" era el pensamiento que agitaba el alma del observador. Buscó la forma de subir por el cable que a él le sustentaba. Encontró los aparejos precisos para que su cuerpo volara por el mismo hilo conductor que limitaba sus movimientos. Subió, en principio despacio, hasta que consiguió llegar a una altura de unos cinco metros. En ese momento la cuerda tiró de él arrastrándole a gran velocidad a un lugar oscuro en el que no había nada. No sentía frío, ni calor. Surgió un potente pitido en sus oídos debido a la natural ausencia de ruido alguno.

Un astro gigante fue insinuándose en el cénit de la nada, similar al sol aunque más sonrosado. Con el astro mayor, ingentes estrellas se aproximaban, las más diminutas se acercaron tanto que rodearon el cuerpo de Sebas. Se adosaron a su cuerpo como microbios estelares, fueron encaramándose a su carne cubriendo totalmente su superficie. Todo brillaba en ese momento, la luz hizo desaparecer totalmente la oscura nada y se hizo el todo.

Un nuevo ser asomaba a la ventana de la vida en un pequeño pesebre, su cuerpecito iluminó el pesebre andrajoso donde su madre le trajo al mundo, su luz sonrosada atrajo las caras atónitas del padre y de tres curiosos que entraron siguiendo la luminiscencia de un astro caído. Sonó un estremecido llanto al que continuó una sonrisa.

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