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9/6/15

Gritando amaneció Rassef en la avenida ensangrentada la noche pasada, sin querer contemplar el desastre a su alrededor, no podía dejar de sufrir los acontecimientos que sus conciudadanos habían cometido.

La imagen de su madre pasó por su cabeza cegando la luz del sol y eclipsando el universo a su paso. Sus piernas sudaban sangre que recorría su piel y vaciaba sus venas.


Con cuchillo en la mano nombró al divino Señor que todo lo puede y en ese momento se preguntaba el por qué de la desventura de su cuerpo. Muero y no iré contigo,  me niego. Alguien se aproximó por la espalda justo cuando se arrodillaba animándole a continuar con la lucha. La única respuesta estuvo acompañada por un navajazo en el vientre seguido por su propio sacrificio.

Dos cuerpos yaciendo en el asfalto, medio muertos, miraban el retrato colgado de la fachada del edificio gubernamental. La foto del presidente sonreía burlón sin advertirles que el ejército iba a continuar su marcha por encima de sus cadáveres.

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