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22/10/12

Misiva 19. Saboreando rosquillas en la penumbra.

MISIVAS DE UN RECUERDO.

Comarca de La Rioja, 22 de Octubre de 1937



Querido Padre,

He soñado la esperanza porque mis ojos ya no consuelan mis pasos. La tristeza me come las entrañas. Deseo imaginar que estáis bien, ya hace tanto que no sé de vosotros. No pasa un sólo día sin echar de menos vuestro cariño y, sobretodo, los besos de mi pequeño Nicolás son la que más deseo cada día


Siento no poder daros buenas noticias sobre esta tierra que nos mata de odio.
No consigo localizar a Adolfo y no me queda más que continuar su búsqueda. Tengo pocas pistas en este momento y la desolación impera mis anhelos.

Partí perseguida y acusada de incitación a la deserción, muchachos demasiado jóvenes para morir siguieron mi camino. Hablo de libertad, divulgo mi locura de igualdad del mayor con el pequeño, no hay vestimenta que realce el carácter, no hay hegemonía que no disfrute con la tiranía. Los soldados no saben porque luchan contra sus propios hermanos y no entienden sólo combaten por un misero rancho que les hace esclavos. 


Todo el mundo está con el histerismo como visión y el país se ha convertido en una locura. El miedo cierra las bocas que aún pueblan las moribundas tierras. Creo que lo único que puedo hacer es llegar a Francia. Lo último que conozco de mi marido es la posibilidad de qué haya podido conseguir pasar los Pirineos.

He llegado a una aldea con nombre peculiar dónde podré descansar, cuando escuché "Baños de Río Tobía" me sentí cómoda, cómo en casa, y no pude más que detener mi ruta. Llegué a una puerta de madera desvencijada y coronada por tejas destartaladas , apenas sujetada por cuatro tornillos oxidados. A mi llamada contestó el ruido estridente de las bisagras acompañadas por una pequeña mano embadurnada de harina. Una chiquilla salió a presentarse muy educadamente. Me llamo Carmen ¿Quién eres? ¿Quieres una rosquilla? Y partió hacia la oscuridad de la casa con alaridos que nombraban a su abuela. Pasé cuidadosamente agachando la cabeza para evitar la chaparra techumbre. Pude adivinar a la niña junta a una anciana tras la mesa que gobernaba el cobertizo, recubierta de harina y rebosante de exquisitos olores. Una voz masculina se hizo notar enseguida desde un rincón próximo a la chimenea que calentaba el ambiente frío de otoño. La gélida humedad del río se colaba correosa bajo el portón abrazando mis tobillos, imaginaba la cara de Adolfo besándome de nuevo, volcando su amorosa pasión sobre mis desnudos hombros. Al escuchar la voz apagada se iluminaron mis deseos y la luz de Adolfo completó mi memoria. Cerré mis ojos compungidos y el silencio me inundó.


Me llamo Laura y necesito un pequeño sustento, llevo días andando y estoy agotada, les suplico algo de ayuda y seguiré adelante. No he visto alma alguna a la que mentar y he visto el humo de su fogón. Aquí me permito pedirles una hogaza o un pequeño rincón donde solventar la penumbra de la noche que se avecina. La voz de la mujer salió al paso decidida. Adelante, siéntese y le ofreceremos lo poco que disponemos en nuestro consuelo, únicamente la harina que los combatientes olvidaron y la chasca que calienta para alguno más, no pierda tiempo y descanse de su viaje.

La voz ruda produjo un gruñido desde una hamaca en la cual su propietario yacía. ¿Cómo se atreve a transitar por estos campos? Lo único que podría encontrar es un disparo por algún Civil airado. No sabe que estamos solos en esta villa. No conoce la huida del mayor de los habitantes de este pueblo y los que no han podido yacen como simiente en el profundo río que congela estas tierras. El mutismo dejó freir las rosquillas que con ardientes borboteos aleteaban en círculos hasta que la experimentada mano sacó un puñado y los dispuso sobre una deformada cacerola. Mire señora, dijo la vetusta mujer, no lo tome a mal pero si usted nos ve aquí es porque un tullido, una niña un pelín corta y alguien como yo, pasada de años, no son amenaza a esta España que duerme y despierta con el ruido de las balas y los cañonazos. La voz temblorosa continuó describiendo los sucesos acaecidos no hacía más de pocas semanas. Según hablaba una sonrisa espasmódica provocaba el salto de las raídas coletas de la pequeña mientras continuaba viendo la muerte de los habitantes de este pueblo con mis propios ojos.

Nos iban llamando por las calles, a gritos, con las armas colgadas y fustas en la mano. Sólo el general llevaba una pistola en la mano cubierta por un guante negro. Era el que ordenaba las aniquilaciones y se dejaba la garganta chillando a sus numerosos fusileros. Carmen le acompañaba en sus diatribas, sonreía la dulce Carmen mordisqueando rosquillas a dos carrillos... Fueron amedrentando a los pocos vecinos que aún sobrevivían a los fogonazos. Agruparon al resto de paisanos bajo los chopos, en la ribera, temblando de horror y distinguiendo cuerpos conocidos inertes sollozando. Mostraron la bandera Nacional y el señor cura se introdujo en la frías aguas temblando de miedo. Nos bautizaron a todos los que permanecíamos sombríos para a continuación jugar con nuestro terror. Jugaban al pilla-pilla y el que perdía un tiro certero le arrojaba a los sangrientos matorrales. A la Tere se la llevaron en el furgón del General y otros pocos muchachos los subieron al camión de los soldados gritando el Ave María.

¿Cómo continuar con mi viaje? Llevó varios días aquí y no puedo abandonar estas pobre almas. No sé que hacer. Ruego porque el destino me ampare.

Muchos Besos.





Laura Sanlúcar.

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