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2/10/09

Jolae.

Esperaba aguantar un día más, todavía era prematuro para ver la luz. Llevaba siete meses anhelando su primogénito, era un esfuerzo controlarlo dentro de su vientre, sus movimientos cada vez más inquietos parecían querer romper su pequeña jaula.

De mañana los dolores aumentaron, cada muy poco tiempo las contracciones aparecían y el dolor era insoportable, agarró fuerte a su compañero del brazo, le dijo con voz suave, hoy viene a morar nuestra vida y darnos luz en nuestro camino. Miró el sufrimiento en la cara de Charada, su tenaz expresión mostraba el esfuerzo sufrido. Al momento grito a la vida Jolae, antes de tiempo, pequeño, escuálido, se le escurría la voluntad de permanecer en este mundo, sin fuerza abrió los ojos a su madre, sonrió y se arrastró pesadamente hasta conseguir llegar a los expectantes pechos que le aguardaban. Agónico, apretó las encías y se entregó con fuerza a sobrevivir.

Su expresión dulce, su bondad, su amor le llevaba a ser objeto de burla, niñato le llamaban, bobo, idiota, cualquier cosa para herirle. Era tranquilo, se movía despacio, la calma era su vida, desde bien pequeño sus palabras brotaban tranquilas. En las ocasiones que le necesitaban, que le pedían consejo, que su voz tenía que llenar las almas desatendidas era el más buscado, entonces lo mimaban. Sus ojos percibían el sufrimiento, la pena, los nudos del alma, la pesadumbre se le mostraba diáfana, sus manos removían el daño y la salud intentaba la cura.

Desde pequeño él se entregaba a reparar heridas, muy pronto habló de sentimientos, de voluntad, del poder que hay dentro de ti, de la voluntad de cada ser. Una fría tarde de invierno, llegó un pequeño pájaro agónico a la ventana del colegio de Jolae, la pequeña ave tirada en el alféizar apenas se movía, su pico se abría lento como pidiendo a gritos.

Jolae dijo:

- Albert coge el pajarillo, te está llamando.

- está muerto Jolae.

- no, no lo está, te espera, te busca, acurrúcalo, ofrécele el calor de tus manos.

El muchacho dudo un momento, miró la cara de Jolae, cerró los ojos y se acercó guiado por la voz de su amigo. Comenzó a ver colores rodeando al pájaro, un haz de luz a su alrededor, fuertes tonos brillantes, vibraban, se iban oscureciendo. Sus manos arroparon, mimaron, recogieron al pequeño animal, los tonos de color poco a poco fueron aclarándose para los ojos de Albert. Con la sonrisa encendida fué a entregar el pajarillo, se lo ofreció a Jolae.

- No Albert, es tu amigo, protégele, repara su frío y cuando este fuerte le ofreces su camino, el te querrá siempre.

Sentía el latir de la muerte cuando aparecía, veía el interior de uno mismo como el cristal.

Pequeño y confiado vivía en una pequeña aldea del norte de Girona. Su corta edad le obsequiaba con el saber de su mente, poderosa y capaz de comprender la oscuridad del ser humano, tristeza, ansiedad, cólera, alegría...

Una joven mujer, apenas dejaba de ser muchacha, andaba a diario hacía la colina más alta del monte, varias horas distaban del pueblo. Llegaba a la cima, oteaba el horizonte, la mar, el ancho mar. Una lágrima rozaba su mejilla impresa de tristeza, desarbolaba su alma. Durante meses caminaba al mismo rincón del bosque, meses que su lágrima alimentaba una hortensia que vivía del llanto de una mujer desolada. A su marido aguardaba.

Recuerdo que en mayo Jolae esperó la llegada de la zagala, junto a la hortensia, junto a los pasos marcados a fuego en el camino. Se dieron la mano, no se miraron, vigilaban la mar, miraban el cielo, las negras nubes cargadas de temporal amenazaban la costa. La energía de Jolae rodeaba el rostro amargo que anhelaba la esperanza, un marido perdido, un amante extraviado, un compañero desterrado. Su cara se encendió por un momento, su cuerpo se ilumino con el color esperanza, Jolae curó su pena, le dió su fuerza y le dijo unas palabras,

- No temas él te busca, alegra tu corazón, espera la vuelta, ya se acerca.

Sus ojos contrariados miraban al pequeño niño con ilusión. Manel volvió a los pocos días después de un naufragio en alta mar, su pesquero derribado por una tormenta, tormenta que acompaño su vuelta.

Tumbado sobre la cama respiraba profundamente, oía el espacio, saborea la luz, se estremecía recordando la ira, el cólera, la irritación, todo lo que nos lleva al dolor. Soñaba, sus pesadillas le perseguían, no era capaz de vencer al terror. Por más que se esforzara a ayudar a sus semejantes las batallas no terminaban nunca. Daba felicidad aunque nunca era suficiente.

Jolae se acercó a la playa, recreaba la vista con la clara belleza del agua marina, disfrutaba. A lo lejos vió una aleta enorme, una ballena, por momentos se acercaba a la costa. Sorprendido de tal hallazgo no le quitaba ojo al cetáceo perdido, su luz corporal era oscura, nada bueno, negra, casi negra. La ballena llegó a los pies de Jolae en pocos minutos, un hilo de vida la sostenía. Se miraron, el curioso niño se acercó al animal, toco con las palmas de sus manos extendidas su fuerte piel. Jolae intentó remediar su mal, eran más profundas las heridas en la mente del gran animal que los profundos cortes de su piel, desesperación, abandono, muerte, pudo ver Jolae en su alma. Intento remediar la rendición que el gran mamífero traía puesta, la conexión entre ellos se hacía por momentos más fuerte. Todo su empeño era evitar su dolor, todo su amor para repararlo. La enorme ballena sentía los últimos latidos de su vida.

Las manos de Jolae apretaban con toda la fuerza que podían, todo su cuerpo puesto en guerra, armado de voluntad y coraje intentaba salvar al mamífero. Poco a poco la gruesa capa de grasa fue cediendo, se derretía, sus dedos se introducían en el cuerpo de la ballena. Los dos se iluminaban, se fusionaban, los dos empezaron a sentir lo mismo, el camino a la muerte y el sendero a la resurrección. Apreta Jolae, se decía el pequeño muchacho. Sus brazos se perdieron dentro del gran cuerpo varado en la arena, en pocos segundos el niño se perdió, desapareció para todos, emergió en otro ser. De un coletazo abrió su trampa, de un coletazo volvió a la mar.

Jolae convertido en ballena surcaba el mar, viajaba mirando las estrellas, de un rincón a otro del mundo. Sentía la ira hacia allá iba, olía la guerra con rapidez iba a su encuentro, miraba la angustia tras ella corría. Se acercaba todo lo que podía a la zona donde los temores del hombre fluían, se concentraba, emitía toda le energía de su ser para erradicarlos, se acercaba lo posible a la costa y emitía su luz sanadora, en muchos casos sanaba, en muchos casos devolvía la ilusión al conjunto de personas que alcanzaba, era como un virus, la alegría también se contagiaba. Cuando terminaba su trabajo el mal desaparecía, al menos por un tiempo, si se entendía para siempre, la voluntad de cada pueblo haría el resto. La unión de los dos seres multiplicó el poder de la mente de aquel pequeño muchacho. Convertido en ballena sigue recorriendo el planeta, sigue surcando el océano, sin descanso, transformando la pena en alegría, el egoísmo en bondad, la venganza en unión. El daba el primer empujón el resto es nuestro.

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jolae by Antonio García Romero is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
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ICIAR

mirándome seguías mis pasos,

flor encandilada de alegría,

mi niña, mi amor,

sol cubierto de sonrisas,

mar de mis sueños,

cuantos besos yo te daría

mariposas brillantes de pasión

amanecen en tu sendero,

mis manos formadas de luz

iluminan tu camino.

Ríe mi niña, ríe mi amor,

amapolas blancas de pasión.

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