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2/7/10

Acolísteno.

Divinidad.


Los gemelos dormían cara a cara en el mismo camastro desvencijado, artesano, olvidado en un pequeño rincón y tomado prestado por estas almas abandonadas a su suerte. Como en un espejo soñaban suspirando dos huérfanos, sobrevivientes, en un lugar dominado por el portentoso imperio romano, su ejército y sus leyes.

La ciudad pasaba la noche en calma, los ojos de Canam se abrieron eléctricos antes de que el sol ofreciera su intensidad. Con extremo cuidado se apartó del pegado cuerpo de su hermano Adbenayuh que respiraba profundamente mientras dormía. Salió del chamizo corriendo por el vericueto de calles que morían en la plaza del mercado, sabía que a estas horas era más fácil arrebatar las tortas que tanto les gustaban abandonadas a la vigilancia del mercader. El éxito de la maniobra otorgó un buen festín al grupo de chavales que acompañaba las travesuras del intrépido Canam, muchachos poco acostumbrados a la glotonería en aquellos duros momentos de escasez, hoy se levantarían con el regalo de un buen desayuno. La ciudad de Nazaret vivía perseguida, amedrentada por el sometimiento y combatida con la rebeldía esporádica de los más jóvenes. La ambición de los insaciables opresores llegados de tierras lejanas atormentaba la vida diaria de toda la región.

Adbenayuh se levantó intentando no despertar a su hermano que debería permanecer junto a él. Sus miedos amanecieron al percibir la ausencia de Canam. Se asomó a la puerta avistando a los soldados romanos al final de la calle, inquieto de un salto volvió hacía atrás, dudó un momento cómo escapar de la ratonera que en un instante se podría convertir el cobertizo que le cobijaba. La tronera que miraba al patio fue la única respuesta y a trompicones escapó hacía el llano. No se detuvo hasta resguardarse entre olivos y matorrales. -¿Dónde estará Canam?- Oyendo sus propios pensamientos y sin moverse de su escondrijo miraba alrededor comido por el pánico.

Un buitre negro de dimensiones exageradas se abalanzó sobre el temeroso Adbenayuh, asestó las zarpas sobre sus hombros y liviano elevó al muchacho sobre la pequeña ciudad. No sentía dolor, no percibía daño en la actitud del vigoroso animal, sorprendentemente gozaba surcando el cielo. Sus miedos desaparecieron. Adbenayuh contemplaba el ave con admiración y a su vez sentía en la planta de los pies como si el aire le sostuviera. Rozó levemente las vigorosas patas del buitre, este le miró y a su vez dejó a su presa a su suerte. Adbenayuh quedó inmóvil a decenas de metros de altura en el borde de la ciudad, abrió sus manos sintiendo el brillo del sol. Inundado de pasión, colmado de amor cerró los ojos dejando que el rumor del viento atravesara su ingrávido cuerpo. Apreció un eco lejano, su nombre se podía percibir más allá de las nubes. Un centelleo fugaz se aproximó tanto al joven que casi le que quemaba, abrasaba, quería quitársela de encima, separarse, no pudo. Una mujer voluptuosa, desnuda, de pelo liso que apenas le cubría los hombros apareció a pocos centímetros de Adbenayuh. Sonrió dulcemente, acercó sus labios a la mejilla del muchacho dándole un agostado beso. Brotó el resplandor a su alrededor y la cicatriz de una pequeña quemadura apareció. -Dame tu corazón, toma el mío- la voz suave de la mujer saturó de amor la figura que levitaba encima de Nazaret.

Plácidamente descendió de entre los cielos un joven marcado en la mejilla por la ventura. Celestial pudo adivinar la presencia de Canam en «La puerta del Amanecer», el pórtico de entrada a la ciudad por el este donde soldados romanos capturaban a su hermano y le encerraban en los carros que migraban atestados de nazarenos.

El espléndido buitre negro se posó junto al joven Adbenayuh, este dedicó una caricia en su monda cabeza, batió sus alas en dirección a la escuadra romana. Sobrevoló la plaza, sin ser advertido giraba en círculos sin perder detalle de lo que acontecía, en pocos segundos el animal lanzó un sangriento ataque a los cuatro soldados que custodiaban a Canam. La primera acometida arrancó uno de los cascos desgarrando la cabeza a un soldado, con la otra garra clavó las enormes uñas contra el silente corazón de otro desconcertado guerrero. Dos de los armados, boquiabiertos, huyeron perdiendo por el camino espadas, lanzas, escudos... sólo sus cuerpos les acompañaban. El implacable pájaro remontó el vuelo inmediatamente tras los huidos, se echo sobre ellos tirándolos sobre la árida tierra. El brazo de Adbenayuh se elevó en la distancia y el buitre se elevó en el aire dejando levemente heridos a sus presas. Liberados y a salvo los arrestados asistieron perplejos a los acontecimientos cuando el ave se situó junto a Canam jugueteando con el pico en la arena solícito. Acarició las negras plumas y se encaramó sobre sus alas, el pájaro se elevó enérgicamente y su vuelo se inició casi vertical, a cientos de metros desaparecieron entre las nubes. En unos escasos minutos de nuevo la figura del buitre se aproximó a la plaza de donde partieron, exaltado y sorprendido volvió Canam a la tierra bañada de sangre romana ante decenas de miradas perplejas. Agasajado caminaba entre la multitud, sonriente y magnánimo, su divina presencia arrodillaba a quien cruzaba su camino e imploraban su celestial ayuda en sus maltrechas vidas. Fueron respondidos con promesas, con las palabras justas que cada uno de ellos quería escuchar, con sonrisas perdidas y con esperanzas vacías. A cambio de favores pedía como pago cualquier vianda que le pudieran ofrecer, Canam de Judea imploraban.


En brazos de Raquel.


En una ciudad como ésta el asedio del ejército romano restringía los movimientos de la población nativa. Las mujeres eran apresadas para satisfacer deseos y voluntades, apremios afligidos por la crueldad del corazón romano.

Raquel era el amor que permanecía en lo más íntimo de Canam, una jovial nazarena a la que conocía desde siempre, enamorado perdidamente entre juegos y desventuras, su deseo formaba su realidad hacía ya mucho tiempo.

Una noche de redada fue arrebatada por hordas romanas mientras caminaba con una ánfora de agua camino del manantial. Fue trasladada a la residencia del procurador romano de la provincia, cautiva entre semblantes hermosos y jóvenes destinados a la sumisión, la servidumbre y sucesivamente violadas. Su belleza fascinó a uno de los gladiadores que pretendía ganarse el favor de su eminencia. Las mazmorras estaban inundados de jóvenes inocentes arrancadas de los brazos de sus hogares y preparadas para ser vendidas o regaladas como trofeos.

Los oídos de Canam enfurecieron al escuchar la noticia que atravesaba sus tímpanos, “Raquel estaba presa”. Sus ojos arrebatados de sangre salieron al encuentro de la mujer que poblaba su corazón, colmaba sus deseos, el amor que le hacía enloquecer. La ira de Canam fue presurosa al palacete transformado en prisión. El sabor de su piel, el pelo moreno y liso enredado entre sus manos curtidas, el olor de su íntima esencia grabado en su memoria le acompañaban en el desesperado trayecto hasta las paredes de la jaula donde agolpada yacía Raquel.

Paralizado y dubitativo, Adbenayuh, intentaba en vano planificar alguna artimaña que permitiera a su hermano salir bien parado de la embestida contra las escuadras romanas. Oraba suplicando la salvación de los dos amantes, sabía que el arrojo de su hermano le supondría la muerte con seguridad. El más profundo de sus silencios llenó el estremecido y desgarbado cuerpo, sumergido en la tristeza soñaba porque la realidad no existiera, gotas de sangre encendieron sus párpados. Imaginaba una ciudad repleta de flores de todos los colores, de gentes de bien en sus perdidos rincones, de prosperidad en la realidad de todos ellos. Un relincho suave interrumpió sus desesperados deseos, los cascos de un hermoso caballo negro frotaban la tierra bajo su esbelto cuerpo equino. Con su hocico rozaba el rostro de Adbenayuh, portentoso hizo desparecer la inquietud presente dando paso al valor, mientras, un efímero eclipse ahogó Nazaret en las fugaces tinieblas de la noche. El silencio prevaleció en los interminables segundos en los que el sol huyó de la visión de los mortales que incrédulos miraban hacía el cielo. Cuando la luz del día brotó de nuevo el hermoso caballo se mostró alado, unas suaves y blancas alas se movían con inquietud. Acarició la quijada del animal suavemente anhelando con todas sus fuerzas la salvación de su hermano. El bello corcel levantó su pesado cuerpo en el aire y sin dejar de mover las pezuñas emprendió el vuelo.

Canam quedó absorto al contemplar la estampa del equino aproximarse, se acercó a él recordando a Adbenayuh cuando las negras patas golpeaban la áurea arena y con la palma de la mano acarició sus lanosas crines. De un enérgico brinco montó a lomos de pegaso y hablándole cariñosamente demandó el rescate de los innumerables presos arrestados en el palacete romano. A golpe de coz fueron abordando a todos los soldados que defendían el lugar, el impetuoso vigor de Canam fue abriendo paso entre las escasas fuerzas resistentes, más temerosas que arriesgadas en defensa de los calabozos. En pocos minutos la residencia quedó desierta de lanzas y espadas, huían ante la extraordinaria presencia que relinchaba con estridente potencia.

Aclamados por la muchedumbre montaron en la atezada grupa, surcaron el claro cielo hasta las afueras y allí en el desierto fueron recibidos por tórridas dunas. La derrota romana fomentó aún más la admiración y la esperanza del sangrante pueblo de Nazaret, tan rápido se disperso la noticia que se dieron a conocer por toda la región, comentarios y adulaciones brotaban por los rincones. Canam era el muchacho que combatía y ajusticiaba invasores.

Abrazados por la cintura despidieron su montura, la inquietante sombra de la magia dibujada en el aire sorprendía como un asombroso sueño. Besándose lloraron juntos, besos dulces recorrían su piel. Raquel no dejaba de llorar en el sosiego de la felicidad, sus lágrimas dieron vida a unas ligeras amapolas blancas que entre sus pisadas florecieron. La pasión de Canam rodeó con sus brazos a su amante y arrodillándose uno en el otro se postraron en el abrasante terreno. Se tomaron el uno al otro, jadeantes sus besos atrapaban el amor que se confesaban. Raquel mostró su cariño en palabras silenciosas que en un susurro esperaban en los oídos de aquel muchacho, del hombre que despojaba su virginal interior, que acariciaba la delicia de la entrega que los dos se juraron, la ternura de su húmeda pasión saturó el aciago oasis que les rodeaba.

Adbenayuh agitado se sentó en una piedra al pie de un sendero tantas veces recorrido, sintió la dicha en sus venas y esperó mientras oteaba el horizonte dirección al fervor de Canam. Una mujer de algo más de treinta años portaba un pesado cántaro de agua, sus pasos se aproximaban al extenuado joven, su mirada también, aleatorias gotas derramadas de la vasija salpicaban el rizado cabello de Adbenayuh. Su fatigado sudor se mezcló con el cristalino líquido de vida caído por descuido, cada pizca de agua lanzada al suelo perforaba un hoyo en la tierra, fino y profundo, agujereando el firme. Varios orificios originaron en un instante que parte del secarral se desplomara emergiendo aguas subterráneas y generando un estrecho río, el caudal acarreaba la tierra que encontraba en su travesía y una estrechez longitudinal dibujó un corte en la tierra que dividió Nazaret. El torrente forjó su caudal en dirección a los amantes, un fresco palmeral generó un vergel a pocos kilómetros de la ciudad.

Una serpiente apareció entre piedras vetustas y derramadas, sigilosa se enrolla en las piernas de Adbenayuh y provoca su caída al interior del incipiente cauce. Nadando y respirando a borbotones desciende por el curso del río, a duras penas mantiene la cara en la superficie, sumergido por la fuerza de la brava naturaleza llega vencido a la tranquilidad del oasis donde los ojos de Canam sonríen al distinguir su presencia.

En la lejanía una visión distorsionada asusta a Raquel, un escuadrón romano en la distancia interrumpe la placidez del momento. Avisa a los dos hermanos del acecho mientras Canam intenta restablecer las fuerzas desaparecidas de su agotado hermano gemelo. -No tenemos escapatoria- pronuncia mirando a Raquel, estremecido por la amenaza se levanta hacia ella y besándola aguardan la llegada de los soldados. Mira hacía atrás advirtiendo que su hermano ha desparecido, sólo le ha dejado un segundo y ahora no está. Capturados de nuevo por las duras manos de la legión son castigados por su atrevimiento, encadenados y a latigazos son devueltos a Nazaret.

Bajo el agua Adbenayuh sobrevive inerte, inadvertido ante los ojos del mundo respira en calma, quieto, relajado, fortaleciendo su corazón y recuperando las fuerzas, se mantiene respirando bajo la superficie líquida. Para sí las súplicas de suerte en el destino de Raquel y su hermano, ruega a Yavhé por su libertad. Agazapado se acerca a la orilla, pálido, extenuado mira la distancia que deja su hermano. La imagen de las personas que ama se cobija en sus desesperados recuerdos. Dejado yace en el lodazal, entre juncos. El agua que moja sus piernas comienza a evaporarse a tal velocidad que en apenas unos minutos desaparece en una imperceptible nube. El cielo se va ennegreciendo, el celaje ensombrece la diáfana luz del día. Un tremendo aguacero arrecia sobre los caballos romanos y sus presos mientras caminan por el desierto. La arena empapada va formando insondables barrizales que como cepos retienen las viajeras piernas de esclavos y guardianes. A cada paso el sendero se endurece, a cada paso el camino les retiene. Con gran dificultad el avance continúa cuando en la distancia un enjambre de nazarenos provistos de palos y piedras atacan proclamando el nombre de Canam. Se abalanzan sobre los acorralados soldados que no tienen posibilidad alguna de resistencia y rescatan a su lozano adalid.

Libertarios entran en Nazaret mientras varios cadáveres yacen plantados en la seco barro que la efímera lluvia olvidó. Oraciones y súplicas son ofrecidas por seres venidos de toda Judea. Le adoran, le persiguen, le solicitan ayuda, es su príncipe vengador, el libertador del pueblo judío recibe sus apremios llevando en el recuerdo a Adbenayuh, su perdida es su peor condena.

Arrestados.

La noche llega en el horizonte y los soldados romanos también, un grupo numeroso se introduce por apartadas calles donde no son advertidos. Entran, sorprenden, aterrorizan el despertar de los moradores de Nazaret que son amenazados con dagas en el cuello.

Persiguen a un huido, a un relegado al sometimiento de todo un imperio que escapa dejando tras de sí nefastos cadáveres. El procurador romano instiga al Sumo Sacerdote Caifás que detenga la pequeña rebelión de Canam, el Gran Sanedrín, con su sabiduría, dictaminara la ventura de tan escurridizo judío.

La caza del furtivo y su mujer se produce en pocas horas gracias a la forzada confesión de débiles y pusilánimes. Preso y encadenado Canam será enviado a manos del sumo sacerdote de los saduceos.

La bella Raquel, apartada de su amante, fue confinada en la ciudadela Torre Antonia donde reside habitualmente la guarnición romana, junto al templo donde la plebe acude a la oración. Desde allí es más sencillo controlar las hordas de jóvenes judíos que en muchas ocasiones aprovechan la multitud para retar el orden establecido.

Unas manos gastadas por el tiempo se acercan sigilosas a la añoranza que en estos momentos Raquel alberga, acarician su pelo bruno, sobre los hombros el peso de su destino. Su mirada, inundada de lágrimas, adivina la figura de una ajada anciana que le habla sin apenas oírla, procura aliviar la desolación marcada en la cara de la preciosa muchacha, sus ojos miran sin ver.
-No temas Canam está protegido por la divina creación- afirmó la mujer de lacio cabello besándola en la mejilla.

Sobre la ventana que ilumina el cubículo agolpado de sombras una paloma detiene su vuelo, su blanco plumaje refleja los tenues rayos de sol de la mañana irradiando la luz en los impasibles corazones prisioneros. Raquel eleva los brazos hacia la inquieta ave y ésta detiene su paseo lateral sobre el vano del tragaluz. Una rauda flecha silva en los oídos de Raquel y atraviesa firmemente el pequeño cuerpo alado salpicando de sangre el rostro y el alma de Raquel. El fratricida aborda el habitáculo a empujones y carcajeándose recoge la blanca paloma en la palma de su mano. -Podrías haber sido tu, no olvides que a partir de ahora este es tu camastro y yo tu dueño- sonríe macabro Rael, un seboso carcelero adoctrinado por la lujuria y encarcelado en la misma sala que sus prisioneras. -Tócame, coge mi hombría y métela en tu dulce boca- el grueso soldado levanta su sucia saya mostrando las pudendas partes de su cuerpo. La muchacha se rebela únicamente cerrando los ojos, inmóvil, asumiendo el destino habitual de gran parte de las mujeres de Judea. Pensando en su amado y en su íntima soledad es sometida a impuros deseos, agarrada por el cabello sus labios rozan el frío castigo de la carne ante la acostumbrada mirada de atemorizadas esclavas como ella. Encadena sus muñecas, desnuda por dentro y por fuera recibe los envites del profanador romano, llorando sujeta su callada voz mientras tensa estira las piernas para oponer resistencia, para sobrevivir al desencuentro.

Caifás relega a una oscura y olvidada mazmorra a Canam, en lo más profundo de su propia residencia, castiga y tortura tan esquivo preso. Abandonado y tirado en el gélido suelo pierde el conocimiento durante horas hasta que la voz de una blanca paloma tiznada de sangre despierta al reo de su abandono. Escucha sin apreciar bien quien está enclaustrado con él.

No temas. Escucha Canam en la oscuridad.
¿Quién habla?.
No estás solo, somos uno, siempre estaré a tu lado pase lo que pase. Tu perdón será la providencia, así lo quiere quien me guía. Serás recompensado Canam.
Adbenayuh, eres tú el que habla, apenas reconozco tu voz. Te han encerrado también.
Soy libre porque por más barrotes que haya mi corazón no está atado. Porque la bondad ha formado mi alma y yo te regalo mi amor para que resistas los momentos que debes soportar, la ira de los hombres te asfixiará pero no desesperes yo te recogeré.
¡Hermano!, no me dejes. Cuida de mi adorada Raquel. Mi vida, siento tanto ser tu condena, siento tanto perderte en la oscuridad, me odio por llevarte a las manos que nos castigan, por permitir que te hieran. Volveré a tu encuentro mi amor.

Sobre las dunas yace Adbenayuh, el calor del día sofoca su cuerpo inerte. Suspira con más fuerza, su consciente despierta ayudado por un encontradizo niño de corta edad que a sus pies mira sorprendido. Su piel negra, sus ojos caobas, sus pequeños rizos y su cara angelical le despiertan con agrado.

Ya he hablado con tu hermano. Dice el pequeño con voz madura.
Gracias padre. Adbenayuh asiente.
Recupera las fuerzas hijo, tienes mucho trabajo que hacer, sólo has empezado.
Estoy perdido, me encuentro solo sin mi hermano, le necesito y el necesita a Raquel.
No puedo concederte la gracia de su compañía, debes asumir su pérdida que será el porvenir de los demás individuos que pobláis esta tierra de confusión.
No puedo perderlos padre, no podré seguir solo.
Respira tranquilo, sufrirán pero vendré a por ellos.

Un llanto silencioso oscurece los cristalinos ojos del joven muchacho que impotente se abrasa en el tórrido desierto. El cielo se apaga por cúmulos negruzcos
que alborotados aparecen por el horizonte. Gotas de dolor se derraman por toda Judea, las calles inundadas aparecen vacías, el aguacero enmudece la devenir de Nazaret. Días más tarde Judea amanece plagada de flores de todos los colores, el desierto un vergel, la ciudad abordada de color y en una aislada ventana las manos sangrantes de Raquel asoman aferradas de dolor.


súplica.

El sumo sacerdote acude al Gran Sanedrín y expone la captura del rebelde que lleva días alterando el tranquilo devenir de Judea, la persona que ha amenazado la fe que mantiene el pueblo judío. Los zelotas se están organizando en Galilea, la plebe está inquieta ante esta nueva figura que supone Canam, dicen poseer la divinidad de Yahvé, dicen tener la magia en él. Debemos remitir el sublevado a Pilatos para que se ocupe de castigar al reo y determine de una vez el destino de los incontables rebeldes que surgen en nuestra tranquila tierra.

Canam se mantiene confinado tan solo con pan y agua, aunque su aspecto físico después de varias jornadas no ha empeorado demasiado. Una escuadra romana le arrastra hasta la jaula que le destinará a Jerusalén. Mientras aguarda la marcha acompañado de varios apresados como él se acerca un niño de corta edad que agarrado a los barrotes del carro llama a Canam:

¿Dónde vas?. Dice el pequeño gritando.
No te preocupes Lázaro, no tardaré, seguro que en pocos días vuelvo a buscarte. Creo que Adbenayuh está cerca, él te protegerá, no temas nada nunca estarás solo. De momento busca a Nanim, no te separes de su compañía, te proveerá cobijo.
Canam llévame contigo. Repite el niño suplicando con insistencia.

Mientras el carruaje emprende la marcha Lázaro salta al suelo y corre tras su estela gritando -Canam os matará a todos, él es el hijo de Yahvé y vengará vuestra odisea-, salta y grita sin cesar en el camino que aleja a los presos de la ciudad que los vio nacer. En la puerta camino a Jerusalén la carrera de Lázaro se detiene vencido en la arena, arrodillado y sin quitar la vista del rostro de Canam y aún repitiendo -él os matará a todos, es el divino maestro-. Sin ser advertido un fariseo golpea con una patada la espalda del pequeño y le tira al suelo, Lázaro se da la vuelta dolorido y llorando mientras le golpean en la cara con un macizo bastón de olivo. La sangre incesante de la nariz y los oídos empapa la tierra donde el pequeño pierde el conocimiento mal herido. El paso atropellado de un joven campesino llega hasta el moribundo niño, -no temas Lázaro, ya estoy aquí-, tocando con suavidad las mejillas hinchadas e inundadas de dolor Adbenayuh levanta al crío, le abraza y lo aparta de las quietas miradas de los atemorizados vecinos.

Se acercan a la retirada casa de Nanim, en su puerta, con el pequeño en sus brazos, se detiene observando a su morador como hornea el pan que alimentará a los saduceos, cientos de panes acumulados en canastas preparados para su entrega. Los labios del joven Adbenayuh besan la frente amoratada de Lázaro, sus heridas son tan graves que no responde a los estímulos. La oración se eleva en busca de la compasión que el no puede dar y el pequeño muere en los brazos de la rabia y la desolación.

Nanim vuelve el gesto ante la presencia envuelta en sangre que resta la luz de su casa, se levanta hacía el pequeño cuerpo que tantas veces correteaba entre sus piernas, que interrumpía su trabajo con preguntas que no podía satisfacer, que sisaba y mordisqueaba los panes que el realizaba y que con una sonrisa le pagaba.

Soltó al pequeño en una sabana, le cubrió tapando las mortales heridas y agachó el gesto orando por el alma de Lázaro. Durante horas amigos y conocidos fueron apareciendo alrededor del fallecido. El humilde obrador, repleto de gente, se transformó en un improvisado templo donde el murmullo de los rezos atestaban cualquier esquina. Una luz dorada alumbró la tez destapada, como una diminuta llama de calor cobijó a los presentes. Todos fueron acercándose tocando con la palma de su mano la llama sin notar ninguna abrasión ni herida. Adbenayuh se aproximó por último, se arrodillo ante el cadáver del niño abriendo la boca, se tragó la flama alojándola entre sus dientes, acercó sus labios a la boca inerte forzando su apertura. El beso divino encendió el interior de las cabezas como lámparas anaranjadas y durante varios minutos el techo se llenó de sombras pasmadas.

Hermosos buitres fueron apareciendo en los tejados más altos de la ciudad, hileras negras poblaron el cielo de Nazaret, cientos de ellos revoloteando en círculo sobre el Templo. Un águila real se posó sobre el busto del emperador Tiberio abriendo sus extensas alas.

Unos ojos infantiles volvieron a abrirse al anochecer bajo el manto de la noche, Adbenayuh solicitó que las canastas repletas de pan fueran entregadas a los incontables pobres de la ciudad sin pago a cambio.

Los saduceos abarrotaban los templos entregados a la oración mirando de reojo a las aves que los acechaban. El gran águila se abalanzó sobre Caifás y a partir de ese momento una recua sangrienta atacó con espontáneo frenesí a miles de personas que abarrotaban el templo. El ataque fue aniquilador, muchos murieron bajo las garras y los picos de las aves, otros desmembrados y heridos huyeron atemorizados.

Lázaro devolvió el beso a Adbenayuh y le sopló en su corazón, -Dios pide tu misericordia tío, calma a Canam en su último día pues le queda poco para redimir nuestras culpas-. Nanim ofreció su cobijo para la mañana siguiente llevarles a Jerusalén acompañados de los abnegados devotos presentes.

Olvido.

Olvidado, caminó a Jerusalén, lamentaba su destino con el pensamiento perdido entre los brazos cálidos de Raquel, con el iris de su ojos reflejando felicidad. El viento abrasador rebosante de amargura amenazaba con agrietar la curtida piel de Canam, su súplica viajaba con él y su amor quedó atrás. Trasladándose al encuentro del procurador de Judea renegaba de su destino buscando la muerte con cualquiera de los soldados que le custodiaban.

Adbenayuh emprendió la búsqueda de su hermano como en tantas ocasiones, con la viva esperanza de abrazarle de nuevo. Sólo con el sufrimiento y a pie viajó durante interminables jornadas, no dormía, no comía... apenas un poco de agua le ofrecía sustento. Llegó a un ínfimo manantial en el que arrodillado observó un asno dirigirse hacia él, se tumbó medio asfixiado, famélico, con la vida evaporada.

Adben, otra vez juntos. Palabras surgidas del animal.
Señor no me abandonéis.
Nunca te he dejado, vivo en tu interior, nunca me has escuchado hasta que te ha hecho falta.
Tenemos que salvar a mi hermano, a Raquel... no puedo dejarles ir.
Sabes que debemos dejar trascurrir los días. No debemos participar en el destino, convéncete, déjales ir.
Ayúdame, por favor. Rogaba Adbenayuh arrodillado.

El pollino cerró los ojos y murió ante las inexpresivas facciones de un desesperado joven que sujetaba el hocico con ternura. Bebió un soplo de agua y continuó la marcha. Era incapaz de olvidar con quien había compartido todo, la persona que sostenía su existencia. Canam le necesitaba y no podía olvidar el sufrimiento que intuía en su sangre en contra de los designios del divino.

A veces la penumbra nublaba la mirada limpia de Adbenayuh, sus deseos pasaban por la recuperación de Canam y de Raquel, armado únicamente con su voluntad no podía relegar las voluntades del moribundo burro, ese ser superior que le perseguía y no comprendía, que le otorgaba y aconsejaba. -No puedo olvidar- era el único pensamiento que recorría su cabeza de un lado a otro mientras el desierto ofrecía su duro camino a Jerusalén.

Pilatos enérgico se entrevista con miembros del Gran Sanedrín, estudian la sentencia más apropiada al reo que a punto está de llegar. Aparecieron dos soldados custodiando a un escuchimizado preso encadenado y moribundo, arrastrándose llega apenas a unos metros de la sombra del procurador romano.

Este es el individuo que nos atormenta, el que escapa de nuestro ejército, la persona que nos mantiene en discusión sobre la influencia en Roma y la repercusión de sus actos en Judea, al que miles de judíos veneran y consuelan. Indignante, simplemente patético. Pilatos reprocha decepcionado al contemplar a un derrotado y hambriento Canam.
No se confíe de lo que a primera vista observa su alteza, goza del favor de Yahvé y así lo ha demostrado en diversas gestas contra vuestras tropas. Debemos ajusticiar su osadía para dar ejemplo a la plebe, no se debe desafiar las leyes divinas de los Saduceos y Roma está obligada a cumplir con su palabra. Caifás contrariado exige mirando a los ojos de Pilatos.
Roma no permite sublevaciones, no consentimos desafíos y por lo tanto no se preocupen en tres amaneceres será crucificado ante su propio Dios como lo que es, un vulgar asesino.


Una cristalina lágrima resbala precipitándose al frío pavimento acompañando la verborrea diplomática de burocráticos sacerdotes presentados en torno a una fuente de piedra decorada de peces voladores, una serpiente abraza a una paloma entre los jardines sin ser advertida más que por los ojos cautivos del condenado. Arrodillado y entregado a su suerte formula deseos y plegarias por aquellos a los que no podrá volver a ver, por los que no podrá volver a abrazar y besar.

Encierran a Canam en las catacumbas, en una pequeña oquedad donde comparte alojamiento con otros dos condenados a la crucifixión. Lamentos de ultratumba resuenan, un frío helador alberga en la ocre oscuridad, el sufrimiento respira tan olvidado lugar.

Un sacerdote menudo abre la puerta lentamente, una vela adelanta su paso y con un gesto obliga al hediondo carcelero levantar a Canam y trasladarlo a otra sala aún más oscura, tirado a los pies de una figura que apenas diferencia, la imagen del procurador romano gesticula casi imperceptible.

Escucha por un momento, no temas no te voy a sacrificar aunque toda Judea así me lo pida, tengo preparado alguien que morirá por ti, otro hombre del que nadie se acordará y que te permitirá seguir vivo, siempre y cuando protejas mi alma y me encomiendes al divino señor de los cielos. Ruega Pilatos con voz temblorosa.
Yo no soy a quien buscáis, no puedo salvaros de vuestro propio destino, la espada que os aguarda seguirá esperando. Replica Canam mirando la pequeña llama sustenta por el sacerdote.
Contempla quién está con nosotros, ves, le reconoces... Es tu hermano, le han encontrado moribundo en el desierto. Moriréis los dos juntos a los pies de vuestro propio pueblo.
Hermano... Adbenayuh es interrumpido por un decidido batacazo en la boca que le provoca una incipiente hemorragia.

Canam era el número tres de los condenados a morir en la cruz al día siguiente, en su lugar dispusieron a otro hombre del que nadie se acordaba y que había sido arrestado infinidad de veces por pequeños descalabros y que era más conocido dentro de la guarnición romana que fuera, se llama Jesús, Jesús de Nazaret.

Dos hermanos perpetuados en un agujero varios metros bajo tierra fueron olvidados y arrancados de la luz, tapiaron su puerta con piedras extraídas de una cantera en Galilea expresamente traídas para la residencia personal de Poncio Pilatos. Encadenados a su suerte, uno frente a otro, fueron enterrados en vida. Canam resistió muchas jornadas agonizando el nombre de Raquel y rogando a su hermano un acto que los libertara, Adbenayuh vio fallecer a su hermano rogando cambiar su irremediable final. Hoy en día continúa orando por el alma de Canam, desaparecido frente a él hace demasiado tiempo. Sujeto por las cadenas que atrapan sus muñecas vive la inmortalidad encomendada por Acolísteno, el dios que aparece sentado en el suelo cumpliendo la misma condena, que llora todos los días como él, que reza por el alma oscura de la humanidad y que nos observa y nos concede la libertad.

2 comentarios:

  1. Es maravilloso leerte de nuevo. Llevas tanto dentro...creo que tienes una imaginación privilegiada. Describes magníficamente otra dimensión de la realidad. El relato es estupendo, y con esa pizca de tragedia y de esperanza que das, consigues que quede un gusto en el paladar que perdura, como un buen vino. Como en muchos de tus relatos el amor es un ingrediente principal, en este caso, es el fraternal; pero se me encoge el corazón con esa parte oscura de la humanidad que tan bien describes. En fin, como siempre leerte es un placer que acaricia todos mis sentidos, como una brisa fresca.
    Sólo me queda darte las gracias una vez más.

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  2. Los relatos see alargan, las tramas toman mas cuerpo, los personajes son mas personajes y las historias mas historias. Incluso te permites darle vueltas a otras historias, magnifica esta en que muere un pobrecito llamado Jesús, je,, je, je.
    Cualquier día alargas tanto el relato que te sale una novela, bueno conoces uno, por lo menos, que la comprará, prometo no bajarmela de internet.
    Saludos

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