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25/7/10

Bloc de dibujo.

Todas las mañanas emprendía la búsqueda, por las noches él se perdía y cada mañana se reencontraba. Cogía su carpeta, su historia resumida en un solo folio donde indicaba lo poquito que sus experiencias sumaban.

Puerta a puerta explicaba sus grandes virtudes como profesional y recogía siempre respuestas negativas. No se preocupe, le llamaremos, en cuanto tengamos algo le avisaremos. Triste llegaba la tarde y por fin se sentaba en el mismo banco del parque. Abría su bloc de dibujo donde trasladaba imágenes retenidas en su retina. Así pasaba las horas. Nadie le aguardaba en casa y disfrutaba las silenciosas horas con las pinturas entre los dedos. Siempre terminaba un par de artísticos dibujos que firmaba y olvidaba pegado en los troncos de los árboles próximos. Justo antes de anochecer se dejaba caer en el césped y prestaba sus sentidos al aroma fresco que fluía de los jardines. Llevaba meses con idéntica rutina y poco a poco dedicaba más tiempo a permitir a su piel sentir. Se ofrecía a soñar.

Una calurosa mañana de agosto encontró una niña de origen asiático sentada en un portal, lloraba secretamente frente a un barbudo abandonado a su suerte. -¿Qué ocurre pequeña?, no llores mi amor-, apenas alcanzaba el medio metro de altura, se calmó cuando una mujer se acercó corriendo y la recogió en brazos. Es preciosa le dije, repitiendo el mendigo mis palabras. Quédese un momento con la nena por favor, salió corriendo tras un furgón. La niña miraba asustada con los ojos inmóviles y fijos en su cara, le dedicó una pequeña sonrisa sin respuesta. Añoraba aquellos años en los que mamá dedicaba sonrisas todos los días, a mis hermanas y a mí durante los ocho años que Aitana estuvo con nosotros. Mi hermana, un ángel caído del lo más recóndito del corazón de mi madre. Las paredes de mi casa guardan su sonrisa, mis dibujos graban su enfermo rostro y aún añoro sus gestos y lloro sus abrazos.

“Sabes que eres una preciosidad”, la sonrisa brotaba espontánea de mis labios al notar su cuerpecito entre mis brazos. “Si quieres ahí tienes muchas más”, la voz de un hombre, en ese momento olvidado, me hizo mirar a través de un pequeño cristal pegado a la acera. Me quedé frío, miré a través del ventanuco medio oculto de la vista de los transeúntes. De un tirón la mamá me arrebató la dulce pequeña de mis manos. Al menos una veintena de personas trabajaban en el sótano que arrancaba a mis pies en un edificio bastante tosco y sombrío, uno de tantos encerrado entre edificaciones modernas. El abandonado señor canturreaba pequeñas estrofas mientras miré de nuevo al sótano, nadie se movía, mujeres de todas las edades pegadas a un taburete. -¡Nunca salen de ahí!, llevó años sentado aquí, está es mi casa, éste es mi árbol y éste es mi banco. Siempre entran pero sólo sale Mercedes, la mamá de la pequeña, será china pero me gusta ese nombre para ella. Debes irte ya, falta poco para que aparezcan los jefes y ésos no juegan-. Mi incipiente amigo se levantó tranquilamente y se evadió calle arriba. Me senté en el banco a dibujar la cara de la pequeña, mi memoria grababa con facilidad rasgos tan bellos como aquéllos. En efecto, aparecieron, al que creí podía ser el padre le regalé mi dibujo. Miró sorprendido, hizo un gesto y dos individuos rápidamente se echaron encima, una tormenta de golpes me dejó tirado con la boca llena de sangre. Mis costillas se retorcían en mi interior clavadas en mi alma, un pequeño aliento permaneció dentro de mí mientras mi conciencia se dormía. Un callado canturreo se acercaba. Unas enormes manos sujetaron mi rostro y lo último que sentí fue la caída de aquél cantarín sobre mí.

Desperté en el hospital, en una solitaria habitación blanca, aséptica, impoluta, celestial. Se entornó la puerta y descubrí la preciosa figura de la niña que retuve entre mis brazos no hace tanto, su madre la acompañaba. Entraron a verme, cogieron mis manos, ceremonial Mercedes me prestó un delicado beso en el reverso de mi mano. Su ternura conmovió mi dolorido cuerpo, aspiré su perfume y clavé mis pupilas en las suyas. Devolvió mi atrevimiento acercándose a mis oídos diciendo “Gracias a ti soy libre, gracias a ti mis hermanas tienen una oportunidad”. Sus labios se acercaron a los míos, entreabiertos fluyeron, se encontraron en la pasión, mezclados, ciegos se amaron.

Una lágrima derramada desde mi interior me despertó. Con sigilo la puerta entornada mostró la figura de un mensajero que en sus manos portaba un sobre. Palabras llenas de libertad relataban acontecimientos derivados de la paliza de la que fui objeto y que permitieron que muchas personas que no disfrutaban de la libre elección tuvieran una oportunidad. Arrestaron a mis agresores y asesinos de aquel hombre que hoy yace en el olvido, según explicaba llena de tristeza la carta.

“Somos diferentes, ya trabajamos para nosotras en nuestro propio taller. Ya no hay más golpes, ya no más violaciones, ya no más vejaciones. ¡Somos libres!”. Culmina la carta.

1 comentario:

  1. Como siempre consigues darme un pellizco, por un lado la busqueda de trabajo y lo agobiante que puede ser, por otro lado, de vez en cuando, entro en un blo de alguien que hace dibujos enun cuaderno es: http://leefeel.blogspot.com/
    Por otro lado también recuerdo las inteminabls horas de vigilancia 12, 14, 17 horas de trabajo todos los días...
    Cuanta gente, por una simple casualidad, que nunca es casualidad, consigue que su vida de un giro totalmente inesperado.
    Saludos

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