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27/10/14

Addat - Sin aire - IV

Addat.

Sin aire.

El corazón se me escapaba por la garganta, el espíritu de mi padre se perdía tras la multitud que entraban y salían por el largo corredor. ¡Estaba vivo! Él no está muerto, no puede ser... Hemos estado juntos no hace demasiado tiempo. No sé donde está ahora pero debe estar muy cerca. Corrí y corrí tras él ánima que me abandonaba. Salí a toda velocidad y salté todo lo que pude para alcanzarle, rodearle con mis brazos y atraparle para mí. Mi cara se estampó contra el césped del jardín que adornaba la entrada al recinto, tumbado, golpeado y con el más absoluto vacío entre mis manos.

Dos señores de negro traje se acercaron. Uno de ellos intentó levantarme inundado en lágrimas. ¿Estás bien? La pena más profunda llenó el vació que mi padre dejaba. Me resistía a aceptar su pérdida, sin embargo tenía la certeza que ya no le vería más.

¡Déjale en el suelo! ¡Debemos partir rápido! Exclamó el enterrador más alejado sin detener el paso. Tenía el semblante perfecto para trabajar allí, aquella cara seria y carente de color no podía encontrarse en otro sitio. Calvo y más delgado que las velas de la capilla dio la espalda y se metió en el coche fúnebre, casi haciendo ruedas se perdió por el camino arbolado.

Una gata preciosa apareció y se acercó a mi rostro empapado. Con ternura retiró suavemente los pedacitos de hierba todavía alojados en mi mejilla. Como si fuera uno más de sus cachorros me limpió. Se alejó con dos diminutos cachorros que apenas saltaban tras sus pasos. El último, de color blanquecino, portaba unas diminutas manchas rojas en las patitas traseras, inapreciables que mi retina mantuvo sin comprender bien por qué.

Levanta de ahí, ¿Que haces tumbado en la hierba? ¿Crees que es momento de jugar? Me levantó de un agarrón con aquella mano que carecía de humanidad y un tremendo azote subió toda la sangre a mi rostro y el llanto continuó el camino abierto hace días. Me agarró de las piernas y volando me llevó de vuelta con mi madre.

Aquel gatito me miró simpático y desapareció tras una puertecita casi de su tamaño en la pared de un cobertizo en el último extremo de la finca, tras los cipreses que encendían el cielo.

4
©2014 Guribundis




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