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21/12/15

Canción III.

Canción III.

La sombra de las velas empujaba mi silueta dentro del vetusto edificio. Mirando hacia los lados caminé sigiloso. Las estrellas parecían marchitarse y alejarse. La oscuridad atrapaba mi presencia, me sentía dichoso y respiré hondo.

Llegué a la puerta donde muy de mañana dejé a Marimar atada y somnolienta. Allí estaba, apenas reconocible como la mujer que días atrás seguí por toda la ciudad. La atavié con el vestido marinero de rayas que tanto me gustaba. La coloqué la cinta blanca de banda ancha que ocultaba su frente. Sus pechos destacaban de los límites de su escote. Me provocaba. Besé su boca y apenas pudo resistirse. Sabe que me gusta mucho.

Tirada sobre una manta verde de rayas blancas hicimos el amor. Sé que ella soñaba con ese momento. Se abrió para mi varias veces. Sus ojos se nublaban como buscando una inalcanzable salida y no lograba emitir sonido alguno sin cejar en su empeño. La suave comodidad de su pelo ocultaba mi rostro ajeno a la realidad. Era mía, los dos lo sabíamos y disfrutábamos aquel intenso momento. Rocé su pecho de nuevo, acaricié su piel hermosa y tierna, el tiempo se detuvo permitiéndome explorar todos sus rincones, todos sus secretos, todo su íntimo amor.

Me incorporé extasiado mirando por la pequeña ventana por dónde se ve la entrada principal del recinto. La verja negra con acabados en un verde bosque insultante se presentaba delante de mí, en infinidad de ocasiones rogué cambiaran su color, no lo soportaba. Volví a mirar al suelo enfadado, su cuerpo descansaba hermoso ajeno a su destino, a su suerte. Me iría con ella sin dudarlo y compartiríamos la nueva vida que le esperaba. Debía continuar la labor de amar a todos los ángeles que sustentan esta vida terrenal. Acabemos con esto, le dije sin obtener respuesta alguna, espero continuar mi caza y no puedo demorar más tu final princesa.

Encendí una ligera llama que brillante pronto se extendió por todo el horno. Miré el saco de esparto colgado junto a la ventana. Contenía otra vida, más efímera y casual. De vez en cuando se agitaba ligeramente, tomé la precaución de sedarle también. Iban a viajar juntas. La temperatura llegaba a su punto correcto y no tenía más que continuar. Coloqué correctamente el vestido, estaba mucho más guapa, le posé la extraviada gata entre sus brazos manteniendo el sueño felino. Las situé sobre la camilla desplazándolas al interior del crematorio. Al unísono los dos seres abrieron los ojos observando el último camino que sus cuerpos unidos recorrerían.

El humo fétido se posaba liviano sobre las copas de los árboles próximos donde aquel aroma a juventud se mantuvo por días...

Adiós Marimar.

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