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16/12/15

Canción II.

Canción II.

Tengo ya muchos años para ponerme a perseguir chiquillos y felinos. Me sentaré en este banco bajo la sombra de las hojas, ando un poco acalorado. Hace fresco pero me siento muy bien, animado, tengo muchas energías, me siento contento.

Es un buen día para recordar mis pasiones. Fue tanto amor en tan poco tiempo. Efímero pero real, me sentí querido y amé, mi corazón se rebosaba de tal manera que hoy sigue inundado de emoción. Sus caricias y sus besos me agitan hoy.

Me senté y posé mi sombrero sobre las láminas de madera. Sentí la necesidad de quitarme los zapatos, los calcetines también. La chaqueta me sobraba, tuve algo de calor. Me subo las mangas de la camisa por encima del codo, como cuando era joven y me sobraban las fuerzas de vivir. No soporto el pantalón. ¿Qué me pasa? No puedo mantenerme con la ropa encima.

Enseguida me vi desnudo y sentado en un banco. La calle parecía solitaria. El aire inicio un leve batir de ramas y susurros. Miré alrededor y pude comprobar que ya no estaba solo, mucha gente paseaba a mi alrededor.

Me incorporé en un salto, tuve ganas de andar ágilmente. Subí calle arriba detrás de la marea humana que se movían inquietos. En ese momento caí en la cuenta y me detuve. ¿Qué ocurre? Me volví hacia el banco solitario donde un anciano cuerpo con sombrero y zapatos marrones reposaba apoyando su cabeza sobre el respaldo.

Apareció una ambulancia, un coche de policía... Me mantuve observando la escena de mi muerte. Cómo mi cuerpo era tumbado en una camilla. Cómo mi aliento se desvaneció. Entonces aparecieron ellas, mis hijas.

Los gritos agolparon la calle y un color naranja baño el horizonte apagando el brillo de mis ojos. Mis lágrimas brotaron a pesar de no poder sentir pena. Mis hijas lloraban rotas sobre mi cuerpo, sus lágrimas eran las mías. No lloréis.

Cantando aquella canción que con María gozé seguí avanzando por mi camino sin poder vislumbrar la lejana cima.

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