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10/5/12

Misiva 9. El olivo olvidado.



MISIVAS DE UN RECUERDO.


                                                                               Esquivias, 9 de Mayo de 1997.     


Amado Nicolás,


Sabes bien mi gusto por caminar, conoces bien que me complace ver el sol marchar. Ayer vi un nuevo ocaso cerca de la villa de Yeles, fui hacia aquel camino que nos acercaba a Esquivias jugando con nuestras manos, marchando un tanto más lejos que de costumbre. Me colé en una de las fincas que usa del arte de la caza, son tierras de perdices y conejos. Me adentré paseando mientras escuchaba esa canción que bajo la ducha bailábamos, con el agua que purificaba nuestros cuerpos. Nos manteníamos unidos como cadenas inmateriales que se fundían en un único ser. ¿Recuerdas? Yo era tú. Tú eras yo. Cruce el camino con aquella sintonía y ,entretanto, un perro de patas doradas detenía su marcha para observarme. Su lengua alertaba fatiga. Tranquilo mantuvo su mirada sobre mí. No me asusté, reflejaba docilidad. Tenía el lomo negro y los ojos enclaustrados en pelo pardo que se mantenían firmes. Ladró una vez y una manada de canes de todo tamaño y raza cruzaron sin ocuparse de mi presencia. El pastor alemán inició la marcha una vez hubo pasado el grupo olisqueando el camino. Una vez se alejaron sobre los montículos de tierra seca continué apacible en busca del adiós solar.

Gustosa de sentir la tierra me descalcé cerca de un olvidado olivo que permanece en el sueño de la modernidad, anhelando algún jardín que aún se mantiene sin él. Me apoyé, para descalzarme, sobre su rugoso tronco, cerré mis párpados y pude oír una débil voz de la que no pude extraer su semántica y giré la cabeza sobre una flor amarilla, solitaria, entre follaje seco. Me acerqué descalza, me arrodillé ante esa belleza natural sintiendo sus pétalos en las yemas de mis dedos. ¿Qué haces tan sola? Y contestó mostrando un gran agujeró en la tierra escarbada. Infinidad de patas continuaban marcadas formando surcos y, entre ellos, huesos desnudos formaban un abrazo mortal. Clavé con fuerza mis manos en la arena, no podía creer lo que estaba contemplando... Alcé la mirada un poco revisando los pequeños cúmulos de sílice, no podía creer aquéllo que el paisaje y el trabajo canino publicaban. Otra fosa con destartalados esqueletos amontonados sobre pequeños restos casi putrefactos. Giraba el rostro en cualquier dirección y apareció lo que fuera un cementerio olvidado acorralando al ancestral olivo que está junto a mi.

Quiero que te pongas en marcha lo más pronto posible. Necesito que estés conmigo y yo contigo, temo que aquella historia familiar que me contaste poco antes de casarnos finalice en una realidad esperada y dolorosa. Él puede estar aquí. Siento que tu padre está aquí.

Lloro como nunca lo he hecho antes mi amor, creo que tengo la mano descarnada de Adolfo Arapiles entre mis dedos y su mirada cavernosa ruega perdón. Su cabeza marca el golpe que Alvarito de chico le provocó en las guerrillas de chico y bajo su esternón nace una preciosa flor ambarina que da color a todo este yermo sendero de muerte.


Te aguardo.

Marina  de Esteban. 

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