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10/2/11

Surcos de sangre.




Sudando a chorros, en una veraniega jornada de últimos de junio, cava los surcos eternos de su huerto. Su anciano cuerpo se esfuerza en la dura tarea de remover la tierra, su mente vuela entretanto a Argentina donde su hijo permanece desde hace ya mucho tiempo. Su memoria derrama la imagen de Miguel a golpes de azada, cuántas veces hablaría con él en el silencio del campo, en la plenitud del trabajo realizado. Otro de los recuerdos que fluyen es su hija, despechada aquel triste día que marchó gritando de la mano de su marido, a cada socavón un reproche nace. No escuchó las insistentes advertencias sobre el cruel de su reciente esposo, que por todos sabido, a mal lugar la condenaría. No era bueno para ella. Marcharon a Bilbao en busca de trabajo, en el pueblo no tendrían futuro decía airosa ella escuchando cada vez más lejana la voz de su padre.


A los pocos años del nacimiento de su nieta, la que no conocería nunca, la desgracia llegó. Una llamada telefónica apareció extraña, casi nunca llamaba nadie, una voz anónima susurró con delicadas expresiones la muerte de su hija. En pleno verano la tormenta descargó en una humilde casona de la sierra del Río Mundo. Isabel, ajusticiada, descansaba en el depósito de cadáveres, las manos atroces de su propia pareja acabaron con sus ilusiones. 


Retumbaban palabras de muerte en su cabeza, "su hija ha fallecido". El dolor brota sobre sus mejillas curtidas, sus piernas flojean como nunca lo habían hecho, con las manos se frota los lastimosos ojos. Su hija aparecía por el salón con la ternura en su rostro, corriendo, la cola de caballo volando tras su preciosa cara. Fue su amor hasta que marchó en manos del diablo, su pequeña voló perdida con quién no debía. Ahora, fría, a muchos kilómetros de distancia moría sin reconciliarse con los suyos.


Levanta el teléfono mirando el retrato de Isabel sobre la chimenea, ¿Por qué te has ido? Una hija nunca debe adelantar a su padre en llegar a la muerte. Nunca me has hecho caso. Nunca. Tu madre me advirtió de Tomé, enseguida supo como era y yo intenté impedir tu marcha. 


Miguel volvió de Argentina portando una maleta, una ausente nuera y dos hijas desconocidas  a las que besó con dulzura. El abuelo introdujo su mano en el bolsillo de su americana y extrajo unos caramelos de colores rescatados del bote de hojalata donde su mujer solía esconderlos de ojos ajenos. Caminaron hacia el hotel reservado desde tierras lejanas donde intentarían un descanso ante la jornada intensa que el día siguiente les ofrecería. Volverían a ver a Isabel, debían identificarla y despedirse de ella.


Germán coge el teléfono de la habitación y realiza una llamada de varios minutos. Miguel con suma extrañeza pregunta a su padre, ¿A quién llamas? No es habitual que realice llamadas, nunca ha llamado a Argentina, nunca, aunque se lo pidieras, siempre era reacio a tal esfuerzo, no le gustan los aparatos y menos las charlas a través de un cable de cobre.


Encienden el televisor antes de la cena y ya pueden comprobar cómo el rostro de Isabel deja de ser anónimo, su último episodio ya es público, cada detalle, cada herida de su cuerpo es comentada. Coloquios dedicados a la muerte de su pequeña llenan la víspera de su reencuentro.


Ya en la puerta del edificio gris de la morgue agarra a su hijo de la mano dándole un suave beso en la mejilla. Tranquilo papá si no aguantas nos salimos rápidamente. No hijo me gustaría hablar con ella y pedirla que me perdone, fallé y ella está tumbada por no saber llegar a su corazón, entremos.


Mientras el rostro magullado de Isabel es descubierto Germán pregunta la hora, si, son las once de la mañana señor. Perfecto, gracias. Una leve sonrisa asoma por los labios del anciano.


Una vez fuera, en el calle que cruza delante de ellos, observan a chiquillos juguetear en el parque bajo un hermoso olmo. Germán mira al cielo y abraza a Miguel. Ya podemos volver a casa. Pasaremos unos día contigo papá. Claro hijo, lo que queráis. 


La televisión del hotel vuelve a la carga con el asesinato de Isabel, en esta ocasión la noticia cambia de protagonista y los hechos son nuevos. "Esta mañana a la salida de la comisaría de Baracaldo el presunto asesino de Isabel Vázquez ha sido tiroteado cuando la policía le trasladaba al lugar de los hechos confirmando las pesquisas..."


Algunos días después de la marcha de Miguel a Argentina, Germán volvió a su sencilla casa en la sierra. Según posó su chaqueta en una vieja silla agarró una fuerte soga y lanzó uno de los extremos sobre la viga más robusta, colgada, a pocos centímetros de su cara, un rápido nudo corredizo terminó lo que el tiempo aún no había conseguido. El cuerpo de un anciano quedó inerte y solo.

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