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2/4/10

Aroma de manzana.

Dirigiéndome a lo que yo imaginaba como el encuentro más especial de mi existencia, sujeté el sombrero y me cubrí del alto sol de mediodía. Cogí aliento, chaqueta en mano, y me adentré en el pastizal. Varios niños jugueteaban bajo la sombra de un hermoso cedro, todos vestidos de blanco, parecían venir de alguna fiesta, emperifollados y luminosos eran lo único que el bochorno dejaba libertad de movimiento, bajo el cedro.

Agotado recorría el camino abrasador, asfixiado aunque contento. Encontraría a mi prometida en el próximo pueblo, a pocos kilómetros. Una sonrisa dibujo mi sofocado rostro inmerso en el recuerdo de su piel, de su mirada, aquella que daba sentido a mis pensamientos. Esperábamos un hijo este verano, en pocos días saldría de cuentas. Un hijo de Alejandra, mi gozo me transportaba a través del puente del amor. Alejandra.

Un grito seco cortó mis delirios de pasión, miré hacia los chiquillos, chillaban y chillaban mirando hacia el suelo. Uno de ellos, bien chiquitajo, salió corriendo despavorido por los sembrados. Corrí hasta el verde cedro, el viento montañoso me empujaba en socorro de los niños. Una pequeña se retorcía de dolor tumbada sobre la lámina de rastrojos que formaban un colchón de juegos. “La serpiente está bajo esas piedras”. Advirtió uno de los muchachos que no quitaba la vista del hueco escurridizo provisto de un palo enorme en la mano.

De repente el animal salió por una pared rocosa detrás de nosotros mordiéndome en el tobillo. Era una “Cabeza de Cobre”, una serpiente con un veneno muy doloroso, aunque creo que no es mortal. No me dio tiempo a reaccionar, caí de bruces. Empecé a marearme como si anduviera navegando en un mar embravecido, todo daba vueltas, ya no escuchaba a los críos, vi la figura de Alejandra delante de mi, bajo el cedro maravilloso. Me llamaba y me decía que ya venía el niño, ya está aquí. Sonreía, con sus labios sonrosados y sus mejillas cálidas, sus manos me llamaban como si fueran capaces de mover el aire y llevarme hasta ella.

El viento enfurecido soplaba con fuerza, el sol nos dejó dando paso a las nubes que cubrieron el cielo, la lluvia lleno mi cara de caricias traídas por Alejandra. Respiré el ambiente húmedo del dorado campo que nos rodeaba.

En el monte que teníamos enfrente una silueta lejana apareció, un hermoso animal del que yo creía desaparecido de los bosques me miraba desde lo alto. Alzaba su enorme cabeza y resoplaba profundamente. El repentino diluvio continuó su baño de humedad entre el bisonte y yo, ninguno nos movimos.

El dolor de la picadura desapareció mientras respiraba un delicado aroma a manzana. Alejandra compartía mi hueco en la tierra dándome besos en la frente y su vientre recibía el roce delicado de mi mano. Aparecieron los niños observándonos muy quietos, la chiquilla que antes veía tumbada por la picadura ahora me enseñaba la larga serpiente colgando de sus pequeñas manos, ofreciéndomela, risueña.

Me acordé del muchacho que huyó asustado, les advertí, ir a por él se perderá, es peligroso andar solo por el monte. Alejandra susurraba canciones de cuna en mis oídos, yo hacía todo lo posible porque entendiera que debíamos encontrar al pequeño perdido y no podíamos esperar más. No me hacía caso, inmersa como estaba en atenderme no se separó de mi ni un momento pero los niños tampoco intentaban recuperar a su amigo, no se movieron. El bisonte ya no continuaba en la cima paciendo tranquilo, un soplo fuerte me sorprendió por detrás y una enorme y empapada lengua recorrió toda mi cara. Miré hacia atrás, ahora aparecíamos él y yo solos bajo la lluvia. Se dirigió hasta el centenario tronco y rascó su lomo enérgicamente, cuando concluyó su aseo caminó hacia mi de nuevo y se situó justo encima de mi vientre con sus robustas pezuñas rodeando mi cuello y mis caderas, entonces se dejó caer.

Se escuchaba el rumor del viento tranquilo y las copas de los árboles lejanos aullaban aunque yo ya no estaba, mi existencia se desvaneció y sólo mi espíritu encontró la paz en el interior de un manto de calor que sigue recorriendo los bosques montañosos.

Abrí los ojos, aturdido y aún perdido en las sombras, encontré delante un bebé recién nacido y a mi mujer sonriendo con sus preciosos labios carnosos burbujeando felicidad. Cariño tu hijo te espera.

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