MISIVAS DE UN RECUERDO.
Yeles, a 26 de febrero de 1937.
Querida Madre,
Le mataron, sí madre, ya no está junto a mí. ¿Recuerdas a Daniel? Recorrió la instrucción en Ciudad Real, conmigo. Nos conocimos nada más llegar y faltó tiempo para hacer buenas migas. Alto, moreno, con la fortaleza de su tierra, Granada. No dejaba de hablar de sus tíos y de que le cuidaron como a un hijo. Huérfano por las enfermedades de la penuria. Madre, era todo amor. Creció junto a su hermano pequeño y a su prima Natalia, bajo las faldas de El Albaicín. Trabajó en la tahona de sus tíos toda su juventud, detentaba unos músculos rudos pero armoniosos con un talante simpático, agradable de formas y de condición. Le quise desde el primer cruce de miradas, nos observamos en silencio bajo las grisáceas literas del campamento. No volvimos a separarnos. Cavamos trincheras, soportamos la lluvia y el pétreo sol. Los interminables kilómetros de batalla, el miedo y la paz de nuestro marcado destino. Nunca he estado más en sintonía conmigo mismo, gracias a Daniel aprendí a anhelar la virtud y a suspirar con su amor.
No existirá nadie como él mamá. Le amo aunque ya no pueda repetir mis suspiros en su piel. Cómo lo quiero, cómo hecho de menos su abrazo y su encubierto amor. Me lo han matado madre...
Busco asesinos por estas tierras abandonadas de La Sagra, Daniel falleció no muy lejos de donde mis pasos me guían. No temo, no me importa perder la sangre de mis venas porque ya no siento el latido de mi corazón, se ha marchado con él, con sus besos tiernos, con el regalo del roce de su piel, con su deseo tierno que me encumbraba. No te imaginas lo dichoso que fui acompañado por sus ojos en la dureza de esta guerra. Nadie supo nunca lo que el amor nos abrigaba.
Ya no importa nada, nada tiene sentido, no existe lugar donde guarecerse. Mi locura persigue su muerte por dejarme solo. Voy en su busca madre enterrando mis botas sobre los surcos de campos áridos y con la sombra que muestra el sol de compañía. He cargado mi arma y he reservado el último cartucho para mí.
Perdona mi ofensa madre, no quiero ocultarte mi destino. El dolor que seguro sientes es el precio que no se como evitar. Se desvanece mi cuerpo cansado de soledad y a estas horas fluye etéreo sobre las olas del campo. No te preocupes, he gozado, he sentido, he amado y te he querido tanto madre. Ruego perdones este acto de guerra y comprendas que no quiero seguir sin Daniel. Veré a padre pronto, le daré tus besos, los que se perdió por tantos años de abandono. Te esperaremos madre.
Le mataron, sí madre, ya no está junto a mí. ¿Recuerdas a Daniel? Recorrió la instrucción en Ciudad Real, conmigo. Nos conocimos nada más llegar y faltó tiempo para hacer buenas migas. Alto, moreno, con la fortaleza de su tierra, Granada. No dejaba de hablar de sus tíos y de que le cuidaron como a un hijo. Huérfano por las enfermedades de la penuria. Madre, era todo amor. Creció junto a su hermano pequeño y a su prima Natalia, bajo las faldas de El Albaicín. Trabajó en la tahona de sus tíos toda su juventud, detentaba unos músculos rudos pero armoniosos con un talante simpático, agradable de formas y de condición. Le quise desde el primer cruce de miradas, nos observamos en silencio bajo las grisáceas literas del campamento. No volvimos a separarnos. Cavamos trincheras, soportamos la lluvia y el pétreo sol. Los interminables kilómetros de batalla, el miedo y la paz de nuestro marcado destino. Nunca he estado más en sintonía conmigo mismo, gracias a Daniel aprendí a anhelar la virtud y a suspirar con su amor.
No existirá nadie como él mamá. Le amo aunque ya no pueda repetir mis suspiros en su piel. Cómo lo quiero, cómo hecho de menos su abrazo y su encubierto amor. Me lo han matado madre...
Busco asesinos por estas tierras abandonadas de La Sagra, Daniel falleció no muy lejos de donde mis pasos me guían. No temo, no me importa perder la sangre de mis venas porque ya no siento el latido de mi corazón, se ha marchado con él, con sus besos tiernos, con el regalo del roce de su piel, con su deseo tierno que me encumbraba. No te imaginas lo dichoso que fui acompañado por sus ojos en la dureza de esta guerra. Nadie supo nunca lo que el amor nos abrigaba.
Ya no importa nada, nada tiene sentido, no existe lugar donde guarecerse. Mi locura persigue su muerte por dejarme solo. Voy en su busca madre enterrando mis botas sobre los surcos de campos áridos y con la sombra que muestra el sol de compañía. He cargado mi arma y he reservado el último cartucho para mí.
Perdona mi ofensa madre, no quiero ocultarte mi destino. El dolor que seguro sientes es el precio que no se como evitar. Se desvanece mi cuerpo cansado de soledad y a estas horas fluye etéreo sobre las olas del campo. No te preocupes, he gozado, he sentido, he amado y te he querido tanto madre. Ruego perdones este acto de guerra y comprendas que no quiero seguir sin Daniel. Veré a padre pronto, le daré tus besos, los que se perdió por tantos años de abandono. Te esperaremos madre.
Tu hijo que te ruega perdón.
Cabo Ismael Camaro.
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