Para mis chicas... un infinito beso.
Una formidable mañana para correr, repetía a todo mi alrededor sin detener la mirada en nadie. Mis pies bailaban calentando el resto de mi recién despertado cuerpo. Sus sábanas entremezcladas mientras las palabras saltaban en nuestras bocas y los ojos se cerraban contemplando el misericordioso infinito entrevelado de la habitación. Las caricias subían y bajaban decorando el dibujo que la naturaleza ya ha formado y que ahora es uno, multiforme, una mano brotada de otra mano, un pecho de otro pecho, unos labios de otros labios, acompañaban al clímax de horas de duradera pasión, ahora aquí botando al sol que enciende mi cara. Estoy vivo.
El disparo se oyó kilómetros a la redonda y puse en marcha mi corazón, mis piernas. Apreté los nudillos y emprendí viaje. Empecé como nunca, más rápido de lo habitual para mí, perseguía mi alma que bullía de satisfacción. Soy yo éste que vuela sobre las piernas que no pueden dejar de moverse, inquietas, ávidas de asfalto.
Los nervios cabalgan cuajándose entre las ramas de mi cuello y mis sentidos agradecen el aire suave que llega fresco, el olor de los árboles con sus verdes copas empujan mi carrera. Mis pulmones se hinchan agolpando los límites de mi torso, voy a estallar. En mi mano aparece agarrada la pequeña mano de mi niña, que con su pelo rubillo baila surcando la brisa y emocionadas lágrimas brotan incansables.
Acelero llegando a la última curva siguiendo a un grupo de intrépidos atletas y con su ligero paso entro en meta desesperado de sufrimiento... el colapso llega y mi corazón detiene su movimiento sin restos de fuerza.
Atestado de ojos a mi alrededor mantengo mi cuerpo tendido y agonizante, no reconozco a nadie, inmóviles mi observan sin dejar escapar sonido alguno. Entre bosques de piernas la mirada cariñosa de ellas, ellas, ellas... mis chicas sonríen y mis ojos se cierran agotados.
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