Para mis chicas... un infinito beso.

El disparo se oyó kilómetros a la redonda y puse en marcha mi corazón, mis piernas. Apreté los nudillos y emprendí viaje. Empecé como nunca, más rápido de lo habitual para mí, perseguía mi alma que bullía de satisfacción. Soy yo éste que vuela sobre las piernas que no pueden dejar de moverse, inquietas, ávidas de asfalto.
Los nervios cabalgan cuajándose entre las ramas de mi cuello y mis sentidos agradecen el aire suave que llega fresco, el olor de los árboles con sus verdes copas empujan mi carrera. Mis pulmones se hinchan agolpando los límites de mi torso, voy a estallar. En mi mano aparece agarrada la pequeña mano de mi niña, que con su pelo rubillo baila surcando la brisa y emocionadas lágrimas brotan incansables.
Acelero llegando a la última curva siguiendo a un grupo de intrépidos atletas y con su ligero paso entro en meta desesperado de sufrimiento... el colapso llega y mi corazón detiene su movimiento sin restos de fuerza.
Atestado de ojos a mi alrededor mantengo mi cuerpo tendido y agonizante, no reconozco a nadie, inmóviles mi observan sin dejar escapar sonido alguno. Entre bosques de piernas la mirada cariñosa de ellas, ellas, ellas... mis chicas sonríen y mis ojos se cierran agotados.
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