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28/12/15

Canción V.

Canción V.

Dame la mano mi amor. Caminemos sobre las huellas que habitualmente recorren nuestras hijas. Hacen su vida por estas calles, disfrutan y se mueven con sus amistades por estos alrededores, tu no tuviste tiempo de comprobarlo, de vivirlo, de sentirlo.

Mira hay viene Isabel, siempre cargada con los libros de la universidad. Estos días de frío calza las pesadas botas que le regalaste. Ella es muy friolera, da dos vueltas a la bufanda y se encaja el gorro evitando que se escape y evita el frío con todo lo que puede, parece que fuera a quedarse paralizada entre capas de ropa.

Cada día se detiene bajo el árbol donde mi último aliento exhaló. Respira hondo, se deja sentir y prosigue sobre sus reiterados pasos cantando. Observa sus delicados movimientos, a pesar de tener presente nuestra pérdida muestra su grácil sonrisa. Estoy seguro de que abraza la vida con ansias de felicidad.
Su alma se siente destrozada y mutilada aunque no se va a romper como el cristal, tiene un corazón puro que no va a ceder. Puedo sentirlo cuando estoy próximo a ella. Confía en su fuerza interior y apenas se siente decaída. Sabe que contemplamos su vida, no está sola, sabe que sus padres velan por su bienestar.

A pesar de vivir otra nueva vida no faltamos a nuestra palabra, todos los días aparecemos ante su cristalina mirada. Acércate y roza su rostro... Se encienden unas leves gotas en la brisa y cuando se desvanecen impregnan su piel. Mira, observa, se detiene un instante, ciega sus ojos y se deja llevar. Ves, continúa con tu sabor en los labios, se ha sonrosado y la sonrisa elevada que nos muestra me llena de amor. Te amamos hija.

De un salto un hombre vestido de negro y con la cabeza rapada se acerca metódico a Isabel, por detrás sujeta del brazo e interrumpe el camino de la distraída estudiante. Susurra al oído "No digas nada, tengo a tu hermana". Trastabillados se dirigen a una furgoneta plateada dónde el portón se abre y la oscuridad interior se abre paso a sus ojos. 


22/12/15

Canción IV.

Canción IV.

De nuevo en la brecha, me encanta cuando preparo de nuevo la cacería. Antes de nada me siento un momento en mi casa, en mi dormitorio. Cierro los ojos y ante mí viaja el leve aroma de las velas. Transporto mi mente a un enorme océano gris y frío, soy ballena que navega acechante observando olas y tinieblas. Me siento bien, poderoso, enérgico...

Sentado permanezco, disfrutando las horas, en uno de los bancos que permanecen desde que yo era niño. Aguardo delante de un cruce, el semáforo interrumpe la circulación y los colores cambian. Me atrae el rojo, su intensidad y su brillo me motiva y cuento uno, dos, tres...

Elijo a la persona que  pasa inadvertida delante de mí. Mi mirada viaja un instante sobre la suya, si me hace sentir... es mi persona. Es fácil, aguardo sin prisa... en ocasiones no localizo esas personas durante días. La espera me emociona. No pasa nada, soy el cazador y no despliego mis alas hasta que la pieza está detectada... Aún así no es suficiente, deben transmitirme lo que yo necesito, no todos valen la pena, existen muy pocos que me hagan sentirme rebosante. Me cruzo en su camino y sé perfectamente cuando he encontrado a la persona que deba ser la siguiente.

Este es mi lugar, lo conozco bien pero él no tanto a mi. No sabe que soy hijo suyo. Marché con mamá bien pequeño, no podía soportar aquel borracho que cada noche violaba su lecho conmigo. Me obligaba a tocar su vagina y besar su pecho ante sus temblorosas lágrimas. Clavaba pequeños cristales sobre mis dedos y me obligaba a acariciar su piel con mis manos cristalizadas, sus gritos no escapaban del sótano. Allí permanecen. Lo sé.

Rojo... Rojo... Rojo... Túuuu serás...


21/12/15

Canción III.

Canción III.

La sombra de las velas empujaba mi silueta dentro del vetusto edificio. Mirando hacia los lados caminé sigiloso. Las estrellas parecían marchitarse y alejarse. La oscuridad atrapaba mi presencia, me sentía dichoso y respiré hondo.

Llegué a la puerta donde muy de mañana dejé a Marimar atada y somnolienta. Allí estaba, apenas reconocible como la mujer que días atrás seguí por toda la ciudad. La atavié con el vestido marinero de rayas que tanto me gustaba. La coloqué la cinta blanca de banda ancha que ocultaba su frente. Sus pechos destacaban de los límites de su escote. Me provocaba. Besé su boca y apenas pudo resistirse. Sabe que me gusta mucho.

Tirada sobre una manta verde de rayas blancas hicimos el amor. Sé que ella soñaba con ese momento. Se abrió para mi varias veces. Sus ojos se nublaban como buscando una inalcanzable salida y no lograba emitir sonido alguno sin cejar en su empeño. La suave comodidad de su pelo ocultaba mi rostro ajeno a la realidad. Era mía, los dos lo sabíamos y disfrutábamos aquel intenso momento. Rocé su pecho de nuevo, acaricié su piel hermosa y tierna, el tiempo se detuvo permitiéndome explorar todos sus rincones, todos sus secretos, todo su íntimo amor.

Me incorporé extasiado mirando por la pequeña ventana por dónde se ve la entrada principal del recinto. La verja negra con acabados en un verde bosque insultante se presentaba delante de mí, en infinidad de ocasiones rogué cambiaran su color, no lo soportaba. Volví a mirar al suelo enfadado, su cuerpo descansaba hermoso ajeno a su destino, a su suerte. Me iría con ella sin dudarlo y compartiríamos la nueva vida que le esperaba. Debía continuar la labor de amar a todos los ángeles que sustentan esta vida terrenal. Acabemos con esto, le dije sin obtener respuesta alguna, espero continuar mi caza y no puedo demorar más tu final princesa.

Encendí una ligera llama que brillante pronto se extendió por todo el horno. Miré el saco de esparto colgado junto a la ventana. Contenía otra vida, más efímera y casual. De vez en cuando se agitaba ligeramente, tomé la precaución de sedarle también. Iban a viajar juntas. La temperatura llegaba a su punto correcto y no tenía más que continuar. Coloqué correctamente el vestido, estaba mucho más guapa, le posé la extraviada gata entre sus brazos manteniendo el sueño felino. Las situé sobre la camilla desplazándolas al interior del crematorio. Al unísono los dos seres abrieron los ojos observando el último camino que sus cuerpos unidos recorrerían.

El humo fétido se posaba liviano sobre las copas de los árboles próximos donde aquel aroma a juventud se mantuvo por días...

Adiós Marimar.

16/12/15

Canción II.

Canción II.

Tengo ya muchos años para ponerme a perseguir chiquillos y felinos. Me sentaré en este banco bajo la sombra de las hojas, ando un poco acalorado. Hace fresco pero me siento muy bien, animado, tengo muchas energías, me siento contento.

Es un buen día para recordar mis pasiones. Fue tanto amor en tan poco tiempo. Efímero pero real, me sentí querido y amé, mi corazón se rebosaba de tal manera que hoy sigue inundado de emoción. Sus caricias y sus besos me agitan hoy.

Me senté y posé mi sombrero sobre las láminas de madera. Sentí la necesidad de quitarme los zapatos, los calcetines también. La chaqueta me sobraba, tuve algo de calor. Me subo las mangas de la camisa por encima del codo, como cuando era joven y me sobraban las fuerzas de vivir. No soporto el pantalón. ¿Qué me pasa? No puedo mantenerme con la ropa encima.

Enseguida me vi desnudo y sentado en un banco. La calle parecía solitaria. El aire inicio un leve batir de ramas y susurros. Miré alrededor y pude comprobar que ya no estaba solo, mucha gente paseaba a mi alrededor.

Me incorporé en un salto, tuve ganas de andar ágilmente. Subí calle arriba detrás de la marea humana que se movían inquietos. En ese momento caí en la cuenta y me detuve. ¿Qué ocurre? Me volví hacia el banco solitario donde un anciano cuerpo con sombrero y zapatos marrones reposaba apoyando su cabeza sobre el respaldo.

Apareció una ambulancia, un coche de policía... Me mantuve observando la escena de mi muerte. Cómo mi cuerpo era tumbado en una camilla. Cómo mi aliento se desvaneció. Entonces aparecieron ellas, mis hijas.

Los gritos agolparon la calle y un color naranja baño el horizonte apagando el brillo de mis ojos. Mis lágrimas brotaron a pesar de no poder sentir pena. Mis hijas lloraban rotas sobre mi cuerpo, sus lágrimas eran las mías. No lloréis.

Cantando aquella canción que con María gozé seguí avanzando por mi camino sin poder vislumbrar la lejana cima.

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