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20/2/13

Misiva 24. Tus ojillos sonriendo.

  MISIVAS DE UN RECUERDO.


Linares, 30 de Diciembre de 1937

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A mi Dios,

A mi amado que siempre ha estado tan cerca de mí y que nunca me ha dejado sola. Te ruego escuches estas últimas palabras que te susurro, comprende que estoy dispuesta a que éste sea mi final. Llévame contigo o sin ti, a tu lado o al fondo del infierno donde pueda redimir esta misera existencia. Concédeme la última petición y  mantén a mi sobrina preciosa para que el señorito Manuel la dé cobijo. 

Arrodilladas estamos las dos en éste, tu templo, tu casa, tu morada. Escucha nuestras súplicas y nuestros rezos. Líbranos de esta guerra amordazada de sufrimiento. No nos queda nada, sólo tu fe. Estamos solas en este mundo, a todos te los has llevado. Ella, aún, es muy pequeña y no debe perder su efímera vida en esta tierra de verdugos.

Tita, tita, reclamaba silenciosamente tirándome de la faldilla. Desprendía de sus diminutos ojillos la incomprensión de su corta edad, únicamente tenía cuatro años. Todo lo convertía en un juego, la guerra, la miseria, este hambre que nos acompaña a todas horas para ella es una gracieta de la fortuna. ¿Por qué está colgado de la cruz ese señor? Preguntó divertida. No conseguí articular palabra. Ligeras sonrisas dibujaron nuestras caras de esperanza y entonces comprendí que mi niña era toda la vida que necesitaba y nos incorporamos inmediatamente. Nos dimos la vuelta buscando el portón que limitaba aquel vetusto edificio, abrimos nuestros brazos a la claridad del día con la reencontrada esperanza por montera. El sol colmó aquella iglesia de paz a la que espero nunca volveremos. Nuestros pasos marcharon firmes a tierras lejanas y nuestras manos sembraron el coraje suficiente para doblegar la pena.

Bendigo nuestro corazón, bendigo la alegría de mi amada Isabel, bendigo aquel momento de lucidez... No alabo aquello que no nos ofreció mas que la pena.



Margarita Marchica.

Misiva 21. El anhelo de las tierras rojas.

  MISIVAS DE UN RECUERDO

En la orilla de tus ojos, 9 de Noviembre de 1937



Querida Julia,

¿Cómo decir lo que mi piel siente? ¿Cómo expresar sensaciones de fallecimiento de los sentidos? ¿Qué soñarte mientras tu recuerdo se desvanece?

Julia vivo en el remoto islote de tu perdida, dónde mi corazón solloza mis recuerdos, dónde espera la pena de dejarte morir. Es de verdad que marchaste bajo la sombra de un olivo allá en tierras calizas de Madrid, en las ondulaciones blanquecinas próximas a la villa de Valdemoro. Aún revivo el momento aquél de nuestro apresamiento, volvíamos de labrar huertas en la vega del río Jarama, por cuatro perras machacábamos nuestras manos de llagas y dolor, por unas monedas el sol comía tu blanquecina tez, tu sonrisa, y mi inagotable amor.

Ahora sobrevivo entre tierras hermosas aunque tristes, fértiles pero hambrientas empapadas de sangre, de la sangre que derraman almas cautivas de una guerra que nos engulle en su vientre. Saludo al sol en su lecho y no cejamos en el sufrimiento de formar la verde vida que ofrezca el sustento a soldados y prisioneros hasta que el cenit solar marchita la comarca. Cientos y cientos de personas volvemos a clavar las rodillas en las hendiduras del sembrado mientras soldados, fusil en mano, contemplan con desaire la labor. 

Observo mis cadenas, atan mis muñecas al lodazal de los surcos, mis pies se limitan a enraizarse en al barro y durante días permanecemos en el mismo lugar. Sudores de sangre sostienen los brotes que nacen rojos, llenos de fresca vida, la del preso que se mantiene sobre su retoño. Un campo rojo emerge en esta zona de La Rioja, desde nuestra estrella Julia se contempla esta parte de España sangrante, sufriendo de dolor la muerte de sus hijos, entrecortando la respiración y feneciendo a cada último suspiro. 

Seguimos juntos mi amor. Mi alma hace tiempo que marchó y contigo vive. Sólo quiero dejar de sufrir y en este lánguido cuerpo muero prisionero de esta tierra sin esperanza.

Muchos camiones discurren camino arriba y abajo, en cada uno, nuevas fuerzas se unen a la cárcel en la que me encuentro y nuevos cuerpos sin vida consiguen huir al paraíso que anhelo yo.


Tu humilde servidor, Juan Angel Costa.

Misiva 23. Montes de rojo atardecer.

MISIVAS DE UN RECUERDO.

Illescas, 19 de Mayo de 1937.



Querido Padre,

Ya no me querrás cuando leas lo que debo decirte padre. No volverás a querer saber lo que los días traen a mis ojos y lo que se llevan de mi corazón.

No hace mucho que contemplé los disparos de la terrible ejecución que manchó de terror la fachada de mi alma. Unos niños armados con las balas que el Capitán Granero ordenó pintar de sangre roja de seis hermanos de estas tierras. Personas humildes bajo el yugo de esta guerra y un joven soldado disparó con el miedo en su cara.

Seguí los pasos del Capitán hacia el montículo del chaparro, nos acompañaban oficiales y el Sargento Vallejo comandando la escuadrilla. En ocasiones se juntan fuera del cuartel y planifican estrategias. Granero nunca me pide que le acompañe cuando discute con sus subordinados pero ese día me lo sugirió con tono lascivo, con una malvada sonrisa que entreabría la desgastada mordedura del diablo. Sabía donde me llevaba padre, el muy canalla se divertía.

Desde entonces no dejo de llorar, constantemente dejo mi tristeza brotar de mi alma. Desde mi ventana miro al atardecer el cerro en el que fallecieron aquellos pobres con las manos desnudas y bajo el ocaso del sol repito aquel momento de muerte bajo las ramas del viento. Todas las tardes se pude observar a un pequeño muchacho acercarse a ese monte de piedad, se arrodilla y deja caer la mirada sobre la tierra donde su madre yace.

Ayer se presentó el Capitán Granero mientras sorprendida oculté la ventana con la figura del niño bajo el chaparro. Se rió de mi esfuerzo por difuminar mi lamento, se acerco con paso lento al cristal que separa la desolación y mientras miraba acarició mi cuello tiernamente. "Se que Adolfo está cerca" me dijo con sus manos dibujando mi cuerpo. Estaba enojado y sus enrojecidos ojos se clavaban en mi traición y terminó la frase con la palabra "Muerto". No les vi la cara padre, las ejecuciones suelen ocurrir y no puedo hacer nada, les ocultan el rostro para que los verdugos no sepan si matan a su vecino, a su padre o a su madre.

La primera emoción derivo en el deseo de mi propia muerte, me olvidé de mi hijo, él no merece quedar huérfano. Vuelvo padre y llevo a alguien conmigo agarrado de la mano. Alguien que también vaga solo. Nos alejamos de esta guerra. Huiremos juntos a buscar vuestros pasos.

Laura Sanlúcar.

8/2/13

Misiva 22. Gritos rojos

MISIVAS DE UN RECUERDO.

San Martín de la Vega, 21 de Diciembre de 1937



A quién lea este grito,



Escribo desde la voz de un cautivo. Con la mano izquierda apunto entre sus cejas por si olvida su presidio. Mi mano derecha escribe las palabras que arroja la sangre de entre sus labios.

¡Perdóneme todo aquél que he herido, todo aquél que me ha llorado, aquél que  no me haya olvidado!  Sólo atendí la voz de la obligación. Nunca... nunca debí disparar el arma que mis manos sostenían y que mi alma detestaba.

No escribo todo lo que el reo grita. ¿Cómo te llamas? le pregunto. Adolfo Arapiles. ¿De dónde eres? Adolfo Arapiles. ¿Dónde se esconde tu familia? Adolfo Arapiles...

Horas de sopor, de sudor y de dolor... No sufrirás más. Hay una bala guardada para ti. Te haré un favor compañero. No gritarás más. 

Como siempre el cielo arroja sus lágrimas sobre nuestra silueta, ¡Llega tu hora! El próximo trueno será tu último suspiro. Adiós.

Tu anillo ahora es el mío, me quedo el único tesoro que esta vida te ha dejado. Ahora, tan solo te lo he guardado

Un rojizo río exhorta su piel... Un disparo ajeno me ha perforado, en este momento mi sangre busca el caudal de la suya. Un tiro en la sien me han pegado y una última palabra he clavado...

Soy yo quién dispara, yo quién os arranca la vida y ese fulgente anillo me he colocado. Marcho de aquí con mi cañón despejado.


 El último soldado en disparar.
 

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