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2/9/12

Misiva 18. Estrellas de colores.



MISIVAS DE UN RECUERDO.


                                              Campillo del Río, 8 de Julio de 1937.    




Querida Madre,

Veo por ojos ajenos, pues los míos volaron con zambullidos de metralla. Respiro por alientos extraños, ya el mío, casi desvanecido, suspira por tu perdón. Amo la tierra que nos vio nacer a ti y a mí, madre. Lloro por no volver a sentir en mi piel el rubor de la dulzura de tus besos. Te anhelo madre.

Tumbado permanezco recorriendo vidas enteras que fluyen por mis pensamientos, imágenes que discurren volando unas tras otras sin detener el vacío que me gustaría conseguir alcanzar. Hablo y hablo de tierras lejanas que la gente de aquí no ha conseguido adivinar. La familia Téllez me cuida bien, vivo con ellos ya para dos meses, la guerra me ha traído a su puerta y su corazón me ha acogido sin preguntas, ni bandos, ni intenciones, sólo desean escuchar leyendas sobre paraísos remotos que iluminen los tristes días que sobrellevan. Nos hallamos en una aldea que persiste alejada del mundo, denominada  como "el llano", tierra dura de labor que curte a hombres y florecen recias mujeres. Hasta los más pequeños disparan bolas de algodón los breves momentos que no son azuzados para la labor.

Cada atardecer vuelvo al pórtico, siento el silencio aún manifestando los múltiples latidos que aguardan mis palabras. Necesitan mis enseñanzas, necesitan sus esperanzas. No puedo alejarme de ellos. Disfruto las horas que escuchan mi verbo. Vuelvo a sentirme completo a pesar de derramar mis piernas en esta guerra, mis ojos y mi corazón.

Una vez la noche se presenta las carnes y el descanso se cierne sobre la necesidad de los presentes y sobrevivo con el cariño que me procesan. Mis labios son marcados por desinteresados rostros que en una fila interminable besan lo más profundo de mi ser. Se acercan con extremo cuidado, sus manos se detienen en mis hombros y con suavidad acercan su respiración a mí. Brotan estrellas a cada paso, colores llenan mi voz agradeciendo la bondad humana, en tantas ocasiones perdida. Uno de esos besos es el que me para el corazón madre. Uno de esos ocultos labios sella mi amor. He intentado que me hable cada vez que encuentro ese sabor en mi boca pero ríe. Sonríe en mis oídos por noches enteras. A cada estrella fugaz ruego aflore su nombre. Amo esa textura, amo su sonrisa, amo su húmedo deseo.

He mantenido oculto un obsequio que vale un mundo, tu destino, madre. Te proveerá certeza cuando ya nadie la poseé. No te preguntes cómo apareció en mis manos, fue un presente de una desesperada mujer y las verdaderas manos que deben disponer son las tuyas. Ya has sufrido bastante en este vida. Te mereces el único regalo que debo hacerte. Te permitirá escapar de esta tierra de amargura.



Gabriel  Marchica.


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