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6/3/11

Kilómetros de pasión.



Para  Flores, por tus gratas charlas...  Una moto, un padre y un niño.


La noche caía cuando un faro despuntaba al final de la calle. Un motorista uniformado con un pañuelo rojo al cuello aparcó delante de la vieja casa. Manuel Ibáñez gobernaba una reluciente moto Yamaha recién estrenada con una sonrisa de oreja a oreja y se plantó frente a su porche. Junto a la barandilla aparcó, donde sus hijos contemplaban la maravillosa escena. Manuel tocó el estridente claxon un par de veces. Ramiro, vecino del número cuarenta y ocho, de un respingo interrumpió su habitual estado de letargo con la boca repleta de tacos. Imbécil tocate los...

Mario, el hijo menor de diez años, se abalanzó sobre su padre equipado con el casco de la bici y las rodilleras. Papá déjame montar. La motocicleta resoplaba a pocos metros reluciente. Su pasión era el mundo del motor, cómo su padre, su dormitorio se mantenía lleno de vehículos, piezas y artilugios de todos los tamaños.

Bajo el centenario álamo padre e hijo mantenían una ardiente disputa en la que la motocicleta estuvo a punto de derrumbarse para desastre de los dos. Nene esto no se toca. Ten cuidado con esto. ¡Me escuchas! Ni por asomo te quiero ver encima de esta belleza de dos ruedas.

Las protestas en forma de llanto no se hicieron esperar. La pataleta fue tan enérgica que el sueño del pobre Ramiro se suspendió de nuevo. La caja mágica de las palabrotas rellenó el silencio de la calle mostrando la parte del diccionario oculta a los más pequeños.

Marina Ibáñez, cuatro años mayor que su hermano, pasó inadvertida y se desvaneció como felino por el jardín hasta llegar a su objetivo, en pocos segundos sus manos alcanzaron el manillar de la moto y de un salto coronó la montura saliendo apresurada a golpe de acelerador. El rugido paralizó la pelea de padre e hijo. El bonito pelo largo y rubio se deslizaba a través del viento. Bajó el bordillo de la acera dándose un buen costalazo pero manteniendo el equilibrio. Con la mirada fija en el horizonte y los nervios de acero continuó la marcha hacia los cubos de basura que la aguardaban frente al número cuarenta y ocho de la calle. ¡Cuidado nena! Gritó el padre viendo lo inevitable. El freno de la moto evitó en todo momento que la niña lo alcanzara, un golpe tremendo no se hizo esperar. Un majestuoso vuelo surcando el florido jardín de Ramiro dio con los morros de la pequeña sobre el césped. La boca abierta del anciano vecino no encontraron improperios para nombrar y permaneció en silencio contemplando el fulgurante golpe.

Raudo se apresuró el muchacho a salvar a la moto. Su padre recorrió, con premura, los metros que le separaban de su hija que permanecía tirada en la hierba. A pocos metros de alcanzar a la niña se desplomó junto a la verja de Ramiro. No me lo puedo creer, será estúpido, incrédulo susurraba Ramiro. Con torpeza se incorporó abandonando su querido butacón, miró a la niña con ternura y calmando sus sollozos según se acercaba a socorrerla. El padre yacía con la mente en otro lugar estorbando el camino de Ramiro, se agachó y le despertó con un enérgico bofetón. Masca chapas despierta.

Mario intentaba levantar la pesada moto agarrándola por el tubo de escape quemándose la palma de la mano y gritando con toda la fuerza de sus pulmones.

Ayudó a Marina a incorporarse y la llevó a su casa donde su mujer se ocupó de sus heridas y del mal trago. Quédate con la chica que voy a por los otros dos. Los memos que aguarden despiertos o se las verán conmigo y salió de su casa cantando “Que bonitas son las motos, la carretera y tú mi amor...”

4/3/11

De entre las sábanas.

Con este amargor tan extraño me fui a la cama después de una tremenda cogorza, abrí los ojos y desnudo miré la tensión que entre las piernas sentía. Una suave mano emergió de entre las sabanas y acarició mi sexo suavemente. Unos ojos extraños se fijaron en los míos lascivamente. ¡Suéltame! ¡Tócate el tuyo cerdo! Continuó frotando y ahora miro el mundo de otro modo. Besos.

3/3/11

Siempre a tu lado.


Con este amargor tan extraño contuve la respiración y llevé la taza de té a mi boca. La infusión quemaba y mis labios se enrojecieron. Sonreí imaginando su cara al contemplar el regalo que había preparado, flores, una carta de amor y una preciosa sortija.


Entró gentil y espontánea, lo primero que hizo fue sentarse a mirar por la ventana, frente al tocador, como hacía siempre, y yo a su lado… Coge tu regalo cariño, toma mis palabras de amor, deseo casarme contigo.  No me escucha… No me oye… Sigo a su lado eternamente inadvertido, no me mira y no puedo tocarla.


 
 
 
 
 @2011 guribundis

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