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29/3/10

Penitente.


Esa temperatura que agolpa la fluidez de ideas que no deja de llenar mis sentidos,

encuentro el desdén de la desdicha en fila como un domino infinito

que sólo puede caer secuencialmente en mi cabeza,

no me arrepiento de lo vivido y de mi lucha por descubrirme a diario en mi olvido.


No hay naturaleza que soporte los avatares impredecibles del amor sin arrodillarse,

porque es tristeza, ira, cólera, sentimiento y pasión.

No sé más de mi que averiguar quién despierta cada mañana,

no sé como el día me sorprenderá y si conseguiré de nuevo emocionarme.


Llenaré mi cara de sonrisas si alegría quiero florecer,

abriré mi mente si no quiero abandonar la mitad del presente,

condenaré recluida mi obstinación del reproche,

ni tan siquiera a mi mismo debo guardar el odio penitente.


Alza la cabeza, mira el horizonte que seguro tendrá reservadas la plenitud de la sorpresa,

que más que concebir energía de sentir este momento que escribo y que me abandona,

me aleja de la simple barricada del lugar que ocupo y adivina lejos de las estrellas,

no hay palabras para agradecer los buenos momentos que por inesperados son especiales.


Gracias a todos.

23/3/10

Glock

Caminó un atardecer, carente de ánimo, a la iglesia de San Bartolomé al final de la calle. Afligido y con la cabeza baja se introdujo entre frías columnas enarboladas bajo los pies de santos y figuras totalmente desconocidas para él. El peso de la desdicha disminuía su tamaño según avanzaba sobre las pulidas piedras que ocultaban los secretos allí enterrados.

El camino era largo hasta el altar mayor donde se detuvo a observar a su alrededor, solo, abandonado, temblando de pánico, invadido por el miedo. No entendía porque se encontraba en ese lugar en el cual nunca había pisado. Se arrodilló y posó la palma de sus manos sobre el escalón que le distanciaba de la figura divina clavada en la pared.

Mientras meditaba agachado, las palmas de sus manos por momentos se fueron pegando al mosaico que decoraba el escalón, derretidas, atrapaban su cuerpo en la posición sumisa que advertía la presencia de alguien más allí. No intentó adivinar que ocurría, se limitó a aguardar su destino si fuera desgraciado. Sentía terror pero por una vez no lo iba a evadir, de allí no se movería. Los cirios de los laterales del sepulcro se encendieron, el cáliz se iluminó con una pequeña llama que brotaba de su centro.

Acércate a mí soldado, la voz provenía de un viejo confesionario negruzco por el paso de los años y desgastado por el número de almas arrepentidas postradas en él. Sin focalizar sus sentidos en ninguna dirección, en un trance que le impedía la razón, arrancó sus manos del suelo dejando la piel fusionada en la tesela. Sangrando arrastro su cuerpo hacía el origen de la voz donde aguardaba una figura con capa blanca, sujeta por una diminuta cadena de oro alrededor del cuello de una mujer rubia de ojos claros y rostro blanquecino y tibio. Arrodíllate ante mí hermano, no te preocupes por nada, piensa en ti, dime que te llena de tristeza y por que tu ira te ha llevado a errar hoy.

El silencio inundó la nave lóbrega y las manos sanguinolentas se apoyaron en la celosía que les separaba, Glock aguardaba dentro del confesionario a que su interlocutor comenzara. No temas, háblame. He asesinado, afirmó la sombra del hombre que arrodillado aguardaba su castigo. He matado algo de lo que más quería, algo con lo que siempre he soñado y creía que había conseguido. Luché por dar y recibir bondad, cariño, amor, pero no soy digno, no soy suficiente y hoy acabé con él.

Una pequeña pero potente luz, del tamaño de un fósforo, emergió de la cabeza de Glock mostrando la canosa barba con unos pequeños ojos que frente a ella lloraban. Las lágrimas caían y en el aire se solidificaban rompiendo contra el suelo en mil pedazos y aflorando de cada una de ellas pequeñas estrellas que fueron copando la bóveda del edificio. No te preocupes por que no sepas amar, búscalo, no dejes de buscar, primero dentro de ti, en tu interior albergas la razón de tu ser, desecha la razón si lo que quieres es amar el camino comienza en mirar en ti y a su vez no querer para ti. No te preocupes si hasta ahora no lo has alcanzado, pues no es nada fácil, casi nadie lo hace, pero nunca reniegues de conseguirlo. Cuando tu corazón esté preparado alcanzarás la bondad y no necesitarás que nadie te muestre cómo. Mira las estrellas, todas son tuyas, son la luz que emerge de tu cuerpo y conecta tu mente a él para ser un sólo elemento de los tantos que conforman el cosmos, eres un eslabón más, piensa en ti como parte de un todo más profundo y mágico. Verás cómo amar, es un sentimiento único que nunca conseguirás preguntándote qué es, deja que tu corazón sienta, que tus poros se dilaten para recibir la conexión con tu entorno, déjate llevar con tus hermanos los árboles, las flores, la vida. No pienses en el amor como algo restringido, no lo es, abandónate a él.

Miró sus manos curadas, sin dolor, observó el fondo cristalino de la retina de Glock y así sujetaron la mirada durante varios minutos al final de los cuales en el centro de su cabeza una tenue luz se fue encendiendo lentamente hasta transformarse en un diminuto sol que brillaba y daba vueltas sin descanso. Su cuerpo levitó unos centímetros dejando lo terrenal y se dirigió al centro del universo que los antiguos frescos ennegrecidos albergaban, se conectó a las minúsculas estrellas extendiendo los brazos y su anatomía fue absorbiendo el calor de su alrededor. Descendió del trance y sus piernas llegaron al suelo arrodillándose de nuevo ante su nuevo Dios, la inmensidad del todo, el ardor de su interior lleno sus venas de sentimientos de amor. De nuevo posó las manos en el suelo, ahora sin ningún temor, clavó las yemas de sus dedos en el mármol y un fluido dorado atravesó su piel dirigiéndose hacía a la puerta del templo, inundó las calles de vida y de luz.

Glock alcanzó su espada y degolló aquel cuerpo postrado ante la inmensidad.

22/3/10

La revolución

Observé el pórtico que daba pie a la oscuridad, parecía lúgubre, sentí rechazo pero no di la vuelta. Permanecí unos instantes de calma antes de lo que suponía provocaría una tempestad en mi vida o por lo menos una revolución. Todo era incierto, un paso sólo me separaba del oscuro pasillo que cavernoso esperaba mi entrada.

Sabía que dejaba tras de mí la certidumbre de mi presente, situaciones más o menos seguras que de sobra podría solventar, pasillos de luz que ya no eran suficientes y que obligaban a dar pasos en busca de más, no se aún qué más pero más.

El miedo me encogía, me aterraba encontrarme en la nada más absoluta si continuaba. Infinidad de alternativas se presentan si cruzo al abismo del futuro.

Abrí las manos en un intento de apreciar la ligera brisa que de la inmensidad incierta procedía, atravesaba mi cuerpo llevándose los residuos de batallas pasadas, deje que me purificara y por fin adelante mi pie derecho forzando una caída que por prevista no dejo de atraparme en la agonía de la precipitación y del temor de sucumbir a mi decisión.

Es espeluznante caer y caer... y la única forma de provocar la revolución dentro de mí.

Mientras caigo olvido qué soy y porque estoy inmerso en el vacío. Atisbo el hueco entreabierto de un provenir pletórico de sensaciones y de colores. Lucharé por alcanzarlo. La clave es luchar por lo que dentro de mí arde que me abrasa y no me deja arrodillar ante el presente de mis días.


19/3/10

Entre las sabanas de tu vida.







Una sinfonía de guitarra mueve mis sentimientos de un lado a otro sin conocer el rumbo, mi teclado se convierte en un piano acompañando las notas musicales que llegan a mis entrañas mientras mis ojos no ven más que sonido. Da igual dónde esté, mi ser escribe música, no es necesario saber por qué, me dejo llevar por la melodía.


Hecho de menos tu figura contonearse sobre las sabanas en las que tu sabor nunca desaparece, sigo tu camino palpando tu veneno. Comiendo tus palabras lanzadas en plena excitación y recogidas a borbotones con mis labios extenuados.

Soy una araña que azorada va tras su presa, sin saber el final de los acontecimientos me apresuro a la caza. Cazador de momentos intensos fundidos durante horas en mi piel, cicatrices infinitas que jamás marcharan de mi corazón y mi recuerdo.

Agarro tu cintura mientras me miras, mientras me acaricias con tus delicados pétalos que cubren tu mano, mientras empañas mis salvajes instintos de posesión, me miras.

Tu piel se aproxima a la mía alborotada, electrizada, buscando la intensidad del amor que te otorgo con desasosiego y que ni por un momento olvido, rozas mis cabellos con los tuyos, enredados vamos entre nubes de color que camuflan nuestros cuerpos y la batalla se transforma en la búsqueda, el ansia de satisfacción, de la plenitud de los abrazos que gozosos mostramos.

Entrelazamos nuestros dedos mientras beso tu boca, muerdo tus labios, clavo mis dientes asesinos en tu lengua. Agarro tus hombros, bocanadas entre nosotros, mi interior en tu interior. Agitación emocionada con sabores intensos de melocotón, frutas carnosas que me nombran y de las que no puedo huir, cuanto más lejos más cerca, no puedo huir.

Inmersos en una oleada de caricias germinamos la planta de la vida en nuestro interior, esa planta que lleva a empujones la felicidad de momentos inolvidables, entremezclados de cielo e infierno volvemos cada día.

Llegamos al amanecer de un nuevo día, una nueva flor.


5/3/10

Harroterotes

Oyó como subía por la escalera un vagabundo flacucho y desgarbado. Toni, Carlos y Jorge esperaban en el soportal. Les llamé en la distancia. La entrada a un antiguo caserón medio abandonado permanecía inquietante delante de mí. Empujé la puerta con cuidado, resonaron bisagras oxidadas. Carlos me chistó, ¡quieres que se entere todo el mundo!. Jorge cogió la linterna que llevaba siempre encima en tardes de exploración e iluminó el gigantesco alféizar que coronaba la entrada, el haz de luz recorría la fachada de arriba a abajo.

Frío, hacía mucho frío. Nos sentamos bajo la puerta del palacete, sin demasiada confianza y con los ojos bien abiertos saque las cartas y comenzamos el juego. Tú repartes Toni, no Andrés, hazlo tú. Distribuí las cartas rápidamente, estábamos ansiosos por empezar la aventura, queríamos descubrir los tesoros que la casa podría albergar. Creíamos que una familia muy rica había residido allí durante muchos años. Quién saque la carta más alta subirá a la habitación más lejana. Carlos era decidido y no le importó mucho tener la suerte de investigar el misterioso interior de la vivienda. Suponíamos que no se atrevería a encontrarla solo, pero todos esperábamos nerviosos que nos pidiera ayuda y nos riéramos de él un poquillo. Realmente nunca nos separábamos, siempre investigábamos todas nuestras aventuras juntos. Carlos no se podía llevar la linterna, solo teníamos una y no se la dimos. ¿No eres el más valiente?, dije con ganas de que fuera el primero en pisar la gran escalera que esperaba delante de nosotros.

Los ruidos se escuchaban en todas direcciones, teníamos el vello erizado y alertas mirábamos a Carlos. Ya voy, tranquilos, no hay problema. Subió una majestuosa escalinata con la balaustrada de madera, sería un tobogán estupendo, aunque Carlos se agarraba a ella con fuerza y no dejaba de mirar a su alrededor. Pequeños destellos de luz exterior iluminaban algunos rincones de la estancia, la poca iluminación hacía esta peripecia más temerosa y emocionante. Teníamos nuestro castillo inexplorado y ganas de enfrentarnos a nuestros propios miedos.

El atrevido de Carlos dio el primer paso en el escalón y con decisión se dispuso a adentrarse en la vieja escalera. Según ascendía, y ya un tanto alejado de nosotros, se fue transformando en otro ser, parecía un troyano como los que veíamos en los tebeos. Un gran guerrero con un brillante casco que le cubría media cara nos observaba desde el final de la escalinata. Su cuerpo era el de un fortachón con todos los músculos del cuerpo marcados. Nos animó a seguirle con un enérgico movimiento de su brazo derecho y cuando levantó la espada no nos atrevimos a contrariarle.
Atónitos contemplamos la escena sin poder creerlo, nuestro amigo portaba falda, botas atadas hasta la rodilla y el pecho descubierto. Veíamos a Carlos el Troyano, alucinante.

Toni que de cobarde tenía poco enseguida siguió sus pasos, tocó los primeros escalones con cuidado y cuando colocó la palma de su mano en la barandilla comenzó a transformarse. El pelo le crecía en segundos, sus manos robustas y una espalda que solo se encontraba en las películas de repente formaba parte de la anatomía de Toni. Una gran barba rubia pobló su cara, sus rasgos se endurecieron. Un enorme casco con dos cuernos puntiagudos apareció coronando su cabeza. Un afilado espadón que le llegaba a los tobillos emergió entre sus manos. Nuestro amigo se convirtió en un enorme y sonriente vikingo que sonreía ante sus admirados amigos y aguardábamos esperando a tener el valor suficiente para subir.

Adelante, Andrés sube, es una gozada, te sentirás bien. Dudé por un momento, pero la curiosidad y el empuje de mis compañeros motivaron mi arranque de coraje. Corriendo llegué a la altura de Toni y en ese momento una gran coleta trenzada crecía en mi cabeza, un bigotillo estrecho y largo decoró mi blanquecina cara. Un vestido samurai cubrió mi atlético cuerpo. Comencé a moverme metódicamente y con serenidad, mi gesto mostraba dulzura y firmeza. Percibía mi entorno muy sutilmente y no se me escapaba detalle.

Faltas tú Jorge, no esperes. ¿En quién te convertirás tú?. Corre es divertido.
Jorge no mostraba mucho interés, era el más inteligente y el que siempre nos evitaba más de un disgusto.

Dio un paso atrás e hizo intención de salir de allí. Carlos el troyano saltó desde lo alto de la escalera hasta la misma puerta no permitiendo la escapada de su amigo. No puedes irte, estamos juntos en esto, va a ser una gran aventura. ¿No crees? Jorge cogido de la mano y llevado por la fortaleza desproporcionada de Carlos se acercó a la escalera, forcejeaba, evitaba ir más allá. Sin quererlo toco el inicio de la barandilla decorada por una preciosa cabeza de león. Se oyó un gran rugido en la mansión y los tres guerreros carcajeaban cuando vieron la transformación de Jorge en un espectacular león. Movía la melena negra que rodeaba su cabeza, sus dimensiones excedían de las de un león común y sus colmillos superiores sobresalían de su boca.

Transformados en seres de ficción nos miramos sin poder decir palabra, cogimos nuestras manos, Jorge la zarpa, y gritamos juntos con todas nuestras fuerzas, la cristalina lámpara que presidía la entrada se desplomo.

Los cuatros llegamos a un pasillo enorme, oscuro y tétrico. Daba paso a infinidad de puertas, expectantes anduvimos explorando nuestro alrededor muy alertas, con los puños apretados y sin perder detalle. El ambiente parecía vivo, nuestro recién adquirido arrojo nos empujaba a seguir con paso firme.

Una gran lámpara se encendía y apagaba a cada momento. Jorge el león saltó por encima de nuestras cabezas y se adentró a gran velocidad por el largo pasillo. Intentamos seguirle como pudimos, destrozó una vieja puerta y se adentró en una habitación que en su tiempo pudiera ser la biblioteca.

Irrumpió un grito ahogado y el silencio se pronunció. No detuvimos la carrera hasta alcanzar la figura de Jorge sujetando por el cuello a un hombre de complexión débil, mostraba síntomas de inanición y respiraba a duras penas por un hilo de aire que Jorge consentía que atravesara su tráquea. Suéltale, dijo Toni mostrando su gran espada y apuntando al cuerpo que yacía en el suelo.
• ¿Quién eres?, contesta.
• Solo quería resguardarme del frío. ¿Quién sois vosotros?
• ¿Por qué tus manos son macizas y brillantes?, ¿Son de oro?
Inquisitivo interrogó Carlos a un desvalido hombre pegado al suelo, no era capaz de levantar sus manos, envueltas en precioso metal impedían cualquier movimiento al delgaducho hombre que nos miraba con temor.

La lluvia apareció, al otro lado de la ventana percibíamos el caer resbaladizo del agua en el vidrio. Se abrió una puerta en el extremo de la habitación, una potente luz blanquecina resplandecía en nuestra cara. Nos acercamos dejando atrás al encontradizo prisionero.

Me acerqué con sigilo y metí el hocico sin demasiado cuidado, el ambiente se respiraba apacible. El potente foco de luz no permitía intuir el origen del mismo, mis compañeros me siguieron hasta las inmediaciones pero ninguno adivinamos que es lo que ocurría. Jorge de un insólito salto, sin pensarlo dos veces, arremetió a la nada, al centro del intenso haz de luz. Nuestro amigo el león quedó suspendido en el aire, inmóvil a tres metros de altura, mostrando las fuertes garras y los afilados colmillos, únicamente su nerviosismo se mostraba en sus pupilas.

Una niña, el centro luminoso de la habitación era una pequeña muchacha de no más de seis años, pudimos verla después de que la intensidad del foco disminuyera. En sentadilla levitaba por encima de nuestras cabezas.

Jorge, aún inerte, ni pestañeaba, Carlos intentó dar un paso y la infantil figura que presidía la sala le detuvo con un pequeño gesto con la mano derecha. Escuchamos palabras que provenían de los labios de la niña que permanecía suspendida en el aire. No entendíamos lo que decía, similar a un conjuro. En unos breves minutos el silencio apareció y de un fogonazo nos catapultó a los pies del cautivo personaje que aguardaba sin saber lo que ocurría. La lluvia acompañaba nuestro desconcierto.

Otra de las puertas cerrada a nuestra derecha nos llamó la atención, estaba completamente empapada en agua como si la lluvia estuviera detrás. Volvimos a asomar la nariz en busca de respuestas. Nuestro amigo el vikingo, espada en alto, de un tirón abrió la puerta y nos ofreció la imagen de un salón grandísimo. Entramos en un balcón que asomaba a una enorme nave con el techo acristalado, la tarde lluviosa no cesaba.

Miramos hacia abajo, la altura era tremenda bajo nuestros pies, al menos treinta metros como poco. En el centro de tan fastuoso recinto un acuario copaba la superficie de la sala. La sorpresa nos la dio la silueta de una ballena azul enorme, se desplazaba lenta por la piscina mirándonos de pasada. La lluvia caía cada vez más fuerte y retumbaba en los plafones del tejado.

Se empezaron a oír golpes que nos llegaban por la entrada de la extraña mansión. El suelo retumbaba, las numerosas pisadas se acercaban rápidas. Nos preparamos en posición de defensa a la espera de averiguar que venía a nuestro encuentro. Rodeábamos a guantes de oro con nuestras espadas preparadas contra un ruidoso y desconocido ejército.

Apareció una enorme rata que al galope recorría la casa huyendo de la torrencial lluvia. Su tamaño era como el de un perro mastín. Tras ella asomaron más y más roedores, defendimos nuestro terreno a espadazo limpio mientras Jorge luchaba a dentelladas. Hicimos una barrera infranqueable.

La invasión de las mugrientas alimañas fue creciendo en número, apenas podíamos contener la embestida. Teníamos que escapar como fuera. Toni montó al desguarnecido hombre a su espalda. Fuimos cediendo terreno paso a paso, acorralándonos en el mirador del cetáceo.

Un ligero vapor un tanto desagradable llegó hasta nuestro olfato, provenía del mamífero flotante y consiguió adormecer a los grandes roedores que nos cercaban. Aún seguían colándose ratas por cualquier sitio, algunas de las ventanas tenían algún cristal roto, la puerta idónea para los invertebrados cuerpos de nuestros enemigos. No nos quedó otra opción que saltar con decisión a la piscina donde aguardaba la hermosa ballena.

Escapamos por los pelos. Inmersos en el agua se acercó el mamífero acuático hacía nosotros con cuidado. Acariciaba con sus aletas a cada pasada. Era un plácido animal que nos sacó del agua montados en su enorme lomo. Toda la mansión se lleno de roedores en pocos minutos, incluyendo la sala de la piscina. Provistas de una bien armada dentadura nos amenazaban con agresiva locura, estábamos acorralados en el agua.

La ballena se colocó bajo nuestros pies y emergió del agua portándonos sobre ella. Nos tumbamos sobre el animal a descansar, la superficie que nos soportaba empezó a reblandecerse, pegajosamente fuimos absorbidos por la piel al interior del cetáceo.

Rodeados por los cuatro costados de asquerosas ratas, sin escapatoria pero integrados en nuestra amiga salvadora veíamos a través de sus ojos, sentíamos lo que ella sentía y escuchábamos sus palabras. La voz de un niño nos hablaba desde lo más profundo de la oscuridad diciéndonos que nos tranquilizáramos que nos íbamos de allí.

Sin saber como pasó sentimos el movimiento de una montaña rusa en nuestros estómagos. Éramos muy ligeros y una sensación extraña lleno de plenitud nuestros sentidos. Nos diluimos, nos difuminamos, junto a Jolae formamos un único ser. Durante varios minutos viajamos tan rápido como solo el agua puede hacerlo, nos mezclamos en un torrente de color y a través del alcantarillado de la gran ciudad fuimos a desembocar en las frías aguas del mar mediterráneo. En cuanto rozamos las aguas salinas nuestros cuerpos volvieron a estructurarse y cuatro muchachos acompañados de un hombre compartían el estómago del mamífero más grande de la tierra. Junto a nosotros sentimos la presencia de la niña luminosa que vimos en la mansión, Flor, que ahora formaba parte de Jolae, dotaba de calor y luminosidad el interior de la ballena. Arribamos a una playa cercana al puerto de Barcelona, Jolae abrió su boca y atravesando sus barbas caímos de cabeza a nuestras queridas aguas marinas. Nosotros, cuatro niños con la historia más increíble que habíamos vivido y a nuestro lado manos de oro ya convertido en un robusto y alto joven que sin hacer ningún tipo de comentario salió corriendo y desapareció bordeando la playa.

Nuestro amigo cetáceo regresaba lentamente al interior del mar sin dejar de mirarnos. La lluvia no había cesado, empapados miramos a lo lejos el salto que nos regalo Jolae. Con risas y abrazos nos despedimos.

Una enorme chimenea se elevo en el horizonte, la ballena expulsaba al exterior un apenas perceptible gas que inundó todos los alrededores, apartó las nubes y dejó un anochecer cálido y precioso a nuestras espaldas. Barcelona se cubrió de un tono rojizo, la calma hizo presencia adormeciendo la ciudad y nos quedó una imagen preciosa que no se borrará de nuestro recuerdo.

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