Sentada al atardecer, ausente, perdida, sin advertir mi mirada. Es bellísima. No puedo quitar la vista de sus piernas. Se ha dado cuenta, que vergüenza. Me mira. Sonríe.
Sudo, me sonrojo, mi pulso se acelera. Me siento a su lado, lleno mis pulmones de su aroma, sin conocernos nos esperamos. Mi atrevida mano acaricia su juvenil rostro, mueve la cabeza hacía mi y se apoya en mi hombro. Agarra mi mano con ternura. Se levanta y volamos a su habitación. No recuerdo cuando me tocó una mujer así. Me desviste con sensualidad, mi piel se eriza al notar su contacto. Cierro los ojos, me acaricia el pene, me besa. Sujeta mis caderas, lame todo mi ser. Tumbados en la cama la beso, mis labios aguantan la respiración con los suyos, mi mano nerviosa roza su pezón, su firmeza entra en mi boca. Mi deseo se introduce en su vagina lentamente, sollozos, palabras de pasión llenan mis oídos. ¿Quién es esta mujer que me ciega?. Una lágrima resbala por su mejilla. Sus húmedos cristalinos no se apartan de mi.
Amado mío, no me olvides, llevo amándote tantos años y ahora no eres capaz de saber quien soy. No me reconoces, soy tu esposa. No pierdas la memoria, ámame.